A
riesgo de echarme encima a la mitad o más de los que militan políticamente por Internet,
es pertinente emitir opinión sobre este renacer de los llamados radicales
dentro de la oposición. Sobre los exagerados del lado oficial también habría
que decir, y mucho, pero el peso de las circunstancias económicas que ellos
mismos transformaron de bonanza en pavorosa crisis los tiene agazapados y, por
lo tanto, de ellos no hay que ocuparse, por ahora.
Lo
cierto es que luego del resultado electoral del pasado diciembre y de haberse
desatado el inicio de una recesión económica y social, cuya profundidad y
temporalidad provoca vértigo, algún estratega, de esos mismos que orientaron a
la Coordinadora Democrática desde el golpe de abril hasta el llamado a la
abstención en las elecciones parlamentarias de 2005, vuelven a calentarles las
orejas a más de una doña harta de tanto abuso, a los señores desesperados por
el pasar de los días y de tanto muchacho fogoso que supone que en sus manos
está el porvenir de la patria, porque, de lo contrario, no encontrará futuro
aquí en su propia casa.
La
culpa no es del ciego, sino de quien le da el garrote. No son los pocos
venezolanos que salen exaltados a las calles, y que ven con frustración que las
masas no los acompañan, los responsables, y mucho menos los culpables, de
estupideces como los insultos a la delegación cubana a la Serie del Caribe en
Margarita, el intento de volver a trancar calles sin ningún otro motivo que lo
malo que está todo, o por la reedición de ideas que propusieron personajes que
ya están de vuelta con el gobierno y que en su momento, en su pasantía por la
oposición, inventaron aquello de la marcha sin retorno.
Si
la historia sirve para enseñar algo, hay que recordarles a los venezolanos que
prestan atención a los dirigentes que se dicen radicales, que mientras fueron
las acciones insensatas las que condujeron a la oposición, en esos mismos años
(2002-2005 para los desmemoriados) fue cuando el gobierno amasó más poder
económico, representativo y militar.
Fue
en esos años de radicalismo cuando los espacios democráticos lo perdieron todo.
No fue sino después de 2007, cuando comenzaron a coordinarse las acciones de
los partidos políticos, cuando se optó por la senda democrática y se creó la
unidad, que se salió a la calle, no a incendiarla, sino a encontrase con el
venezolano y explicarle, desde el punto de vista de lo civil, republicano y de
avanzada, cuáles podían ser las salidas para el país, más allá de la
dependencia mesiánica o de la sumisión petrolera.
Cuantitativamente,
y en votos (no desde el “a mí me parece”), la unidad democrática no ha dejado
de crecer y aun con sus baches, y con las obscenas maniobras de quienes están
dispuestos a todo con tal de no dejar el poder, ha logrado reducir los espacios
y hacer perder influencia a quienes están a tirito de pasar a las duchas.
Es
por ello que el ataque a la unidad, el intento de desconocer o desacreditar a
sus principales líderes, y sustituirlos por una agenda de violencia y
radicalismo histérico, puede hacernos perder lo que con tanto trabajo se ha
recuperado y ganado en los últimos años.
Pero
más allá de las opiniones propias o ajenas, la ruta electoral y democrática
sigue vigente porque el país prefiere ese camino que la agitación, el desorden
y la incertidumbre de los insensatos que, por desespero o apetencias personales,
quieren acelerar un cambio que el país, al menos por ahora, no está dispuesto a
que ocurra por una vía distinta a la de la paz.
Si
no lo cree, pregúntele a la inmensa mayoría de venezolanos por qué no le hacen
el menor caso al llamado de los radicales y por qué deploran sus últimas
acciones.
lespana@ucab.edu.ve
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