¡Que
no quede nada en ninguna parte! es el grito del decreto de guerra a muerte que
Nicolás Maduro ha lanzado para liquidar de una vez por todas, las pocas
empresas que quedaban en este país. Después de acabar con la producción de
alimentos de primera necesidad como la leche, azúcar y harina de maíz, había
que culpar a alguien del desastre. Por su mente estrecha pareció, por un
momento, que pasaba un rayo de luz cuando designó a Nelson Merentes para
dirigir el rumbo económico del país.
No
es que fuera un Nobel de economía, por el contrario había tenido mucho que ver
con el desastre que Hugo Chávez le dejó en herencia al apocado Maduro, pero
parecía dispuesto a enderezar algunos entuertos. Solo los muy allegados sabrán
en qué momento y mediante cuáles maniobras y zancadillas, Merentes fue
desbancado y de nuevo se elevó la figura siniestra de Jorge Giordani.
Para
cerrar el círculo de la tragedia que se avecinaba, desempolvaron al botado
Eduardo Samán y lo devolvieron al Indepabis. Se había completado así la dupla
marxista-leninista-castrista, la que no descansará hasta que Venezuela llegue
de una vez al mismo hoyo del que Cuba apenas está saliendo después de medio
siglo de penurias.
Las
encuestas deben haber precipitado la locura que mezclada con la imbecilidad, es
una fórmula letal. Por supuesto que a la luz de los acontecimientos hay unos
cuantos miles de venezolanos felices porque participaron del saqueo
oficialista. Porque obligar a un comerciante a que venda por debajo del precio
justo, y además privarlo de su libertad de manera arbitraria, es un saqueo para
no llamarlo robo descarado. Esos quizá voten por los candidatos de Robin Hood
Maduro.
Otros
miles, seguramente muchos más que los favorecidos, terminarán frustrados y
furiosos porque no lograron hacerse siquiera con una tostadora o un DVD, a
pesar de pasarse días enteros en las colas. Esos difícilmente voten por los
saqueadores. Muchos más, quién sabe cuántos, apelarán al voto castigo para esta
banda de asaltantes porque perdieron sus empleos ya que las tiendas saqueadas
jamás volverán a abrir sus puertas a menos que sus propietarios sufran de
masoquismo irredimible.
Muchos,
bastantes, le cobrarán a la pandilla de maleantes instalada en el gobierno, los
atascos de tránsito y las largas horas perdidas en las colas de automóviles por
culpa de las otras colas, las de los aspirantes a un tírame algo
electrodoméstico.
Ya
vacíos los anaqueles y depósitos de neveras, lavadoras, secadoras, televisores
y demás aparatos del ramo, se anuncia el asalto a zapaterías, jugueterías,
tiendas de telas y todo negocio que pretenda vender alguna cosa y obtener la
más ínfima ganancia. Estos también cerrarán per saecula saeculorum una vez
queden desprovistos de su mercancía. Venezuela será entonces lo que Giordani y
Samán anhelan, una verdadera isla de la felicidad. No en balde se ha designado,
tomando las previsiones del caso, un viceministro del ramo.
Algunos
analistas que nunca faltan y a veces aciertan, han aventurado que el propósito
del gobierno es neutralizar los posibles saqueos espontáneos, como los
ocurridos en el Caracazo que tanto celebraban Chávez y compañía. ¿Caracazos a
mi? debe haber dicho Maduro en algún diálogo con el pajarito y se adelantó a
los acontecimientos. Por lo pronto la gente dejó de hacer colas para comprar
leche, arroz o harina de maíz, y se pasó a las colas de la piñata organizada a
costillas ajenas.
Pero
de ese sueño de felicidad momentánea despertarán muy pronto.
No
solo porque muchos aparatos saqueados con la anuencia oficialista quedarán
inservibles con los apagones que se incrementan día a día, sino porque 30
millones de venezolanos, excluyendo a la nomenklatura de los asaltantes, se
encontrarán con que nunca más, mientras esa lacra gobierne este país, habrá una
nevera, un televisor, una lavadora o siquiera una licuadora que comprar. Salvo
que algún enchufado se monte en el negocio de traer basura china para así
saquear los golpeados presupuestos de la mayoría del país.
Son
tiempos oscuros, pero nunca la oscuridad fue eterna. Los escépticos, los que
creen que no tiene sentido votar el 8 de diciembre, que se convenzan de que a
estos delincuentes infracomunes sólo se les saca del poder con muchos pero
muchísimos votos, esos que los tienen tan aterrados que los llevan a
precipitarse al abismo y arrastrarnos con ellos.
gamus.paulina@gmail.com
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