"Mis metas en la vida siempre fueron ser un pianista en un prostíbulo o ser político. ¡Y para decir la verdad, no existe gran diferencia entre las dos!" Harry S. Truman
Cuando
mi abuelo describía una situación totalmente desordenada, siempre decía “un
prostíbulo (en verdad, usaba otra palabra) sin madama” ya que, cuando ésta
estaba presente, todo era prolijo y eficiente. La Presidente, como patrona de
este desquicio, se ha mostrado, al menos, ineficaz en su elección del equipo a
quien ha encomendado la pública conducción del país y, sobre todo, de su
economía.
El
absurdo cachivache en que doña Cristina y su nuevo valido, el Bambino Kiciloff,
secundado curiosamente por el ridículo Coqui Capitanich, han convertido a ese
esencial sector, continúa deteriorándose al ritmo de la caída de las reservas
–US$ 2.500 millones en enero- y de la ya imparable inflación. Haber encargado
la trascendente tarea a un joven que jamás ha trabajado y cuyos lauros
académicos se reducen a estudios sobre marxismo, convierte a la viuda de
Kirchner, más allá de su genocida e impune corrupción, en una verdadera
“patricida”; sin dudas, pasará a la historia, con su fallecido marido, por
haber batido todos los records en materia de latrocinios y por haber
desperdiciado la mejor oportunidad internacional en casi un siglo.
El
viento de cola está cambiando rápidamente de cuadrante y, en algún tiempo,
soplará de frente y es probable que la mala praxis –por ignorancia, ideología y
voluntad de daño- del matrimonio imperial nuevamente contagie a otras latitudes
con el “efecto Tango”. Las inversiones extranjeras directas, que tan
beneficiosas han resultado para países con conducciones políticas tan disímiles
como Ecuador, México, Chile, Uruguay, Paraguay, Colombia y hasta Brasil,
llenando sus arcas de dólares, permitiéndoles desarrollar su infraestructura
por la vía de endeudamiento barato y a larguísimos plazos, y contar con
herramientas contracíclicas para los malos tiempos, obviamente brillan aquí por
su ausencia; las duras notas publicadas estos días en todos los medios del
mundo sobre la administración de doña Cristina actuarán como elementos disuasivos
aún para los más propensos al riesgo.
Debemos
mucho al Club de Paris, y la payasada del viaje del Bambino no destrabó una
situación que lleva más de doce años. Pero, además, tampoco hemos conseguido
cerrar con Repsol la forma de pago de la indemnización por la confiscación del
51% de YPF; la compañía pide, para arreglar, que el Banco Central garantice la
deuda con reservas o que se efectúe con bonos de la deuda soberana española,
que también requeriría un desembolso imposible. Así las cosas, ni siquiera los
gigantescos esfuerzos del Mago Galucchio podrán resultar en inversiones reales
para la petrolera nacional; sólo Chevron prometió poner sus inmovilizadas
ganancias, con leoninas garantías, a cambio del levantamiento del embargo que
pesaba sobre sus cuentas por un fallo de Ecuador. La razón es muy simple:
Repsol amenaza con demandar a quien invierta en el país antes de que su propio
entuerto esté solucionado.
El
pseudo equipo económico se ha transformado en motivo de risa y preocupación
generalizadas en el mundo, por la falta de un plan coherente y, sobre todo, por
la adopción de permanentes medidas, aisladas y contradictorias, que son dejadas
de lado inmediatamente. La ciudadanía ha comenzado a preguntarse si lo que está
pasando no formará parte de un proyecto de intencionada destrucción, al estilo
de Hitler ordenando a sus generales incendiar Paris. Porque, debemos coincidir,
resulta harto difícil explicar qué se hace y, especialmente, por qué, y eso
tiene su reflejo directo en la confianza en la conducción política y en las
expectativas de la población, que reacciona huyendo del peso y refugiándose,
cuando puede, en el dólar.
Ni
los “precios cuidados”, ni la represión policial ni el análisis de costos,
rubro por rubro, que el Gobierno promete hacer sobre cada uno de los infinitos
procesos e insumos que componen cada producto terminado, funcionarán esta vez,
como nunca lo han hecho en el pasado. Tal como dijera Einstein en su famosa
frase, “pretender, haciendo lo mismo, obtener resultados diferentes, es un
síntoma claro de locura”. Cuando, hace más de un año, dije que la inflación
llegaría en 2013 al terrible 30%, muchos dudaron; pronostico para este año un
piso del 40%. En la medida en que ese flagelo golpeará, como siempre, a los más
pobres y que, en estas condiciones, el Gobierno no podrá sostener un aumento
similar en los planes sociales y en los salarios, también es fácil predecir
enormes conmociones sociales.
Ahora
bien, y a riesgo de caer en la reiteración, me pregunto: si el ajuste en el
gasto público, en la emisión y en las tarifas ya resulta inevitable, ¿es bueno
esperar, cualquiera sea el costo, que la crisis terminal le estalle en las
manos a la Presidente, aunque eso signifique mayor miseria para muchos
argentinos o, por el contrario, sería mejor destituir constitucionalmente al
Gobierno ya mismo y perseguir, con la ley en la mano, a los corruptos? Los
políticos que aspiran a sucederla son cobardes y profundamente remisos a
hacerse cargo ahora de la nave gubernamental, por los riesgos que ello implica,
pero esperar hasta 2015 hará que lo que encuentren entonces será muchísimo peor
que lo actual y las herramientas de las que dispondrán para enfrentar la situación
serán muchos menos poderosas.
A
mi modesto entender, sería mucho más útil para el futuro de la nación que ya
mismo asumiera un gobierno capaz de plantarse frente al mundo, con instrumentos
capaces de generar confianza, y accediera a los mercados de capitales antes que
el viento termine de bornear y se ponga de proa a los países emergentes. No es
necesario inventar nada, pues ya lo han hecho varios vecinos que, ante
drásticos cambios de signo político en su conducción, pusieron en marcha
medidas que les permitieron conservar la mirada global favorable a sus
economías; me refiero, otra vez, a Chile, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Perú y
Brasil.
Es
decir, lo urgente es recuperar la seguridad jurídica, traducida en el
irrestricto respeto a la ley y a los contratos, puesto que con ella todo será
posible y, sin ella, nada lo será. Cuando ésta exista, hasta nosotros mismos
miraremos a la Argentina con la vista puesta en sus inmensos recursos y en su
capacidad de crear futuro para todos sus habitantes, y volverán nuestros
enormes ahorros que hoy se encuentran en colchones y en cuentas en el
extranjero.
En
cambio, si continuamos en esta senda de decadencia generalizada (moral, social,
política, institucional), el país dejará de merecer su misma existencia. Las generaciones
venideras nos exigen asumir con coraje y con honestidad la pesadísima tarea de
la reconstrucción de una sociedad crispada y enfrentada y de una nación a la
que, hace menos de cien años, el mundo entero imaginaba entre las primeras del
globo.
La
ciudadanía, con estos reclamos unificados, ha comenzado a convocarse para el
jueves 13 de marzo, en Plaza de Mayo y en todas las ciudades del país, con la
esperanza de que los opositores, finalmente, se pongan los pantalones, asuman
los riesgos y dejen de jugar con el futuro común.
Enrique
Guillermo Avogadro
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
Twitter:
@egavogadro
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