Pocas
veces es ya esgrimida públicamente la cara y el cuerpo de la publicación que
registra el contenido de “la mejor Constitución del mundo”.
Si
acaso es liberada momentáneamente de la humedad que provoca el sudor de quien
la lleva en el bolsillo de alguna indumentaria para la ocasión, para ser
empleada como instrumento referencial de lo que debe acatar y cumplir el
ciudadano.
Inclusive,
para ser agitada en el medio del momento útil, mientras se dice en alta voz que
se procede y se actúa con base en su espíritu y articulado, aunque luego
publicación y normas vuelvan al sitio de donde fueron extraídas, para pasar
otra vez al reposo de siempre, a la ignorancia de todos los días, al
incumplimiento que se maquilla de cumplimiento verbal.
Nadie
como quienes juraron cumplirla y hacerla cumplir, para que describan con
amplitud de detalles porqué no honran su juramento; en dónde es que realmente
termina el alcance de esa obligación, y en dónde comienza la subjetiva
interpretación que permite desconocerla, para que luego pase a ser el útil
soporte de otra concepción de la que emergen fundamentos jurídicos que no son
tales, pensamientos que son imperceptibles y bases ilegales que sólo existen la
mente interesada del violador de la norma.
Así
ha nacido una fundamentación política conocida como socialismo y que fue
engendrada entre las sombras, mientras se le atribuyó una paternidad
revolucionaria casada con la concepción de la magnificencia del Estado, para
sepultar esencia, principios y valores, a cambio de una vida de iguales entre iguales,
aunque ocultando que los iguales serían luego los menos.
La
habilitación del ejercicio administrativo y de la armazón de disposiciones de
orden legal, desde luego, ha servido para escamotear derechos ciudadanos. Pero,
además, para cultivar utopías al amparo de la posibilidad de ignorar
protagonismos participativos, y de
apartar la valoración cierta de la ética en funciones de conducción, para que
sea el proceso punitivo el que determine hasta la somera viabilidad de
discrepar.
Venezuela
está llena de conductas individuales, grupales y hasta colectivas que ignoran
la importancia de acatar y cumplir con las leyes. Sin duda alguna, ha habido un
aprendizaje bien cimentado de la ventaja de actuar al margen de la norma,
menospreciando la ley. Tanto ha avanzado el país en dicho proceso, que
desconocer el principio y espíritu de la norma, es ya lo rutinario; es la nueva
costumbre que se expande sin impedimentos, libremente; que, inclusive, se le
inyecta vigencia y tolerancia, en un
juego macabro cuyo desenlace no garantiza paz ni justicia.
Las
leyes, en el devenir de la convivencia, son inspiración de un legalismo
influido por el empuje del llamado pragmatismo político, más interesado en
disponer de un recurso “legalmente apropiado” para el accionar circunstancial,
que para que las instituciones propias del Estado hagan sentir autoridad,
gobernabilidad, civilización, disciplina, respeto. En fin, vencimiento del
tribalismo, erradicación del salvajismo propio de las sociedades que insisten
en defender derechos y vivir entre
cavernas.
Hoy
el Estado de la magnificencia no pasa de ser una caricatura montada en el
pedestal de un preocupante deslave gubernamental. La “colectivización”, ese
llamado componente imprescindible para que la revolución no fracase, a decir de
algún connotado titular de la cuarentena de ministerios, es voz y mando. Y su
actuación es un derecho por servicios que se prestan, en el medio del rugir de
motores, del libre aprovechamiento del espacio público, sin reparo a lo que es
indebido, a lo que no es legal.
La
“colectivización”, en fin, es la misma fuerza que le impone a modestos
ciudadanos a sentirse obligados a despojarse de vestimentas para llamar la
atención de quien no quiere atenderle dentro de los espacios de un ente
público. 0 también, es la voz de quien, libremente, sin reparo alguno, y desde
cualquier posición gubernamental, descalifica, acusa, señala y destruye
moralmente a quien no merece ser destruido. Y
ya, como el colmo del menosprecio por la norma, pero con el mismo espíritu “colectivista”, se conduce
al Parlamento desde la égida de un dedo
inquisidor que, además, castiga, anula el debate y lo reemplaza por la
unilateral administración del silencio de representantes populares; todo, en
presencia del resto de aquellos que también fueron electos precisamente para
cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, pero que
optan por desentenderse del compromiso moral, mientras incorporan a su
verbalización extramuros un acartonado concepto de nueva ética política.
Inquieta,
sí, que esa situación en indetenible expansión que ignora participación, protagonismo ciudadano, consulta en justo
reconocimiento al derecho de ser legítimo dueño de la condición de ser
venezolano, esté induciendo a una respuesta distinta. A una conducta que, más
allá del rechazo frontal y decidida respuesta ante el atropello, alimenta situaciones y escenarios que no deberían ser tales, si se
admitiera que las diferencias son
superables, cuando la voluntad del y por el entendimiento son ciertas,
indistintamente del peso influyente que avivan noche y día los que necesitan
seguir medrando entre la violencia
y la anarquía.
Los
trabajadores de la Siderúrgica del 0rinoco en el estado Bolívar, los habitantes
de Cariaco en el estado Sucre, y los llamados “Bachaqueros” en el estado Zulia,
definitivamente, han alzado su voz para
reclamar derechos laborales, exigir consultas ciudadanas y dialogar decisiones. Y ningún individuo en
ejercicio de sus responsabilidades en cargo público, indistintamente de su
importancia y relevancia, puede hoy sentirse plenamente convencido y seguro que
llegó para permanecer eternamente en la posición que detenta, mucho menos para
presumir de su libertad para actuar al margen de la norma, creyéndose miembro
infalible para desestimar los derechos de
quienes tiene ante sí, de los que espera obediencia y acatamiento.
Y
tan válido es calibrar la importancia y trascendencia de quienes, en masa,
exigen que se les respeten sus derechos. Como la de aquellos que, individualmente,
insisten en demandar respuestas a los suyos, tengan o no relación con la
solicitud de una divisa para no verse obligados a cerrar sus empresas, o con su
reclamo de atención en un hospital público, y en donde para ser atendido se le
exige no sólo llevar su problema de salud, sino también cada uno de los bienes
o productos imprescindibles para ser salvado, si ese fuera el caso. 0 que en
vista de que el abastecimiento de ciertos equipos, reactivos, medicinas y hasta
especialistas han dejado de ser prioritarios, por la subvaloración que reciben
de las autoridades, es preferible viajar al país vecino más cercano que dispone
de toda esa infraestructura, para otra a una posible recuperación y eventual
reencuentro con la vida misma.
Egildo
Lujan Nava ,
Eviado
a nuestros correos por Edecio Brito Escobar (CNP-314)
ebritoe@gmail.com
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