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LULA Y CASTRO VERDUGOS DE LAS DEMOCRACIAS |
Muy
pocos analistas políticos advirtieron en su momento fundacional –corría el año
de 1990– las verdaderas intenciones del sindicalista Lula da Silva, del Partido
de los Trabajadores del Brasil, al organizar, conjuntamente con Fidel Castro y
el Partido Comunista de Cuba, el llamado Foro de Sao Paulo. El derrumbe de la
Unión Soviética consumado tras la caída del Muro de Berlín había conducido a la
precipitada e insólita presunción de que con la desaparición de la URSS y la
hegemonía sin contrapesos de Estados Unidos como única gran potencia en el
escenario mundial cesarían como por arte de magia los conflictos entre las
naciones y, lo que rayaba en el absurdo, al desaparecer los conflictos
desaparecía el motor de la historia. Lo que llevaría al analista Francis
Fukuyama a declarar oficialmente el fin de la historia en un libro altamente
polémico y best seller del mismo nombre.
¿Cuáles
eran esos propósitos? Llenar el vacío dejado por la desaparición de la Unión
Soviética como principal sostén material del comunismo mundial y del PCUS, su
partido, como faro ideológico y político de los partidos afines en América
Latina. Una operación de alto calibre, orientada a responder a la confundida
feligresía de la izquierda marxista hasta entonces controlada por el eje La
Habana-Moscú y huérfanos de toda dirección estratégica. Agudizada dicha crisis
por la derrota sufrida desde los años sesenta-setenta por la política
expansionista del régimen cubano y su control de los factores más radicalizados
de la izquierda socialista latinoamericana.
La
importancia de Lula da Silva y su equipo de asesores provenientes del
trotskismo, radicaba en la comprensión de un fenómeno crucial impuesto por la
brutal derrota de la vía armada: la necesidad de imponer una línea pacífica,
constitucional y electoralista, aparentemente anticomunista e inmanente al
sistema, flexible y adecuada a las características específicas de cada nación,
de modo de apoderarse de los respectivos Estados desde dentro de sus
instituciones y actuar en función del campo de maniobra que dejaran las crisis
de los respectivos sistemas de dominación que preveían o habían decidido
precipitar. Lula lo expresó sin ambages, al señalar en algunas entrevistas que
aun siendo comunista, como su hermano, tenía perfectamente claro que como
comunista sería inmediatamente rechazado por la sociedad brasileña: inventó al
efecto el Partido de los Trabajadores. Y se travistió de demócrata impoluto,
independiente y progresista. Distante del marxismo y héroe de la pobreza, de
donde provenía. Adecuando todo su accionar interno a no ir en sus
reivindicaciones populares ni un centímetro más allá de las coordenadas que le
dictaban unas instituciones fuertemente asentadas tras la caída de la
dictadura. Particularmente sus ejércitos y su potente empresariado.
Por lo menos en Brasil, pivote del Foro y desde antaño centro de ambiciones subimperiales de su élite dominante, el PT no osaría reclamar en lo inmediato el control absoluto, unidimensional y tendencialmente totalitario del aparato de Estado. Otro sería el cantar para aquellas naciones del subcontinente en las cuales el esfuerzo forista se encaminaría a subvertir las estructuras y avanzar hacia un socialismo de nuevo cuño: la revolución bolivariana.
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La
primera pieza del ajedrez regional a conquistar por el Foro de Sao Paulo sería
Venezuela. Joya de la corona de las ambiciones de Fidel Castro debido a su
posición geoestratégica privilegiada hacia el Caribe y Estados Unidos, al mismo
tiempo que corredor natural hacia la región andina y amazónica; dueña de
recursos petroleros como para financiar la gran operación de reconquista que
planeara desde mucho antes del asalto al poder en 1959 y en situación
suficientemente crítica como para asestarle un golpe mortal a su sistema
político y apoderársela en un audaz golpe de mano, como los que pusiera en
práctica para apoderarse de Cuba con una docena de aventureros.
El
golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 vino a colmar sus pantagruélicas
apetencias de poder imperial con los clásicos golpes de suerte que acompañan a
los tiranos. Inconsciente del trasfondo filocastrista de su principal
protagonista, comenzó por desautorizar el golpe considerándolo una boutade de
los carapintadas, respaldando al socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, con el
que fraguara cierta discreta relación tras décadas de antagonismos. Pero muy
pronto se le revelarían las gigantescas perspectivas que se le abrían a él y al
Foro si cooptaba al teniente coronel para su causa. Bastó un encuentro en La
Habana, rápidamente concertado tras la puesta en libertad del golpista
venezolano, para que no solo lo cooptara, sino lo convirtiera en un hijo
putativo, debido a sus megalómanos trastornos psicopáticos manipulable hasta el
delirio, irresponsable e irreflexivo y dispuesto a entregarle no solo el
petróleo venezolano, sino Venezuela entera. Con soberanía y todo. Incluso su
vida, como en efecto. Nació el proyecto estratégico de lo que algunos analistas
han dado en llamar Cubazuela. O Venecuba.
Poco importa que al llegar la hora de la fragua, incluso constitucional, ese rocambolesco engendro fracasara sin remedio. La oposición venezolana a tan delirante proyecto de refundación nacional obligó a seguir transitando los caminos verdes del neofascismo forista. Utilizando a las decadentes élites políticas, artísticas e intelectuales del castrismo congénito al establecimiento venezolano habrá favorecido la defenestración de Carlos Andrés Pérez y, promoviendo el sistemático hundimiento del sistema político puntofijista, el fulgurante asalto al poder de la cría más promisoria de su criadero.
No
desperdiciaron un segundo los Castro y los líderes del Foro, Lula, jefe de la
supuesta “nueva izquierda”, a la cabeza de una izquierda real comprometida con
la estrategia castrocomunista, en apoderarse del petróleo venezolano, en primer
lugar, de las instituciones jurídico-políticas, en segundo lugar, y de las
fuerzas armadas venezolanas, en tercer lugar. Para montar una dictadura de
nuevo cuño, travestida de democracia de nueva izquierda, para dar los zarpazos
consiguientes, siguiendo el mismo esquema, convertido en estrategia de asalto
al poder continental: generar graves crisis de gobernabilidad, quebrar la
estabilidad institucional, apoderarse de las palancas del poder mediante
elecciones plebiscitarias, montar asambleas constituyentes y terminar por
construir un sistema de poder continental que partiendo de la conquista del
poder en Venezuela se expandió gracias al uso de sus gigantescos recursos
petroleros a Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Argentina y Uruguay. Estando a un tris de conquistar
México, Perú y Colombia. Llegando a controlar y desplazar a la OEA, en manos
del socialista chileno José Miguel Insulza, principal organismo multinacional
de la región desde 1947, para montar su propio parapeto de poder regional: la
Unasur, el ALBA y la Celac.
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Esta
vasta operación de alta política geoestratégica desmiente en la forma más
categórica la supuesta existencia en nuestra región de las dos izquierdas y las
diferencias de fondo que se les pretende endosar: una democrática, lulista,
progresista y democrática, y otra dictatorial, represiva, conservadora, real y
castrochavista. Es más, y ello reviste una gravedad absolutamente ignorada o
menospreciada por los grandes poderes hemisféricos: esa realidad bifronte que
es la izquierda latinoamericana en cualquiera de sus dos caras, hoy
absolutamente dominante en la región, ha logrado limar las asperezas, temores e
inhibiciones de los partidos auténticamente democráticos –de centro o de
derecha– que han permitido ser ideológicamente manipulados y desplazados del
control del contexto regional y han aceptado de buen grado su convivencia sin
hiatos ni contradicciones con regímenes tan abiertamente dictatoriales y
antidemocráticos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Frente a los cuales
cualquier invocación a la Carta Democrática de la OEA, de Unasur o de la Celac
es risible letra muerta.
Esta
vasta operación de control geoestratégico condujo a una de las situaciones más rocambolescas y
bochornosas de la historia reciente de América Latina: mientras Cuba y
Venezuela, convertida en una colonia de los Castro, se preparaban para
enfrentar los gravísimos sucesos que hoy sacuden a Venezuela entera y bien
podrían llevar a una escalada sin precedente de las tensiones prebélicas en un
país latinoamericano, haciendo más brutal y más implacable la subordinación
dictatorial del país petrolero por las fuerzas represivas cubanas que
intervienen abiertamente en nuestro país, 32 presidentes latinoamericanos
elegidos democráticamente en procesos comiciales justos, equitativos y
transparentes, se abrazaban en La Habana con Raúl Castro y el hombre del
gobierno cubano en Caracas, según titular a todo lo ancho de Fidel Castro,
quien señalaba en el Granma sin el menor tapujo: “Sin el petróleo venezolano la
revolución fracasará. Maduro es nuestro hombre en Caracas…”.
El
abrazo de Sebastián Piñera con Raúl Castro en ocasión de la cumbre de
presidentes de España, América Latina y el Caribe celebrado en Santiago de
Chile, tras 40 años del letal antagonismo que condujera a la peor tragedia
vivida por el país austral en su historia, pareció borrar ese sórdido y
paradigmático capítulo de enfrentamientos entre la tiranía cubana y la
democracia chilena. Selló un acuerdo de inmensas implicaciones: Cuba parecía
encaminada a reconciliarse con las democracias latinoamericanas. Sin embargo,
bastó un remezón de la oposición venezolana para que volviera a despertar el
tiránico monstruo caribeño, más totalitario, más represivo y más brutal que
nunca antes. Pero lo hace ante un continente controlado por la tiranía,
obsecuente con todos los abusos totalitarios del régimen castrista, ciego,
sordo y mudo ante los trágicos sucesos de Caracas. Salvo los ex presidentes
Uribe, Arias y Toledo, el resto parece ignorar la dimensión de lo que está en
juego. La apatía regional es tan desconcertante como lo fuera la europea ante
el asalto de Hitler al poder de Alemania.
No
solo no ha habido diferencia alguna en las reacciones de gobiernos abiertamente
autocráticos, representante de la izquierda real, y los supuestamente
democráticos de la nueva izquierda, desarmando las supuestas diferencias de
fondo entre ambas caras de la misma moneda. Lo trágico es el silencio de
aquellos en los que un sensato observador de nuestras penurias podría encontrar
ideas de centro, de centroderecha o directamente de derecha.
Esta práctica catalepsia ideológica y política inducida desde el Foro de Sao Paulo encuentra trágicos ecos en una dirigencia inexperta, ignorante y fácil presa de patrañas y embaucamientos como la nuestra: los más importantes líderes de la oposición venezolana han escogido al trotskista Lula da Silva como ejemplo a seguir. Aún no se enteran de que es el verdugo que los lleva al cadalso.
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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