Un
país de aspiraciones democráticas no tendría por qué enfrentar el dilema del
título, pero por cuenta de personajes nefastos como Petro y Ordóñez, para
mencionar apenas a los dos últimos facciosos de alto coturno que han adquirido
protagonismo entre nosotros, en esas estamos en Colombia.
A
contrapelo de la tranquilidad institucional, tenemos un procurador rigorista y
sectario y un alcalde de Bogotá al que no le importa violentar la ley con tal
de imponer su punto de vista. Entre ambos nos han metido en una crisis
institucional de proporciones.
Las instituciones son más importantes que las personas y no conviene olvidar que la debilidad institucional es un caldo de cultivo para el populismo destructivo, tanto de “izquierda” como de derecha. Si hoy se permite el desbordamiento, ¿cómo detener el despelote de mañana?
Varios
peligros acechan. De un lado, se promueve la idea de una Asamblea Constituyente
sin considerar que ésta casi con seguridad redactaría un texto mucho peor y más
deshilvanado que el actual. Ya se sabe que los países que cambian de
Constitución como de camisa se desbaratan. Proponer un cambio de Constitución
porque en esta no quepo yo, como hacen Uribe, las Farc y ahora Petro, es de un
narcisismo aterrador. De otro lado, la capital del país está sumida en el
desgobierno y sus necesidades no se solucionan ni se atienden. En tercer lugar,
el alcalde insiste con vehemencia en que su problema lo tienen que solucionar
unas medidas cautelares tomadas por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH). Sé que me van a caer rayos y centellas, que me van a decir
chavista y hasta fascista, pero no creo que la última palabra sobre la
destitución de Petro la pueda tener la CIDH. Colombia no es todavía una
república bananera y este organismo no puede desconocer el Artículo 277 de la
Constitución nacional y el Código Único Disciplinario (Ley 734 de 2002),
promulgado cuando Petro era representante a la Cámara, que lo regula. El
procurador Ordóñez, llevando las cosas al extremo según su costumbre, actúa
basado en ambos. ¿Los resultados de sus acciones no nos gustan? Reformemos la
Constitución, la ley o ambas, pero no a partir de las decisiones de un
organismo multilateral. Si la CIDH toma medidas cautelares que restituyan a
Petro como alcalde y el Gobierno las acata, se establece un precedente jurídico
y por el principio de igualdad centenares de procesos disciplinarios que han
afectado a funcionarios de elección popular y en los que no hay una condena
penal concomitante se caerían, con consecuencias políticas y económicas
dramáticas. Por el camino del caos resultante podríamos destruir la
Constitución de 1991, que es al parecer lo que quieren muchos. Dicen que es muy
difícil que la CIDH dicte lo que Petro le pide bajo intensa e indebida presión,
aunque casos se han visto.
No
soy abogado, pero justamente uno de los peores perjuicios del affaire Petro es
que nos metió a todos en un atolladero jurídico en el que no nos queda más
remedio que hacer ese papel, entre otras cosas porque hay opiniones doctas de
profesionales que dicen tanto A como lo contrario de A. Por si acaso, la CPI
tampoco puede tener la última palabra sobre el proceso de paz.
Pobre
Colombia: por cuenta de personajes megalómanos e irresponsables como Ordóñez y
Petro, la polarización, tan destructiva desde hace años para el país, aumenta.
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes /
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