Aunque
me quede corto en este cuadrilátero de tiza o me salga de él, me siento
obligado a gritar más que a opinar sobre la tragedia que hoy vivimos, y eso
desde la orilla de lo más profundo del destino que somos, es decir Venezuela.
No es entonces, mi elusivo lector, que lógico quiera parecer, y no pido perdón
porque sé que usted también padece y pretende horizontes pero la noche es
vertical hoy más que nunca, y las luces se apagan.
Reitero que la lógica en
estas circunstancias estorba mis sentidos, conque haciendo uso de mis
limitaciones expresivas prefiero citar, si mi memoria alcanza, a las cuatro
paredes albicantes que sin remedio dan al mismo número que Vallejo escribió,
Poemas Humanos, estando injustamente preso de soledad inválida del hombre.
Porque
como de cuerda templada del corazón se trata, a punto de reviento, al ver en el
zigzag tantos caídos, en el no sé de mi país al límite, no puedo sino
avergonzarme de lo que soy con otros y defenderme con la coraza impenetrable de
la fuerza que desde la poesía emana y en la que el hombre permanece amparado y
cobra fe y respiro. Porque es que el horror que oxidan mis entrañas al ver a
los hijos todos de la patria, “polillas fascistas” los apunta el poder,
tapiados por nubes negras de gases lacrimógenos, balas de odio y muertos
subsiguientes, no es para ser narrado sino con las letras que dicta el
escalofrío que deja la lectura numérica de esos epitafios insomnes y de estas
madres huérfanas de hijo. Porque el oprobio, la maldad subsidiada, brotó de los
que debían más bien protegernos, pero no, dictaminaron desde sus cuarteles
computarizados que les importa un bledo que se sepa de sus asesinatos con tanto
cómplice suelto que qué más da, ¡total!
Así
que en escribiendo, ya lo dije que no quiero gramática frente a tanta tragedia, me protejo en el
querido Gerbasi, nuestro Vicente, porque no quiero oscuridad, cuando escribe, que “de la noche
venimos y hacia la noche vamos”, en su potente libro “Mi padre el emigrante”,
en el que hablaba de su experiencia, sin saber, tal vez, que dibujaba el futuro
que somos y que “padre emigrante” pudiéramos ser, tú-yo-vosotros, en el ghetto
que estamos o en la huida.
Pero
no quiero odiar a los que tanto daño hacen. Odio odiar, me degrada, me
convierte en el que me odia, me transfiere, me secuestra. Por ello es que me
siento representado en los que aman, en los que andan y desandan la calle
hirviente de nuestros desamparos, pidiendo país, patria, bandera, diciendo,
demostrando, arriesgando el pellejo, porque aquí el mal no tiene coordenadas y
trabaja al amparo del poder, disparando, violando, agrediendo todos y cada uno
de nuestros derechos humanos.
Así que, aunque me quedé corto, usando todos los medios que se ofrezcan en el mercado de la dignidad que, ay, escasea, podremos combatir y salir de este polígono de tiro, carne de cañón, como entienden la patria estos rufianes petroleros que gobiernan y ensucian nuestros nombres. ¡Ya pagarán!
Leandro
Area
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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