Cuando
se examina el proceso de fundación de la Venezuela colonial y la vinculación de
las nuevas poblaciones a la fe católica, resaltan admirablemente reconocidas
las advocaciones de la Virgen María, madre de Jesús.
Después
de establecida Chamariapa, hoy Cantaura, por los misioneros franciscanos que la
fundaron en 1742, se consagró la población a la Virgen de la Candelaria. De la
misma manera, cuando en 1525 supuestamente Marcelo Villalobos fundó "La
Asunción", la dedicó honoríficamente a ella. Igualmente, cuando Fernández
de Serpa en 1569 repobló Nueva Córdoba bajo el nombre de Cumaná, invocó la
protección de "la gloriosa Virgen María".
También
la devoción a la Virgen tuvo su presencia ejemplar en Caracas. Un antiguo mapa
de la ciudad del año 1766 la representa en su gloria celeste sobre la plaza
mayor y sus edificios principales. En 1638, amenazadas por la plaga las
extensas plantaciones de cacao en esa provincia, los habitantes junto al
Ayuntamiento eligieron como su patrona a Nuestra Señora de Las Mercedes. A ella
le atribuyeron el milagro de evitar que Caracas resultara destruida en el terremoto del 21 de octubre de 1766.
Allí,
de la misma manera se le exalta desde hace más de tres siglos bajo la
advocación de la Virgen de la Soledad, digna y sufriente en la profundidad de
su dolor, cuya imagen fue encargada a España a mediados del siglo XVII por don
Juan del Corro, pero cuyo baúl tuvo que ser lanzado al mar durante una
tempestad. Sin embargo, la imagen, inexplicablemente apareció en la costa de
Naiguatá y desde 1654 se exhibe en la Iglesia de San Francisco, la misma en la
que Simón Bolívar recibió, en tributo a sus hechos gloriosos, el título de
Libertador.
Bolívar,
al igual que muchos de nuestros próceres, fue un ferviente mariano. Cuando una
vez el irrespeto y la ignorancia, -esos que tristemente irrumpen contra lo
sagrado-, se expresó en contra de la Virgen, se ofendió vivamente e increpó al
agresor que "Ni a mí mismo padre sufriría que blasfeme de Nuestra
Señora". Y si bien se opuso como era necesario a la influencia enemiga de
sacerdotes realistas, no dejó de conservar su fe y sentido de respeto como
magistrado a la Iglesia al señalar que: "La Religión debe gozar de una
absoluta protección por parte del gobierno...", "...aquí debe
considerarse como necesaria a la estabilidad de la Sociedad, que trastornada
hasta sus últimos fundamentos por la revolución, necesita de todo el imperio de
la fuerza, de la razón y de la religión para contenerla en los límites del
deber".
De
la misma manera que Ribas agradeció en el año de 1813 su triunfo en los
Horcones a la Virgen de la Paz y luego, en 1814, peticionó a María Inmaculada
la salvación de la República en La Victoria, Arismendi hizo lo mismo ante la
Virgen del Valle, luego del terrible asedio de la expedición de reconquista de
1815. Por último, el Mariscal Sucre, honró a la Virgen María muchas veces y de
manera especial antes de la victoria de Ayacucho, y después, en sus días
finales, lo hizo durante su visita a Popayán rumbo a su fatídico viaje a Quito.
La
presencia tutelar de la Virgen María en la vida espiritual de la patria se hace
necesaria. Ante ella se elevan las oraciones de las gentes y sus advocaciones
son diversas en nuestro territorio, lo cual testimonia cómo ella ha querido
bendecir a la República: apareció en Guanare y fue nombrada como la Virgen de
Coromoto; se evidenció en Miranda y se le denominó la Virgen de Betania; se le
encontró en Pozuelos y recibió el título de Nuestra Señora del Amparo; fue
llevada a Cubagua y a Margarita luego y todos la llamaron como Virgen del
Valle; se descubrió en la lacustre orilla, y desde entonces se le identifica
como la Virgen de La Chiquinquirá..., nombres todos sublimes para una misma
mujer, María, la madre de Jesús.
En
múltiples lugares ella está presente en nuestra geografía, en nuestra historia,
en nuestro corazón. Los homenajes a la Virgen del Carmen, por ejemplo, se
encuentran extendidos en toda la República.
Quiera
la sagrada voluntad de María Santísima reconciliar a Venezuela y disponerle
caminos diferentes por encima de infames ambiciones, ruines propósitos, odios y pasiones indignas que afectan
gravemente la vida nacional.
Venezuela
es una patria que desde sus comienzos ha sido y es mariana, sus pueblos siempre
han acudido ante ella confiados en su misericordiosa protección, así como lo
hicieron muchos de nuestros libertadores y prohombres, no desprendidos de
valores cristianos y de profundas convicciones religiosas.
Buena
es la hora para examinar la vida que llevamos y disponer el sentimiento y la
razón en procura de auténticos valores, sentido del deber y respeto a la
dignidad del hombre, independientemente de su pensamiento, de su condición
social, económica y política. María, la madre de Dios, es buena favorecedora de
estos fines. Ella representa un símbolo sagrado de nuestra fe y una protectora
singular del bien en nuestra historia y de nuestro destino como nación.
Jfd599@gmail.com
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