En
Venezuela donde el que critica es un perturbador del estado de complacencia
general, resulta suicida ejercer la función intelectual organizada de pensar en
contra, como definía la crítica el
filósofo español Ortega y Gasset
El
crítico venezolano, es para muchos, un resentido social, tiene intereses
particulares, o simplemente no está en la rosca. Se confunde la conciliación,
término de moda, con la prudencia, por encima de la sensatez alcanzada a través
de la opinión crítica. De esta forma, la crítica se desvirtúa sin necesidad de
argumentar y todo termina en la transacción que evidentemente no genera
evolución.
La
apología de la crítica la han hecho antes muchos autores. Mi padre, gran
intelectual e historiador decía que le tienen pavor a la suavidad intelectual y
que el rigor implacable de las mentes es la principal virtud de la vida
pública, la más añorada en Venezuela y la que más nos falta en estos tiempos
difíciles.
Estamos
acostumbrados a matizar con delicadezas las cosas directas para que no parezcan
duras, cambiando en el estilo la verdad de lo afirmado. Con ello caemos en la
tolerancia exagerada, extremada y recargada basada en la simpatía general, lo
cual es simplemente complicidad. Estamos negociando vulgarmente la crítica y
creemos que es política hacerlo, como parte de la descomposición moral y ética
que nos aqueja.
Nos
gusta el unanimismo, el adocenamiento, el orden de las cosas que permite que
los que están influyendo en la cosa pública, tengan razón siempre sin tener que
ejercer una función intelectual de calidad. Convertimos en víctimas a los
equivocados y así terminamos eligiendo ministros, viceministros, gobernadores,
alcaldes y de pronto hasta un presidente
iletrado y malhablado.
Por
el contrario las democracias occidentales evolucionadas, no toleran los estados
de quietud y tienen el hábito de contrariar las convicciones simples,
convencidas que la crítica no frena el desarrollo sino que lo estimula, y que
su ausencia es un grave signo de decadencia.
Pero
claro, ¿quién se arriesga a contradecir al cacicazgo, a la mafia, a la caterva,
a criticar un ordenamiento que nunca existió pero que se ha institucionalizado
como piñata en rebatiña de la cual, en proporciones diferentes, todos retiran
su parte?
Sin
embargo, para ejercer la función intelectual de pensar, (Pienso luego existo),
la inteligencia debe ser libre y no dependiente. Mientras exista temor de
criticar habrá dependencia y la pasividad contemplativa dejó de ser hace mucho
tiempo una virtud de los prudentes para convertirse en un signo de incapacidad
intelectual. ¡QUÉ TRISTEZA!
britozenair@gmail.com
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