Se
apresuró Maduro a buscar el remate de lo que percibió como un sonado triunfo
del oficialismo en las elecciones del 8-D, y puede que si bien los resultados
estaban lejos de ser la avalancha antimadurista que aspiraba la oposición, es
posible que muchos de los puntos que ganó los perdiera dándole a 68 alcaldes
opositores la oportunidad de decirle face to face cómo se debe gobernar en una
democracia.
Cultura,
civilidad o sentimiento de los cuales no es arriesgado afirmar que Maduro no
haya oído hablar en toda su vida, y que si alguna vez lo rozaron en las tantas
conversaciones que tuvo que oír entre Chávez, Fidel y Raúl Castro, no fue
precisamente para acogerlas, practicarlas y defenderlas, sino para destruirlas.
La
noche del miércoles pasado, sin embargo, la palabra “democracia” le llegó
directa a los oídos, a la conciencia, al mentón, unas veces de voces rudas,
otras de sesudas y doctas, las más de francas, sencillas e improvisadas, pero
todas robustecidas en la convicción de que la libertad y la democracia en
Venezuela no son canjeables y tendrán siempre quien luche por ellas.
Y
de pueblos cuyos nombres, ni ubicación es posible que conociera en una
meteórica carrera política sin hazañas, ni historias que contar, pero
catapultada por fuerzas de origen y naturaleza totalmente desconocidos:
Naguanagua, Churuguara, Bailadores, Tumeremo.
Se
trató, sin lugar a dudas, de un diálogo, pero en ningún sentido desplegado como
una concesión piadosa de Maduro, ni inspirado en una suerte de iluminación
producto de su convencimiento de que “dialogamos o nos hundimos”, sino impuesto
por la voluntad de aquellos 68 hombres y mujeres que en las peores condiciones,
desafiando todas las adversidades, sin amedrentarse por el ventajismo, sin
temerle a los abusos y el fraude, no se detuvieron en enfrentar a la maquinaria
estatal y la derrotaron.
Son,
sin que haya lugar a equívocos, los vencedores, porque vence, en el sentido
exacto de la palabra, el que no necesita millones, ni clientelismos, ni
instituciones complacientes, ni medios censurados, o autocensurados para
imponerse, y mucho menos la muleta de un presidente autoritario que no escatima
tiempo ni recursos para remachar que lo que piensa es su real voluntad.
Convocaron
a los electores por la poderosa fuerza de sus desempeños ciudadanos, porque no
se han corrompido, ni han delinquido, ni han sido cómplices de trapacerías en
una sociedad que, en los últimos 15 años, ha ensayado con todas las formas de
colocarse al margen de la ley.
Y
el pueblo voto por ellos, les dio su confianza en la escala o nivel donde la
democracia y sus valores se hacen realidad y es imposible escamotearle la voz y
presencia a los vecinos, a los hombres y mujeres que conforman el peldaño más
vivo del tejido social.
Por
eso pudieron hablarle fuerte y recio al mandamás de Miraflores, reconociéndole
su condición de presidente constitucional que debe acatar en todos los términos
la Carta Magna para que, en el ejercicio del cargo, no pierda su legitimidad de
origen.
De
sobra cuestionada, por venir de una elección que, o solo le aportó los votos
para ser un “presidente de chiripas”, o, no se los aportó, y solo es presidente
por el escarceo de una elección no transparente en la que el corrupto CNE jugó
otra vez el papel de “legitimador”.
Entredicho
que, como se conoce, ha minado de espinas su mandato desde el propio 14 de
abril, tan pronto Henrique Capriles Radonski, el candidato opositor, alegó que
el CNE había manipulado unos resultados electorales que lo favorecían para que
Maduro pudiera colocarse la banda presidencial.
Pero
fuera que Capriles tuviera o no razón, la presidencia de Maduro nacía con la
fragilidad intrínseca de quien, si había que creer en los datos del CNE, había
sido electo con apenas 200 mil votos.
De
ahí que Maduro, aparte de clamar porque por alguna vía pudiera oxigenar un
mandato que seguía colgando la etiqueta de “espúreo”, precisara quitarle fuerza
a la voz de Henrique Capriles, quien no dejaba de gritar que no era presidente
de Venezuela.
Y
no puede negarse que por unos días ha descolocado a Capriles, quien en
apariencia está recibiendo un desmentido de los alcaldes de la oposición,
cuando solo se trata de ceder en una “declaración formal”, a cambio de que un
gobierno “de facto” no estropeé el crecimiento del bosque democrático.
En
política, más que en ninguna otra actividad en la vida, “lo formal” no debe
anteceder a lo “real”, que es la instancia donde se resuelven dilemas como
“verdad o mentira”, “triunfo o derrota”.
Paradigma
que también podría aplicársele al reconocimiento de Maduro a la legalidad y
legitimidad de los alcaldes opositores, por cuanto, si bien la soberanía
popular demostrada en el voto es la que obliga a los ciudadanos a reconocer o
desconocer un gobierno, el que manda siempre podrá encontrar argumentos para
negar hoy lo que dijo ayer y proceder con lo que más conviene a sus intereses.
Dicho
de otra manera: la reunión o diálogo entre Maduro y los 68 alcaldes opositores
no le introduce cambios de contenido y forma a la situación política del momento,
que sigue y seguirá padeciendo en lo inmediato de un gobierno marcado por el
autoritarismo y el neototalitarismo y una crisis económica cuya agudización
pareciera no conducir a otro destino que a la explosión social.
Coyuntura
ante la cual, solo podrán manejarse las fuerzas, organizaciones e instituciones
políticas que acumulen más autórictas, solvencia, honestidad y competencia
durante el que es posible sea el round final por la reconquista de la
democracia y la libertad en Venezuela.
Momentum
en el que se harán valer los liderazgos, los viejos y los nuevos (pero más los
nuevos que los viejos), como que habrá que hablarle a una Venezuela renacida
que en el parto se ha olvidado de los viejos rostros, los viejos usos y los
viejos dichos.
Días
de un Enzo Scarano, Carlos Chancellor, Alfredo Ramos, Miguel Cocchiola, Adriana
González, José Luis Machín, Alejandro Feo La Cruz, Carlos Ocariz, Ramón
Muchacho, David Smolansky y otros
Pero
que se fijarán en la nueva geografía política del país como marcas donde se plantaron
las banderas de los que no temieron perder algo, para ganarlo todo.
Un
avance que no previó Maduro a la hora de la reunión que llamó diálogo, y
cuando, embriagado por una “victoria” que era más aparente que real, permitió
que Venezuela conociera los hombres y mujeres que habrán de conducirla en el
futuro.
Un
futuro que ya es presente, porque pudimos verlo la noche del miércoles y
seguirá bullendo en nuestras mentes porque es la clarinada de que la lucha
continúa.
manumalm912@cantv.net
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