Nicolás
Maduro, poco después del 14 de abril, comenzó un giro progresivo e indetenible
hacia la izquierda radical militarista. Ahora levanta las banderas de un modelo
que se mueve entre la Cuba de los años 60, cuando el abogado Fidel Castro
paseaba su enorme figura trajeado de verde oliva, y el régimen del general Juan F. Velasco Alvarado, quien martirizó a
Perú entre 1968 y 1975. No queda nada de aquel funcionario simpaticón que
representó al Gobierno en la Mesa de Negociación y Acuerdos, y que estuvo en la Presidencia de la Asamblea
Nacional, la Cancillería y la Vicepresidencia de la República.
Ahora
es un mandatario arrogante y autoritario que regaña, amenaza, extorsiona y
acosa desde los comerciantes e industriales hasta la oposición. No le bastaba
con poseer el control de todos los poderes del Estado. Quería una habilitante
para reafirmar su condición de líder, aunque pocos de sus partidarios lo
reconocen como tal. Aumentó el dominio de los medios de comunicación. Cinco
importantes periódicos del interior han tenido que cerrar. Los dueños
originales de Globovisión se vieron forzados a venderla. Ha hablado más en
cadena de radio y televisión que el mismísimo Chávez, algo que parecía
imposible. Invisibilizó a la oposición en todos los medios oficiales y en una
parte importante de los que todavía no lo son.
¿Ese desplazamiento hacia la izquierda
más troglodita afincada en la fuerza de las bayonetas a qué se debe?
Aventuremos algunas hipótesis. El hombre honra la formación comunista recibida
en Cuba en su temprana juventud y, en efecto, considera al Che Guevara y a
Fidel Castro –dos capitostes de la izquierda antediluviana- como modelos cuyas
enseñanzas hay que seguir y aplicar. Según esa presunción habría que suponer
que ahora cuando detenta plenamente el poder está dispuesto a materializar sus antiguos
sueños castroguevaristas.
Esta
conjetura, aunque puede ser cierta, es insuficiente. No dudo de que Maduro sea
un comunista convencido y, como la mayoría, lleno de incongruencias, entre
ellas el boato en el que le gusta vivir. Sus giras al exterior son todo, menos
austeras. Era el mismo estilo de Leonid
Brezhnev, en Rusia, y Herber Honecher, en Alemania oriental, ambos comunistas
de pura cepa que vivían en medio de la opulencia. El mito de los comunistas
ascetas lo inventaron unos vivos rojos que querían aprovecharse de los
ingenuos. Así es que el hombre es un
comunista y cuenta con ideólogos como Jorge Giordani, Eduardo Samán, Haiman el Troudi y la gente del Centro
Internacional Miranda, que recomienda imponer en Venezuela todo lo que no logran
en España.
Esos
personajes, sin embargo, carecen de peso
específico dentro del régimen y no pueden garantizarle al heredero la
estabilidad que necesita para preservarse en Miraflores. Ideología sin fuerza
no sirve para nada. Aquí es donde aparecen los militares. Maduro necesita
blindarse. El hombre tiene demasiados enemigos internos, disfruta de escaso
reconocimiento en sus propias filas. Requiere una columna que lo soporte. Ese
apoyo no puede proporcionárselo el PSUV porque quien lo controla es su
archirrival, Diosdado Cabello. La única opción que le queda para mantenerse con
vida es entregarse en manos de los
militares. Darles cada vez mayores competencias y atribuciones, incluso en
áreas donde los oficiales carecen de experiencia y conocimientos. Por eso los
vemos en todos lados, menos en las fronteras, donde deberían estar. Al general
Hebert García Plaza, al frente del Comando Estratégico para la Defensa de la
Economía, y al general Wilmer Barrientos,
liderando la toma de comercios de electrodomésticos. Esos señores ni siquiera
cursaron estudios de economía en la antigua República Democrática Alemana, como
algunos diputados del PSUV, quienes lucen pintados en la pared, limitándose a respaldar las medidas
ilegales adoptadas por Maduro con la camarilla de oficiales que lo rodea.
Los
militares son el remo utilizado por Maduro para completar la travesía. En este
terreno le sacó ventaja a Diosdado. El costo de esa entrega es que pasó a ser
rehén del Alto Mando. Lo que debe estar dilucidándose internamente es cómo
quedan los cubanos en este ajedrez tan complicado. Se habla de un
distanciamiento entre los cubanos y los militares vernáculos. No hay evidencias
palpables de ese alejamiento. De lo que sí no hay dudas es de que el régimen de
Maduro es cada vez más militarista y menos democrático.
Si
quiere comenzar a recuperar y reconstruir la democracia, vote el 8-D.
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