“Un gobierno asesino, fracasado, no tiene derecho a permanecer en el poder”. Santos Yorme
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TORMENTA PERFECTA |
Se veía venir un importante reacomodo de
fuerzas en función de las profundas transformaciones en las relaciones entre
los partidos políticos tradicionales – de AD a PJ y de Copei a UNT – y la
sociedad civil, que ha hecho crisis a partir de los últimos sucesos. Pues
desoyendo la estrategia imperante en todos los partidos de la MUD, el
movimiento popular ha asumido otras banderas que las electoralistas imperantes
en el seno de la oposición desde que Teodoro Petkoff, Julio Borges y Manuel
Rosales se hicieran a mediados del 2006 con el principal caudal de la protesta,
expresada de manera notable con el arrollador abstencionismo de diciembre de
2005, y encasillaran toda la energía de la indignación popular por los canales
del CNE, provocando una interrupción de la energía contestataria de la sociedad
venezolana hasta llegar a las graves e intolerables frustraciones de las dos
últimas candidaturas presidenciales de Henrique Capriles. Pues ese
encasillamiento acompañó el práctico abandono de las exigencias por condiciones
electorales mínimamente aceptables y sirvió en bandeja de plata la voluntad
contestataria a la sumisión electorera.
Dos fenómenos vinieron a sepultar la
estrategia de la MUD de pasar agachados durante lo que consideró un año
sabático y las proyecciones de volver a candidatear a Henrique Capriles para
las presidenciales del 2019. Teniendo como estación intermedia las elecciones
parlamentarias del 2015.
En los hechos, una tregua unilateral – que continúa la
que se impuso desde el 11 de abril hasta este 12 de febrero – que le dejaría a
Nicolás Maduro las manos libres para consumar su proyecto de asegurar la
transición del caudillismo chavista al comunismo castrista. Comimos de sus
envenenados frutos con las municipales, de las que se eliminaron todas las
aristas que pudieran sonar a agresividad, mientras el gobierno acometía la
clásica táctica bifronte del castrochavismo, que llevamos 14 años sufriendo sin
provocar la menor preocupación en los sectores proclives a transar con el
régimen en función de sus intereses inmediatos: desatar el caos con la
zanahoria del Dakazo, que no encontrara oposición ninguna en un liderazgo
cataléptico, y llamar a conversaciones a ese mismo liderazgo para atenuar
cualquier eventual reclamo ante el feroz agravamiento de la crisis. La gracias
dadas por alcaldes y alcaldesas rompieron el saco de la vergüenza.
Las fúnebres “celebraciones” navideñas y el
ominoso asesinato de Mónica Spear y su esposo, así como un agravamiento de los
problemas económicos debido al práctico agotamiento de las reservas
internacionales, comenzaron a indicar que en lo profundo de la sociedad
venezolana se estaba gestando lo que calificáramos ya entonces de TORMENTA
PERFECTA. A desmedro de lo que quisieran los factores políticos dominantes en
la Mesa de Unidad Democrática, dos fenómenos incidirían de manera dramática
sobre una eventual irrupción de la protesta, esta vez a nivel nacional y con un
claro y unívoco mensaje político: la desaparición de Chávez y con ella la
evaporación de toda legitimidad, no sólo del mismo Nicolás Maduro, cuya
incapacidad había alcanzado niveles de saturación solo comprensibles desde el
Principio de Peter, sino del régimen mismo.
Que se sostuviera durante 14 años
apalancado por el carisma y el insólito poder de seducción tribal de las masas
populares por parte del caudillo. Desaparición que dejaba al régimen a la
intemperie de toda legalidad y legitimidad mientras el encargado por los Castro
trataba de realizar un auténtico triple salto mortal: pasar del caudillismo
autocrático chavista al comunismo burocrático castrista. Sin dinero y con
tarjetas de racionamiento. En Venezuela, la cuadratura del círculo.
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El otro factor que dejaría la crisis al
desnudo, también señalado en LA TORMENTA PERFECTA, sería la inexistencia de
elecciones en el primer año sabático vivido por el país chavista, con la
práctica desaparición de los colchones de apaciguamiento y distracción social y
política tradicionales del sistema, en los que la oposición partidista
participaba de buen grado, dado su convencimiento de que el régimen ni era
dictatorial ni su gobierno perfecto. Sin elecciones por delante, ni los
partidos tendrían de qué ocuparse ni sus militancias y adherencias en qué
distraerse. La energía contestaría, que ya hervía, podría desatarse sin
cortapisas, a sus anchas. Los partidos, para fortuna de la sociedad civil,
hacían mutis.
Es preciso señalar que al darle libre cauce a
dicha energía, la única capaz de derrotar y expulsar a la dictadura, como han
insistido en señalarlo Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma,
ésta debió derribar muchos, muy prestigiosos y afamados tajamares de contención
de la propia élite mediática y política de la oposición electorera. La
indignación causada por las Guarimbas – el único instrumento eficaz, de fácil
construcción y sin otros costos que la voluntad, la decisión y el coraje de la
juventud revolucionaria venezolana – sacudió a comunicadores, columnistas,
parlamentarios y dirigentes políticos de la oposición. Que conminaron a “los
guerrilleros” de las guarimbas a que se fueran a incordiar a otro país, que reclamaron
escandalizados por poner en riesgo las vidas de jóvenes manifestantes, que
“ellos jamás tendrían la irresponsabilidad de cometer”, que acusaron a quienes
promovían tales acciones de precipitarse a acciones violentas sin que
estuvieran dadas las condiciones objetivas, que auguraron una rapidísima
extinción de las acciones y que hasta se burlaban por su elitismo exclusivista
y excluyente, apenas concentradas en el Este de Caracas. Escuché a muchos
dirigentes políticos de las organizaciones ya tradicionales, así nacieran al
fulgor del asalto del chavismo, y a no pocos comunicadores súbitamente agriados
preguntar escandalizados por qué los guarimberos no salían de la Plaza Altamira
y se iban a Catia o a Caricuao. Ahora no era Internet el que no subía cerros.
Tampoco lo haría la protesta revolucionaria.
La incomprensión y el rechazo fueron
mayoritarios y cundieron entre los sectores acomodados de la clase media. Hasta
que la sangre derramada vino a demostrarles que esos jóvenes estaban dando sus
vidas por la democracia que desde esos feudos comunicacionales se reivindicaba
a diario dientes afuera. Que la sangría de nuestra juventud constituía el
sacrificio de toda una nueva generación que no toleró más lo que nuestros
mayores, viejos próceres y ex candidatos presidenciales, no habían trepidado en
pasar por bajo cuerda para ir a sentarse ellos o sus mandados con el sátrapa en
Miraflores. Hasta que, para inmensa, gigantesca sorpresa, de los apaciguadores,
paniaguados y acomodados del sistema la opinión pública internacional vino a
ponerse de parte “de los guarimberos” y desde Ucrania a los Estados Unidos se
levantó una ola incontenible de solidaridad con las luchas, no de esos mártires
y la generación del 14, de Leopoldo López prisionero, María Corina maltratada o
Antonio Ledezma en solitario sino del pueblo venezolano. SOS Venezuela. Que
hayan sido Madonna, Rihanna, Ricky Martin, Rubén Blades, Chayanne, Jared Leto y
grandes figuras de Hollywood y el espectáculo de fama mundial, acompañados por
los “guerrilleros” ucranianos, quienes universalizaron nuestras luchas habla a
favor de los nuevos tiempos. La imaginación de la protesta, uno de los aspectos
conmovedores de esta revolución democrática, supo activar las ansias
libertarias del planeta.
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Contrariando todas las previsiones,
derribando todos los diques de la incomprensión, echando por tierra taras y
prejuicios inveterados de una clase política exangüe, anémica, carente de
imaginación, de grandeza y coraje, un llamado de Leopoldo López y de María
Corina Machado, oportuna y generosamente respaldado por el político de mayor
jerarquía, experiencia y categoría de la tradición democrática venezolana,
Antonio Ledezma, había puesto en pie la mayor insurrección popular de que
tengamos memoria desde los notables sucesos del 23 de enero de 1958.
El país ha sido conmovido hasta sus
cimientos. Ya nada es como parecía. Las tripas del régimen se desangran a vista
y conmoción del mundo que nos observa estupefacto. Y admirado. Corren las
cancillerías a ver cómo logran ponerle atajo a lo que ya luce como inevitable:
la salida del poder del encargado de los Castro y salvan lo poco que pueda
salvarse de este naufragio. Lo hacen no sólo por espíritu de cuerpo. Saben que
este huracán libertario podría extenderse por América Latina, como en su
momento sucediera con la Primavera Árabe. Pues como nos lo acaba de recordar en
un conmovedor artículo Laureno Márquez, el aleteo de la mariposa que echo a
volar en los Andes venezolanos puede provocar un tsunami incalculable en las
pampas argentinas. No hablemos del causante primordial de esta tragedia que
subiera a escena hace tres lustros: la abyecta tiranía cubana.
Se acomodan los partidos tradicionales, que
aún no logran dominar la situación y sentirse a sus anchas. Sus problemas no se
resuelven con cambalaches de militantes que buscan ubicarse en mejores puestos
de la tribuna de este espectáculo sin precedentes. Por ahora el protagonismo
está en la arena del duro batallar del día a día. No en las secretarías
generales o en las curules. De allí saldrá seguramente la generación política
de recambio, las nuevas ideas y la nueva dirección que se le imprima a un país
que quiere renacer de sus cenizas. Pues el 12 de febrero constituyó un giro
copernicano que nada ni nadie podrá detener.
Está naciendo la Venezuela del Siglo XXI.
Tendrá que echar por la borda sus viejas taras y sus añejas certidumbres. Está
compelida por la historia a modernizarse en todos los ámbitos de su vida como
sociedad. A comenzar su nueva andadura con un proyecto de nación moderna y auto
sustentable. Libre de la miseria y la ignorancia, el estatismo esclavizador y
el compadrazgo politiquero. A ser productiva, laboriosa, cívica y respetuosa de
las leyes. Poderosa en el ámbito regional e intraficable en el mercado de las
hienas que esperan al acecho.
Sólo me cabe recordar los versos de una
maravillosa canción compuesta por un compañero de generación mientras estudiaba
en Berlín hace medio siglo: you may say I’m a dreamer, but I’am not the only
one (usted puede decir que soy un soñador, pero no el único). Le respondería con otra frase excepcional, que acuñara nuestra bienamada
María Corina: Somos mayoría. Que Dios nos acompañe.
Antonio
Sánchez García
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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