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domingo, 2 de febrero de 2014

TRINO MÁRQUEZ, LA VERDADERA SEGUNDA INDEPENDENCIA

      El discurso de Nicolás Maduro en la Asamblea Nacional fue vaporoso y anodino. Estuvo muy por debajo de las expectativas que el país se había creado. 
        Tal como lo señaló el comunicado de la MUD, evadió los grandes problemas económicos  nacionales: la deplorable situación de PDVSA y de las empresas de Guayana, la escapada del dólar paralelo, el fracaso del control de cambio y el control de precios como anclas para defender las reservas internacionales y someter  la inflación, la escasez y el desabastecimiento, el subsidio desmedido a la gasolina, el fracaso de las empresas confiscadas y reestatizadas para elevar la producción y la productividad, el déficit fiscal, las fallas eléctricas. 
       
Su intervención parecía la de un gerente de personal o de administración de una empresa: fulano de tal ahora desempeñará (de nuevo) tal cargo y perencejo, tal otro; este organismo se fusionará con aquel, y ese con el de más allá. Kafka podría haber incluido esa pieza oratoria como soporte de El proceso, extraordinaria descripción de la incuria burocrática.
         ¿Por qué fue tan insípida su alocución si 2014 no es un año electoral y el costo político de tomar medidas duras, aunque inevitables, sería relativamente bajo, y dispondría de suficiente tiempo para recuperar su imagen para las elecciones legislativas de finales de 2015? ¿Por qué no encaró los verdaderos nudos críticos del aparato productivo nacional con proposiciones concretas y viables? Una razón podrá hallarse en su vieja formación ideológica en la Liga Socialista, frente legal de la entonces proscrita Organización de Revolucionarios (OR), desprendimiento del MIR de los años sesenta. Maduro fue un aguerrido militante marxista que se nutrió del pensamiento del Che Guevara en la Cuba de los 70, cuando el culto al Guerrillero Heroico causaba furor en la isla.
         Otra causa se relaciona con el equilibrio de fuerzas entre marxistas ortodoxos y socialdemócratas pragmáticos dentro del Gobierno y el PSUV. Maduro se ve obligado a moverse como un equilibrista entre esas dos facciones. 
               La primera reclama un socialismo más estatista, más colectivista y más apegado al canon leninista-maoísta. La segunda posee un tinte más pragmático. Entiende que China giró de Mao a Deng, no porque el Gran Timonel al final de sus días hubiese sido un viejo verde a quien le gustaba retozar en su amplia habitación con jovencitos de ambos sexos, sino porque su tozudez anticapitalista y antimercado condujo al gigante asiático a la ruina más ominosa. Esta ala pareciera que desea impulsar cambios que pongan la economía a tono con los desafíos impuestos por la globalización, pero no consigue el respaldo decisivo del nuevo jefe de la revolución, quien sólo militarizó los organismos económicos con la esperanza de que los uniformados eviten llegar al colapso total y con el propósito de comprometerlos con el fracaso, cuando este ya sea inevitable (como ocurrirá si sigue los consejos de Giordani).
         La razón más importante por la cual el discurso fue tan etéreo reside en la presencia fantasmal de los hermanos Castro y el nexo tan fuerte que lo une a los cubanos. Maduro no es el secretario  ideológico del PSUV. A pesar de su apego al Che y a Chávez, su reto no consiste en lograr que el socialismo marxista mantenga la pureza en Venezuela, sino en preservar el poder, llegar a 2019 sano y salvo, y entregarle la banda presidencial a un compañero de partido o conservarla él mismo. Para lograr estos objetivos tan terrenales está convencido de que necesita la ayuda de los cubanos y la asesoría de ese par de mentes diabólicas encarnadas en Fidel y Raúl Castro. 
          Esa asesoría cuesta mucho dinero medido en barriles de petróleo. El país, especialmente la oposición, sabe que el subsidio a los tiranos es gigantesco y que si se suprime, los recursos liberados servirían para estabilizar las cuentas fiscales. No habría necesidad de aplicar una terapia de choque. Esta verdad la conoce también Maduro, por eso no se atreve a adoptar las medidas que pondrían en orden las cuentas internas. El pueblo no entendería por qué tiene que sacrificarse, mientras el Gobierno les regala el petróleo a los ancianos dictadores. A la oposición le daría poderosos argumentos para la denuncia y el ataque. La subordinación a los Castro opera como una camisa de fuerza que inmoviliza al Gobierno y lo arrastra a actuar por inercia, sin capacidad para tomar decisiones autónomas. Apenas se atreve a anunciar unas medidas de políticas cambiaría que en nada corrigen los desajustes existentes.
         Venezuela volverá ser Independiente cuando se libere del yugo de Cuba.
         @trinomarquezc

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