En muchas ocasiones me he enorgullecido de
nunca haber sido salpicado con la basura del sarampión comunista aunque me tocó
vivir mi carrera universitaria en plena efervescencia de Fidel y de todos los
asesinos vende patrias de la guerrilla venezolana.
Venía ya quizás curtido de
haber visto a la mitad de Europa y gran parte de Asia ser arrasados por la
insensatez marxista. Mi convicción anticomunista no era algo a la ligera fruto
de la política pasional del momento, sino producto de la plena convicción de que
el sistema socialista era detestable.
Por otra parte he sentido gran admiración por
esos países capitalistas, altamente tecnificados y liderado por EEUU, que en el
siglo pasado le brindaron en forma sucesiva a la humanidad, las eras atómicas,
espacial, cibernética y de ingeniería genética. Esos “imperialistas
explotadores”, mediante sus adelantos, destreza y disciplina, lograron
catapultarnos hacia un modelo social nunca antes visto. Nos enseñaron como
cultivar y procesar los alimentos que comemos, como extraer el petróleo y qué
hacer con él; nos imponen la moda en el vestir, la música que oír, las
películas que ver; nos muestran la minuciosidad del átomo, la grandeza del
universo y de los mares y hasta nos ponen los dientes duros.
Siempre fui fiel a mis convicciones, nunca
visité un país comunista mientras lo fue, y jamás volveré a Cuba hasta que sea
capitalista. Es asunto de principios y punto. Por eso no comprendo cómo los
chavistas enchufados se la pasan turisteando por el Imperio, empezando por la
familia de Chávez. ¿Cómo puede alguien tener mansiones, riquezas, aviones
privados y ser socialistas? El mismo difunto presidente vestía y usaba prendas
de firma de alto valor. Viajaba a cuerpo de rey y llegaba a hospedajes 5
estrellas.
¿Cómo pudo haber pregonado que ser rico era malo?
Si yo fuera comunista consideraría que el
sueldo debería ser fastidiosamente igual para todo el proletariado y no como el
de la fiscal general de la República. Así lo anunció el innombrable, cuando al
inaugurar por enésima vez una fábrica tomada por el pueblo, le expresó a un
pobre y asombrado bedel, que su sueldo sería igual al del gerente, como si la
aptitud y capacidad fueran equiparables.
Que oiga quien tiene oídos…
Ernesto Garcia
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