Ante el difícil panorama de confrontación que
hemos vivido, evocar la reconciliación podría percibirse como una idea ilusa o
bastante engañosa. Pero hay que hacerlo, nos urge repensar el contenido de
aquellos valores que postulamos como necesarios e indispensables para la
convivencia.
La reconciliación presupone haber asumido la firme convicción de que toda violencia es, por principio, inútil. La confrontación violenta es el escenario menos provechoso para la construcción de toda sociedad.
Recordaba Juan Pablo II: “la violencia jamás
resuelve los conflictos, ni siquiera disminuye las consecuencias dramáticas”.
Apostar por la violencia es, pues, apostar por un camino sin salida cuyo
espiral no se sabe dónde culmina y cuántas víctimas llevará consigo. La lógica
de la violencia termina por no distinguir entre los que la originan (para
mantener o alcanzar cuotas de poder) y aquellos que la padecen. Debemos
entender que “la violencia es siempre inaceptable”, recordaba Benedicto XVI en
Asís. En esa misma intervención, el Papa hacía referencia a las causas que
animaron la caída del muro de Berlín que dividía a Alemania en dos mitades;
entre esas causas que animaron la caída del tortuoso muro, denotaba el Papa, se
encontraba que “el deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los
armamentos de la violencia”.
Nos urge avivar el deseo de reconciliación y
libertad. Evocar la paz no es suficiente, Juan Pablo II indicaba: “que nadie se
haga ilusiones que la simple ausencia de guerras, aun siendo tan deseada, sea
sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz si no viene acompañada de
equidad, justicia y solidaridad”.
La paz tan deseada en nuestra realidad será
producto de un verdadero esfuerzo de reconciliación que tenga como fundamento
la equidad, la justicia y la solidaridad. Sin estos fundamentos toda iniciativa
de reconciliación quedará de antemano desacreditada como una forma superficial
de equilibrio en el poder.
Una supuesta iniciativa de “reconciliación” que
parta de la negación de la existencia del otro y sus justos derechos, aun por
contrarias que puedan ser sus ideas o posturas, solo puede derivar en una nueva
forma de sumisión.
Al decidirnos por la reconciliación nos asaltan las dudas: ¿por dónde empezar? Ella es lo más parecido a un rompecabezas, nunca se nos otorga como una obra ya realizada o un producto final hecho para nuestro consumo.
La reconciliación se construye en y desde lo
complejo de nuestra realidad; y exige la agudeza de la mirada y la necesidad de
entrever las piezas que la conforman. Sin duda alguna entre esas piezas que
configuran el rompecabezas de la reconciliación están la verdad, la equidad, la
justicia y la solidaridad; sin ellas la reconciliación será una pieza suelta o
una simple voz pero sin forma alguna en el dificultoso contexto de nuestra vida
hoy y aquí.
felixpalazzi@hotmail.com
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