La
necesidad de recuperar la sanidad mental y espiritual que proporciona la
institucionalidad traducida en democracia y libertad, hace que los venezolanos
nos enfrentemos permanentemente con la calamitosa realidad para, aunque sea,
atisbar una salida. La mayoría de las veces el desenlace se percibe por el lado
de la economía, no porque se aplique el postulado marxista de que el basamento
económico determina el curso de todo lo demás, sino porque la marcha hacia un
colapso económico parece indetenible. La situación se hace más angustiosa
porque no parece posible que el gobierno del chavecismo quisiera, o pudiera,
aplicar las medidas económicas que lo pueden evitar.
Es inevitable redundar y
traer a colación que el régimen, con base en una politiquería barata, y hasta
infantil, disfrazada de Socialismo del Siglo XXI, y traducida en diversas
intervenciones arbitrarias, procedió a destruir la capacidad de producción del
país, tradicional y universalmente capitalista. Esto redujo la oferta nacional
y las exportaciones, y por esta vía, la generación de divisas, la cual se
terminó de contraer masivamente con la disminución de la producción petrolera,
vía ineficiencia, y de la política politiquera y personalista de exportación,
la cual sacrificó los intereses nacionales en aras de la proyección
internacional del caudillo. Por el lado de la demanda, se ejecutó un incremento
populista, politiquero, irresponsable e inmoral de la liquidez, a través de las
numerosas misiones y otras fuentes de despilfarro y corrupción, incluyendo la
claudicación del BCV, lo cual significó el obvio déficit fiscal, y, también
obviamente, la elevación de la demanda. El aumento de la demanda y la
disminución de la oferta, ambos hechos culpa del gobierno, se tradujeron
directamente en la agobiante inflación, la cual ha significado un
encarecimiento de más de 400% del costo de vida de los venezolanos desde 1999.
La insuficiencia de la oferta produjo escasez, la cual aparte de la imposibilidad
de las familias de satisfacer sus necesidades, determinó la necesidad de
incrementar significativamente la importación, y por ende la demanda de las
cada vez más escasas divisas, y la disminución del stock de reservas
internacionales. Esto, y el intervencionismo totalitario del gobierno, generó
el control de cambios y la devaluación, con el acompañamiento de la corrupción,
vía empresas de maletín por ejemplo, que surge con cualquier control
gubernamental politiquero que desequilibre oferta y demanda, como el del
cambio. La tapa del frasco fue el endeudamiento impune y descontrolado, y la
deuda pública pasó de 28 a 105 millardos de dólares desde 1999, sin incluir más
de cien millardos de dólares de deuda de PDVSA, al menos 70 de los cuales debe al
BCV. Este monto de deuda pública, uno de los varios que se han calculado ante
la falta de información con credibilidad, es equivalente a entre cuatro y cinco
veces el presupuesto nacional, un nivel sumamente crítico con relación al monto
del presupuesto nacional, al monto del PIB y al saldo de la Balanza de Pagos, y
constituye un círculo vicioso en materia de evolución de las reservas
internacionales. La conclusión es también obvia. Se impone un cambio de modelo
y de política económica que establezca un marco de estabilidad macroeconómica que signifique seguridad y
confianza para la empresa y la inversión, de modo de generar crecimiento de la
producción y del empleo, equilibrio fiscal, incluyendo lo relativo a gasolina y
empresas estatales; devaluación progresiva hasta eliminar la sobrevaluación del
bolívar, abastecimiento garantizado, recuperación de la producción petrolera,
comercio internacional acorde con los intereses nacionales y otros. Sin
embargo, también es obvio que el SSXXI no realizará estos cambios, y resulta
evidente que vamos camino al colapso económico, a desinversión, desempleo y
escasez. Se podrá negociar?
Douglas
Jatem
djatem@gmail.com
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