A pesar de los llamados internacionales para
descartar esta práctica, China es el país del mundo que más emplea la pena de
muerte para castigar variados tipos de crímenes.
Detrás de China está Irán con las más
abultadas cifras de ejecuciones. Pero la distancia que hay entre los números
del primero y el segundo se escapa de cualquier explicación razonable. Las
estadísticas disponibles para el año 2012 señalan a Irán como el segundo en
número de ajusticiamientos anuales, seguido por Irak, Arabia Saudita y los
Estados Unidos.
Los reportes sobre China evidentemente no
contienen cifras oficiales, ya que las mismas son calificadas como Secreto de
Estado. Y los reportes de Amnistía Internacional, organización que dedica
grandes esfuerzos a cuantificar esta práctica para poder desarrollar una
intensa campaña en su contra, tampoco. La ONG se limita a señalar que las ejecuciones en China representan un
monto superior al de la suma de las ejecuciones de todos los restantes países
que la practicaron en el año 2012.
De 58 países en el mundo que tienen a este
castigo previsto en su ordenamiento legal, 21 ejecutaron por esta vía a 682
criminales en ese año y reportaron 1722 condenas a muerte legalmente
sustentadas. Si el total de ejecuciones en el 2012 fue el señalado por Amistía
Internacional, la cifra que le corresponde a China es realmente aterradora.
Otro reporte para 2011 de la organización
independiente DuiHua, con sede en San Francisco (California) y dedicada a la
defensa de los derechos humanos en China, sostiene que el país ajusticia
anualmente un número cercano a 4.000
personas.
Lo que llama la atención es la categoría de
crímenes que hacen merecedor de la muerte a un delincuente. En 2011, China
redujo el número de delitos que conllevan la pena de muerte y admitió debatir
sobre las ejecuciones, lo que hasta el presente no ha ocurrido. Crímenes
como el tráfico de personas, algunos
delitos de guante blanco como fraudes fiscales y casos graves de corrupción
política son castigados con la pena máxima. La violación y la disidencia
política al igual que la conspiración y la revelación de secretos de estado
también pueden ser objeto de la pena capital.
El robo grave, el contrabando de animales raros, el fraude impositivo,
la sustracción de fósiles y el tráfico de oro y plata ya no figuran más en la
lista, por fortuna.
Los argumentos que sustentan el mantenimiento
de la pena capital para delitos calificados de “graves” es que el castigo que
representa la terminación de la vida sirve de disuasión para los criminales.
Sin embargo, Amnistía asegura no hay
datos que demuestren que la pena de muerte es más disuasoria frente a la
delincuencia que las penas privativas de libertad.
En Beijing se asegura que China ha escuchado
el llamado internacional a proscribir la pena de muerte por la vía de una
reducción sustancial de las ejecuciones de penas capitales, a través del
establecimiento en el año 2013 de un procedimiento para que la corte la Corte
Suprema del Pueblo revise las condenas máximas antes de que se hagan efectivas,
pero resulta imposible determinar si realmente esta disminución ha tenido
lugar.
La realidad es que en China, al igual que en países en donde las ejecuciones son numerosas y frecuentes, la falta de imparcialidad en su sistema de justicia es lo que suscita la mayor preocupación global. Dentro de su inveterada discrecionalidad, cualquier castigo cabe.
bdemajo@gmail.com
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