Como
un disparo va el dólar oficial a 11,30 bolívares; rebotando más allá,
seguramente, una vez que lo fijen en ese precio; puesto que se trata de una espiral
indetenible, consecuencia del capricho de la aplicación de una política
económica errática; de modo que a finales de año lo pudiéramos tener entre 14 o
15 bolívares, si es que no me quedo corto. Incluso, los economistas ven en el
6,30 una ficción, que nos ha pintado el gobierno, a propósito del manejo
irresponsable que ellos hacen de las cifras; ya que a nadie la cabe en la
cabeza que, si Pdvsa le vende al BCV los dólares a 11,30; el BCV los vaya a
vender luego a 6,30 en el mercado cambiario. Entonces sale Arreaza, “el yerno”,
a decir:
-No
ha habido ninguna devaluación.
Aquí ocurre lo mismo que con el precio regulado de la carne; una cosa es lo que está escrito en la pizarra, fijada oficialmente, y otra lo que sucede por debajo del mostrador, con respecto al verdadero valor de la misma. Eso sí, el 6,30 quedará para la élite chavista, y que es lo que el resto de los 28 millones de venezolanos miramos con indignación; partiendo del espíritu de mezquindad, que cunde en esta gente; llegando a la delación entre ellos mismos, como reacción de una venganza personal, por el hecho de haberse apropiado los más pillos de la pandilla unos 20 mil millones de dólares, a partir de las empresas de maletín.
Se
pudiera decir que nosotros vivimos la misma suerte, que vivía la plebe de la
Francia de la época de Luis XVI, cuando había un nobleza, privilegiada con la
dicha y la fortuna de vivir en un espléndido palacio, en un pueblo aledaño a
París, conocido como Versalles; aparte de recibir una renta, que se la
proporcionaba el Estado, precisamente, por morar en aquel lujoso palacio; donde
además de comida, también tenían garantizada la diversión, y la más exquisita
diversión, puesto que en ese medio se había alcanzado el más refinado gusto en
materia artística: época de Beethoven, entre otros, y cuyo costo de
financiamiento de aquel nivel de vida, implicaba desmedidos impuestos para la
plebe, y la que tenía que pagarle por existir, la pobre, al rey, a la nobleza y al clero. Un cartel de
la época de la Revolución Francesa nos muestra a un borrico con la cara de un
jornalero, y sobre él están montados un soberano, un aristócrata y un obispo;
los tres echándose fresco con un abanico de pavorreal.
El
ciudadano de a pie no le paga impuestos a figuras nobiliarias de este tipo;
aunque el financiamiento a la élite chavista lo llevamos a cabo a través de la
inflación: la madre de todos los impuestos, para decirlo a lo árabe; que es,
precisamente, por donde comienza nuestro malestar social. Hay un control de
cambio, que viene a ser un embudo; donde en una forma descarada e inescrupulosa
la parte ancha le corresponde a la élite que nos gobierna, y la parte más
angosta a nosotros, el perraje.
El
problema es que, si ellos admiten que se trata de una devaluación, entonces
demuestran que han tenido que tranzarse por la vía neoliberal; con toda la carga ideológica, que esto
supone; si partimos del hecho de que uno de los fantasmas que, con mucho éxito
ha satanizado el chavismo, ha sido el del neoliberalismo; puesto que estamos
ante una conciencia instintivista o, como la llaman los medidores de opinión
pública, emocional; es decir, el chavismo apela más a la emoción, que a la
razón; que es lo que nos ha conducido a este tremedal. De modo que en esta
obsesión, que tiene por el poder, lo primero que se planteó fue declararle la guerra a una serie de fantasmas,
y entre ellos el de esa corriente, que en la década de 1980 estuvo muy en boga,
conocida como el neoliberalismo, esto es, ruptura y continuación del viejo
liberalismo de Adam Smith; ideología por excelencia del capitalismo de
avanzada.
Lo
que quiere decir que, al devaluar esta gente; no sólo está admitiendo el
fracaso de su política cambiaria, al no poder sostenerla en 6,30, como se había
prometido, sino que además le están siendo infieles a sus principios, y de
nuevo aquí interviene la trama emocional, si se parte del hecho de que a un
chavista no lo enoja tanto la devaluación, en tanto que implicación fiscal,
sino que se produzca una contemporización de la élite gobernante con dicho
fantasma, y que es lo que los economistas conocen como una distorsión; es
decir, interviene un elemento extraño en el diseño de la política cambiaria,
que no tiene nada que ver con los procesos económicos, y cuyas consecuencias
las vemos traducidas en aberraciones del tipo; cuando el que te conté va como un disparo a los cien
bolívares, y esta gente juega con la ficción del 6,30.
Ahora,
lo que si se comprueba por esta vía es que gente juega al “después de mí, el
diluvio”, habida cuenta de que es el espíritu de esa codicia, que los mueve a
apoderarse de 20 mil millones de dólares, lo que los conduce a la diferenciación,
con respecto al resto de los 28 millones de habitantes, y que los lleva a no
reconocer que el país va a la desbandada por esta vía, y, en consecuencia, a
cerrarse a toda forma de diálogo, donde estaría de por medio la posibilidad de
aprobar el desmantelamiento del control de cambio.
¿Le
ganó la guerra Giordani al neoliberalismo? Obsérvese lo delirante que resulta
esta visión de mundo, perdida por completo de las grandes pautas de la
modernidad, desde un punto de vista económico; mientras hay una mafia de
tipejos que se aprovechan de esta circunstancia, para desconsuelo suyo; a
propósito, precisamente, de que hay voces, como la de Giordani, que en medio de
sus caprichos, las cosas no le dan, y que, por el contrario, le han resultado
al revés, entonces se dedican a dar alaridos. Claro, porque también es una
vergüenza admitir que con un barril petrolero a 100 dólares, se tenga que
devaluar.
melendezo.enrique@yahoo.com
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