No
pretendo ser más inteligente que nadie. Tampoco menos que quienes alardean
presuntuosamente sobre sí mismos, pero percibo una grave crisis con relación a
la inteligencia nacional. Parecieran no asimilarse las realidades que vivimos
en todos los planos de la vida nacional. Bien por no querer hacerlo
conscientemente, bien por comodidad, por cobardía o hasta por complicidad con
el pretexto de la supervivencia. Una de las consecuencias más graves de esto es
que la verdad se mantiene escondida o, al menos, disimulada en nombre de la
política.
Para mí resulta incomprensible continuar como vamos, confundiendo
derrotas con victorias, victorias como simples casualidades o juegos
habilidosos, comunismo con socialismo del siglo XXI, elecciones amañadas y
fraudulentas con expresión de la voluntad de la nación, dictadura con democracia
aunque “limitada”. El aparato productivo se destruye en nombre del “bienestar”
del pueblo, de la lucha contra el capitalismo salvaje mientras ese pueblo se
hunde en la miseria convertido en legiones crecientes de mendigos por cuenta de
una revolución a la cubana que todos deberíamos saber a lo que conduce.
Venezuela está muy mal y camina hacia peor. Los
resultados del 8D, lejos de significar un freno para el proceso comunistoide
que se impone, deja un sabor a consolidación de un régimen que no se desgastará
por el solo transcurso del tiempo. Tiene objetivos claros y estrategias bien
definidas para alcanzarlos. En estas circunstancias los errores que puedan
cometer, nunca serán mortales. Siempre corregibles sin abandonar el rumbo hacia
los objetivos señalados.
La institucionalidad democrática es destruida de
manera consciente para levantar, sobre las ruinas, el estado comunal. Está a la
vista. No avanza más rápidamente por la elevada cultura democrática y
libertaria del ciudadano común. Sin embargo, está en peligro de erosionarse
como consecuencia de la necesidad existencial creciente en cada familia. Ese es
el propósito.
Una nación de mendigos dependientes, a todos los niveles, hasta
para comernos un pedazo de pan o sobrevivir laboral o económicamente arrimados
al estado-gobierno.
Estamos más cerca de esa meta que hace quince, diez, cinco
años o seis meses. Por el contrario estamos muchísimo más lejos de nuestra
razón de ser definida en la Constitución y en la estructura básica de un
ordenamiento jurídico relativizado y maleable. La vida en libertad desaparece.
El crimen avanza como hampa organizada y protegida por el régimen. Digan lo que
digan los analistas, hoy estamos un poco peor que antes del domingo 8D. Es hora
de abandonar personalismos o intereses de grupos políticos o económicos. De
centrarnos en el objetivo del cambio radical, necesario y urgente. No sobra
tiempo.
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