Las
fechas no hacen la historia, pero su periódica conmemoración le da sentido de
pertenencia a una colectividad determinada. Espiritual o simbólicamente,
definen el mapa de lo que somos y cumplen, de paso, una tarea de pedagogía
política.
A mi juicio, el 23 de Enero forma parte de nuestras fechas
fundamentales, tanto como el 19 de Abril o el 5 de Julio. Ese día de 1958, los
venezolanos salieron a dar al traste con el régimen militar más rico y mejor
equipado de América Latina. Es una fecha fundamental porque tiene la virtud de
unir. No caben las diferencias ante algo que está por encima de tales fechas. Y
en caso de que existieren diferencias frente al 19 de Abril, el 5 de Julio o el
23 de Enero, estas suelen contraerse a su interpretación histórica, es decir,
cuando se ven sometidas al estudio y el análisis, pero jamás en cuanto a su
valor integral.
Pero
así como existen fechas fundamentales, hay también las fechas contingentes. El 4
de febrero continúa pujando por convertirse en fecha fundamental y no tendría
nada de extraño que, por contraste a esta reciente y melancólica representación
que tuvo lugar el pasado el 23 de enero, el gobierno haga un nuevo, festinado y
costoso intento por entronizar el 4-F en los días venideros. Pero el 4 de
febrero es una fecha contingente. Es contingente porque divide a los
venezolanos. Es lógico que esa fecha sea conmemorada por la facción política
que nos gobierna; pero, para la otra mitad del país, es fecha que encierra la
derrota de un proyecto armado contra un régimen de libertades. Cuesta que, ante
el 4-F, el país se empine por encima de sus diferencias como ocurre con el 23
de Enero.
De
hecho, aun en tiempos de Chávez, había voluntad para marchar y conmemorar el 23
de Enero. Este año, en cambio, la fecha pasó sin pena ni gloria. Fue un simple
bostezo. Del lado oficialista, Nicolás Maduro se limitó a tributarle homenaje a
Fabricio Ojeda quien, sin restarle ninguna importancia a su actuación, no fue
el único elemento que encauzó esa coyuntura. Resulta curioso, por cierto, que,
al exaltar a Ojeda, el presidente no tuviera iguales miramientos con Guillermo
García Ponce, tan miembro de la Junta Patriótica como el primero y, de paso,
leal al proyecto chavista hasta el instante mismo de su muerte. Como se ve,
siempre se corren riesgos a la hora de singularizar. Pero es que, en el fondo,
algo revela esta actitud, y es el morbo del oficialismo por ponerles nombres y
apellidos a las gestas, por individualizar las hazañas. Curiosa paradoja cuando
el protagonista de tal hazaña debía ser, simplemente, el pueblo. A veces me
pregunto dónde queda el pueblo en esta revolución.
Antonio
Guzmán Blanco siempre celebró su 27 de abril; Cipriano Castro, su 23 de mayo;
Juan Vicente Gómez, su 19 de diciembre; Pérez Jiménez, su 2 de diciembre. Pero
solo las fechas que nos unen han perdurado en el tiempo. Las fechas
impersonales. De estas que acabo de mencionar no queda ni el recuerdo.
emondolfig@gmail.com
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