El
incidente ocurrido el martes pasado en el aeropuerto de Vancouver, Canadá,
cuando un avión de “Cubana de Aviación” que trasladaba al presidente, Nicolás
Maduro (y a unos 120 invitados) de China a Nueva York, -donde participaría en
la Asamblea General de la ONU- fue retenido durante cinco horas por negarse el
gobierno canadiense a suministrarle combustible a una aeronave de la República
de Cuba, permite descifrar algunas de las claves en que transcurre la política
venezolana de hoy día, y de cómo sus autoridades, con tal de salvarse de la
bancarrota económica y política en que han sumido al país, se prestan a servir
de lacayos a dos subimperialismos que han sobrevivido al socialismo sirviendo
algunas de veces de colonias, y otras de colonialistas.
El
drama, por supuesto (como todos los dramas de la política contemporánea) tiene
como protagonistas a las “víctimas”, en este caso, un exlíder sindical, sin
profesión ni nacionalidad conocidas que, sin distinguirse por hechos relevantes
ni registrables en la historia, terminó siendo presidente de un país de 28
millones de habitantes que es, además, quinto productor de petróleo del mundo. Y
a sus 120 acompañantes (amigos y amigas de la pareja presidencial, 12 agentes
de seguridad cubanos, 6 médicos de la misma nacionalidad, un técnico en
explosivos, un experto en seguridad alimentaria, un epidemiólogo, el hijo del
presidente y su aparato de seguridad, un estilista y peluquero de la “primera
dama”, su esposa, que ahora se llama “primera combatiente”, así como un número
no precisado de personal de “seguridad médica”), extraño en el viaje de un
presidente al que, hasta ahora, no se le conoce ninguna enfermedad preocupante.
Toda
una caravana, por tanto, más que una delegación, y enfilada, no a surcar los
desiertos sino los cielos, alojada en esos hoteles 5 estrellas volantes que son
los aviones presidenciales del momento, y donde, desde bares y restaurantes,
hasta gimnasios y salas de “ping pong”, hacen las delicias de viajeros tan
distinguidos, como afortunados.
Nada
baratos, por cierto, porque este donde viajaba Maduro y su comitiva (que no era
el Air Bus presidencial oficial que sufre de averías), era alquilado a la línea
“Cubana de Aviación” que, a “precios solidarios”, le facturaba a la nación
venezolana, a los venezolanos, 250.000 dólares diarios.
Los
que si se ajustaban al mercado, eran los precios de los hoteles, que, en el
caso de los dos pisos que se habían reservado en el “Hyatt Grand Central” de
Nueva York, hubieran debitado al Tesoro Nacional un total de 800.000 dólares
para toda la comitiva.
Toda
una exquisitez, en fin, impensable en los gustos de este presidente venezolano
de un origen tan humilde que hasta es desconocido, y al cual, hace unos pocos
años, jamás se le hubieran atribuido otras debilidades que no fueran una “reina
pepiada” en “Doña Caraotica”, o las empanadas de casón en el mercado
“Conejeros” de Porlamar.
En
definitiva, que todo un enigma antropológico que, si pudo destacarse por algo,
fue por su capacidad de decir “SI” a todo cuanto sus jefes o superiores le
pidieran que hiciera, o dijera.
Y
primero que ninguno, el todopoderoso y absolutista desaparecido
comandante-presidente, Hugo Chávez, el líder que en tiempos mejores lo llamó a
ocupar la cancillería, y en peores, no dejó que se apartara de su lado mientras
el destino, por una razón inexplicable, lo apartó un día de la compañía de los
vivos.
Y
segundo, los cubanos, Fidel y Raúl Castro, quienes ya octogenarios, y
conscientes que no podían aspirar a morir en sus camas a menos que un poder
milagroso, tipo Unión Soviética, les financiera sus últimos años en el poder,
se aferraron a Chávez, le torcieron el brazo y no descansaron hasta que los
nombrara albaceas y herederos de la única riqueza poseía: los inmensos ingresos
petroleros de Venezuela.
Como
dio la circunstancia que, apenas fueron firmados, registrados y refrendados los
documentos del albaceazgo y la herencia, Chávez se enfermó de cáncer y se
convirtió en un rehén de la anacrónica medicina cubana que no descansó hasta
llevarlo a la tumba, pues sobran las sospechas de que, como en el caso de los
hijos pobres ansiosos por heredar a los padres ricos, son Fidel y Raúl quienes,
alguna vez, aunque sea en ausencia, tendrán que dar cuentas de que fue
exactamente lo que pasó con la vida, enfermedad y muerte de Hugo Chávez.
Sobre
todo si percibimos que, mandado Chávez al otro mundo, y nombrado Maduro “por
los cubanos” su sucesor, es cuando comienza una real ocupación cubana de
Venezuela, determinando en cada momento qué es lo que debe hacer en la política
interior y exterior.
Es
de manos de los Castro como llega Maduro al regazo del subimperialismo chino,
fenómeno al cual ya se había acercado Chávez pero con prudencia, con el cual
también pensó experimentar en un momento Raúl Castro, pero que, fenecido
Chávez, encargó a Maduro, para que consiguiera “los cobres” para las dos
colonias.
La
ecuación es muy sencilla: China es el único país que aprendió lo desastroso,
ruinoso y catastrófico que puede resultar el comunismo, pero dándose cuenta,
que la dictadura política comunista puede ser muy útil, si se quiere avanzar
rápidamente en un sistema de capitalismo salvaje, lo más abierto y competitivo
posible, pero financiado por la inversión extranjera, y la mano de obra china,
que, sin sindicatos, ni libertades, continuó esclava, como antes.
En
otras palabras: que los chinos restauraron el capitalismo pero en los términos
del comienzo de la revolución industrial, cuando los países europeos y Estados
Unidos, en la condiciones de explotación que denunciaron Marx y Engels,
accedieron a unos niveles de riqueza como jamás se habían conocido en la
historia.
Luego,
los partidos y gobiernos de democracia liberal lucharon porque se reconocieran
los derechos de los trabajadores, se instauraran los sindicatos y las leyes sociales
humanizaran el trabajo y fue así como se llegó a la democracia capitalista que
hoy conocemos.
No
es lo que sucede en China, donde no hay partidos que no sea el llamado Partido
Comunista Chino, sindicatos, contratos colectivos y, tanto mujeres, como niños
trabajan en condiciones realmente infrahumanas.
Es
un capitalismo que, al igual que sus congéneres del siglo XIX (Inglaterra,
Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda), vive hambriento
de materias primas y mercados, los cuales, conquista a los precios que sean,
reexportando a estos últimos los productos que elabora con las commodities de
los segundos.
La
experiencia de los últimos años de países como Brasil, México, Argentina, Perú
y Colombia que terminaron en exportadores e importadores netos de China no
puede ser más elocuente, y causante de que, cada uno de ellos, a su manera,
empezaran su distanciamiento del implacable y insaciable dragón oriental.
Todos,
menos la Venezuela de Fidel, Raúl Castro y Maduro, precipitada a la bancarrota
por dos octogenarios que consiguieron en un caudillo militar venezolano de
otros tiempos el comprador ideal para venderle sus baratijas de redención y
revolución, y ahora a su sucesor, Maduro, quien marcha impertérrito por la
senda de que Venezuela pierda su independencia y termine siendo la primera
colonia china de ultramar.
Los
15 acuerdos firmados por Maduro durante su reciente viaje con el emperador, Xi
Jinping, y en los cuales se le concede un nuevo préstamo al gobierno
cubano-venezolano por 5.000 millones de dólares (lo que convierte a China en
nuestro primer acreedor, para una deuda total de 50. 000 millones de dólares),
a cambio de entregarle la mina de oro “Las Cristinas” nuevas concesiones en la
“Faja Petrolífera del Orinoco”, 500.000 hectáreas de las tierras más fértiles
de la nación para que las exploten campesinos importados de China, y
participación en los negocios eléctricos y del aluminio, son unas pocas
muestras de hasta donde está llegando la toma de la economía venezolana por los
asiáticos.
Y
todo sin hablar, cómo el mercado nacional, desde el automotriz, hasta los
electrodomésticos, pasando por vestidos y calzados, juguetes y artículos de
high tech, pasan a ser controlados de manera casi absoluta por mercaderes pre
siglo XX que no se detendrán hasta ver a sus presas totalmente descuartizadas.
Desde
luego que estos no eran los temas que tocaría Maduro en su comparecencia del
día miércoles 25 en la ONU, obnubilado como está por los cubanos por fantasmas
como el imperialismo yanqui, una presunta persecución o atentado que le tienen
montado la CIA y otros cuerpos de inteligencia en el mundo, las conspiraciones
contra la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI a fin de que él,
Maduro, no complete la obra del “comandante-presidente” Chávez.
Cuando, de verdad, lo que quieren oír los auditorios son las causas de cómo se arruinó Venezuela después de pasar 4 años en la mas grande bonanza petrolera de su historia, por qué se ha convertido en el territorio más importante y seguro de la cocaína que envían los carteles colombianos al Caribe, Centroamérica, Estados Unidos y Europa y por qué en las cárceles no mandan los funcionarios del gobierno sino los criminales.
Tantas,
tantas cuentas que hay que dar y que, pienso, fue, en definitiva, la razón que
determinó que la caravana de Maduro enfilará, en vez de los desiertos de Nueva
York, a los cielos de Caracas.
Manuel
Malaver @MMalaverM
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