A un año de la muerte de Chávez, la economía está crítica y el entorno es muy negativo
Se
cumple un año de la muerte de Chávez y uno se pregunta: ¿qué ha cambiado? Para
responderla me remito a una expresión que logró uno de los pocos consensos que
recuerdo entre chavismo y oposición: "Maduro no es Chávez". Capriles
lo usó para atacarlo y el propio Maduro para explicar porque se esfumaron los
20 puntos de ventaja con los que comenzó la campaña en pleno velorio y que
culminó con una diferencia que Chávez hubiera llamado pírrica.
En
realidad ambos tenían razón. No hay nada malo en ser distinto, pero cuando
intentas imitar, las diferencias que resaltan son las negativas. El carisma de
Maduro es inferior. Su control interno más difícil y su volátil popularidad
genera dos problemas: 1) menor margen de maniobra para pedir a la población
sacrificios y 2) una mayor dependencia militar.
Maduro
recibió de Chávez una economía resentida. Es injusto decir que la crisis es
solo su responsabilidad. Pero sin suficiente conexión para pedir a la población
que postergue gratificaciones, su capacidad para tomar decisiones difíciles
(pero indispensables) es mínima y el Gobierno se congeló meses en discusiones
que lo llevaron a una pasmosa inacción. El resultado fue más crisis, reflejada
en inflación, desabastecimiento y matraca de sobrevaluación.
Cuando
esto se le viene encima en pérdida de popularidad, Maduro reacciona con el
Dakazo, que le ayuda a enviar mensajes de autoridad, acompañamiento, creación
de culpables externos, control de la Fuerza Armada y concentración de poder. La
medida es desastrosa en términos económicos y acentúa precisamente el control y
el intervencionismo que causaba (y causa) la crisis, pero le permite subir 12
puntos de popularidad, ganar las elecciones municipales y tener una corta luna
de miel.
La
crisis, sin embargo, continúa su curso sin haber sido atacada en sus causas y
las esperanzas se diluyen, precisamente cuando la gente está hipersensible y
algunos grupos opositores más radicales intentan tomar ventaja de la genuina
rabia y frustración de mucha gente ante la evidente incapacidad y abuso del
Gobierno. Las legítimas protestas estudiantiles, le permiten a algunos terceros
montarse en la ola y crear un momentum de convulsión política que, en su
hipótesis, haría que el régimen tambaleara y se produjeran los estímulos para
el cambio definitivo, reflejado en la expresión: "la salida".
El
resultado no ha sido el previsto ahí. El país se convulsionó, pero cruzó
rápidamente la frontera de la violencia, estimulado por la participación de los
impresentables colectivos armados y la brutal represión oficial. Lo que debió
ser una protesta pacífica, basada en los problemas que efectivamente viven las
grandes mayorías, se convirtió en muertos, guarimbas, saqueos y destrucción de
propiedad ejecutada por quienes protestan. La mayoría de los venezolanos, que
aprueban el derecho a protestar y la legitimidad de esa protesta, evalúan en
negativo el resultado, pues lo relacionan con la violencia que rechazan, y
termina generando un efecto boomerang sobre toda la oposición, a quien ahora se
le dificulta tomar ventaja de la crisis.
A
un año de la muerte de Chávez, la economía está crítica y el entorno es muy
negativo. Como dijo Jorge Roig: "el país está mal", yo diría muy mal.
Pero la oposición también está más fraccionada y la lucha de egos de sus
líderes pone en peligro su capacidad de acción racional. Incluso los moderados están
presionados por la desesperación de quienes no aguantan más y algunos quedan
presos de los presos.
Las
guarimbas son un flashback que nos remite a épocas de mal recuerdo.
Y
a uno le provoca resumir todo en un dramático grito a la oposición: "qué
hay de nuevo, viejo".
Luis
Vicente Leon
luisvicenteleon@gmail.com
@luisvicenteleon
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