El
fin último de la política económica, es el bienestar material o económico. O
sea, la felicidad.
Entre
los principales exponentes de este argumento se destaca Alfred Marshall,
excepcional economista ingles (1842-1924) quien sostenía que la principal tarea
del economista era el estudio del comportamiento de los hombres dentro del
marco institucional en que vivían, que éstas eran cambiantes y que el
comportamiento del hombre estaba, en gran parte, determinado por ellas.
En
su obra “Principios de Economía” introduce el termino; "Bienestar
económico", para hacer referencia a los elementales estándares de
satisfacción social que permiten la "felicidad" del hombre en su
sentido primario.
De
acuerdo al concepto, el bienestar económico debería ser la meta a perseguir y
es aquí, donde el papel del economista es preponderante, dado que deberíamos
esencialmente; sugerir medidas, establecer criterios y desarrollar modelos que
realmente permitan incrementar este bienestar.
Ahora
bien, el principal inconveniente consiste en definir el modelo de medición, y
que elementos seleccionar para determinar si el bienestar se mueve en un
sentido o en otro al tomar una decisión de carácter político o económica.
Un
buen punto de partida para la medición seria la identificación adecuada de las
condiciones económicas en que se encuentra el modelo económico a modificar,
para poder observarlo, y ponderar los logros (aumentos o disminuciones ) del
bienestar material de la comunidad y por esta vía, incidir sobre la eficiencia
del sistema.
Vamos
a tratar de desarrollar dentro del contexto de la propuesta de Marshall, el
tipo de políticas a utilizar para disminuir la pobreza y para redistribuir la
renta sin caer en programas que si bien es cierto que desde el punto de vista
meramente estadístico produce algunos dividendos políticos, desde el real, no
genera ningún tipo de riqueza.
El
primer punto, es cuestión de saber si el dinero tiene más valor para el término
medio de los ricos, que para la media de los pobres.
El
segundo punto, consiste en determinar si debemos asignar pesos distintos a los
ingresos adicionales tanto de los ricos, como de los pobres.
El
tercer punto se relaciona con la importancia asignada las necesidades de los
que tienen elevados ingresos y la asignada a los que no lo tienen. Lo cual
plantea por cierto, interrogantes casi existenciales como por ejemplo:
¿Necesitan las personas más alimento que vestido,? ¿más vestidos que elementos
de distracción? o en contraste, ¿necesitan los ricos más caviar que teatro?,
¿podríamos establecer efectivamente una comparación entre estas necesidades
para obtener de su observación un posible grado de la satisfacción que ellas
generan en cada grupo?
El
cuarto punto consiste en determinar si la mejora del bienestar de toda la
sociedad a través de la redistribución de los ingresos entre pobres y ricos
afecta o no los niveles (negativa o positivamente ) de renta de ellos. Por mi
parte creo que la distribución de la riqueza por parte del estado, lo más que
logra es nivelar por debajo la sociedad y en consecuencia, empobrecer a todo el
colectivo.
Vemos
pues, cómo la problemática del bienestar económico se nos presenta desde dos
posibles situaciones: Logro de este bienestar a través de la eficiencia en la
asignación de los recursos y consecuentemente desarrollo armónico de la
economía, o logro desde el punto de la equidad.
El
bienestar económico y en consecuencia la felicidad, es inversamente
proporcional a la utilidad de los bienes poseídos, a su incidencia sobre el
bienestar físico y a su eficiencia y productividad. Es por ello, que podríamos
jerarquizar al bienestar de acuerdo a su condición. Nos explica Marshall que la
satisfacción de las necesidades básicas, alimentación, vestido, vivienda,
supone un grado de bienestar material comparativamente mayor que la de los
lujos, que son opuestos a los bienes que satisfacen las necesidades básicas.
Esta
comparación de las necesidades de los diferentes componentes del colectivo nos
indican que los individuos antes que todo, utilizaran su renta en adquirir los
bienes que le generen un mínimo de bienestar material, y en cubrir sus
necesidades esenciales sin que un aumento de sus ingresos signifique
forzosamente, un incremento en su bienestar general, especialmente si invierte
este aumento por ejemplo, en bienes inmateriales, o no estrictamente
económicos.
Se
debe tener en cuenta pues, que la conveniencia de las medidas político
económicas diseñadas y asumidas para generar cambios positivos en el bienestar
económico, deben valorarse en función de su contribución a la eficiencia del
sistema productivo, lo cual implica una producción desigual de los medios a sus
áreas de competencia especifica. Léase: seguridad, defensa, vivienda, salud,
educación y trabajo.
Deben
entender quienes manejan el Estado que el intentar aplicar la propuesta de de
Wilfredo Pareto de la máxima satisfacción para todos los individuos, es muy
difícil de darse en la realidad verdadera, que una sociedad productiva no se
constituye con imposibles teóricos, sino con realidades sociales. Que la
estructura de los mercados y su funcionamiento, suelen diverger de los ideales.
y que sin duda mucho menos depende de un organismo para dispensar y administrar
felicidad.
(*)
ministerio del poder popular para la felicidad
Amanecerá
y veremos.
romulo
lander
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