En la mente del difunto comandante se
mezclaban tesis provenientes de distintas ideologías políticas. Una prevalecía sobre las demás: el rechazo al
Estado y a la República liberal, esencial para los marxistas. Fue el propósito
que lo obsesionó. Le resultaba inadmisible la independencia y el equilibrio de
los poderes públicos, la existencia de medios de comunicación independientes,
organizaciones sociales claramente diferenciadas del Estado y con capacidad
para frenar los desmanes del Poder, universidades autónomas. El modelo más
cercano era Cuba y su líder emblemático, Fidel Castro.
El sistema organizado en
la isla caribeña por la Unión Soviética y los países de Europa oriental, se
convirtió en el modelo típico ideal –según la expresión de Max Weber- de un
régimen totalitario dirigido por un líder carismático apoyado en una camarilla
de subalternos incondicionales. Las primeras recomendaciones cubanas apuntaron
a demoler la democracia liberal.
Hugo Chávez murió sin haber visto consolidado
su proyecto totalitario. La refundación de la República, la destrucción del
capitalismo y de la democracia representativa, y su sustitución por el
socialismo y la democracia directa, quedaron en barbecho. La resistencia que le
opuso el país impidió que se reprodujera plenamente el esquema fidelista, lo
cual no significa que haya fracasado en la construcción de un orden
institucional que incorporó la mayoría de las piezas que él diseñó.
Nicolás Maduro no logró aprender las
enseñanzas –siempre confusas y desarticuladas- del maestro, y, además, carece
de fuerza para compactar al chavismo en torno de ideales utópicos. El heredero
sabe que a duras penas logrará sobrevivir en medio de las turbulencias que le
rodean.
El socialismo del siglo XXI, el
Estado Comunal, la democracia participativa y protagónica, quedaron para
inaugurar actos oficiales y recordar la memoria del líder fallecido. Perdieron
todo encanto y capacidad movilizadora. Maduro no puede imprimirles ese sello.
El PSUV se organiza para ganar elecciones, sobornar, intimidar y
chantajear a los votantes, pero no para
construir la nueva república socialista edificada a partir de los despojos de
la democracia burguesa. De lo que se trata ahora es de mantenerse en Miraflores
sin contar con la presencia del líder fundador.
Hoy lo que vemos es un régimen
caótico y averiado -que carece de un proyecto doctrinario definido, aunque esté
ensamblado con diferentes ideologías- y que no posee respuestas eficaces frente
a la grave situación global que vive la nación.
El nudo económico el Gobierno no sabe cómo
desatarlo. Nelson Merentes, con una visión pragmática, reconoce la profundidad
de la crisis, admite que los logros han sido magros, propone modificar la Ley
de Ilícitos Cambiarios para limar sus aristas más punitivas, permitir la
apertura de las casas de bolsa, incrementar la oferta de divisas y reducir la
gigantesca brecha entre el dólar oficial y el paralelo, causa principalísima de
la escalada inflacionaria. Los dólares deben fluir. Cadivi no es suficiente. Su
preocupación no consigue eco. Ricardo Sanguino impide que en la Asamblea
Nacional se debata acerca de la situación económica porque “aquí no hay
crisis”. Todo es un invento de la derecha para desestabilizar al Gobierno.
Merentes no posee suficiente musculatura dentro del Gabinete para
dinamizar sus proposiciones. No incorpora aliados que respalden su posición. Da
la impresión de que la ortodoxia marxista, liderada por Jorge Giordani, sigue
teniendo un peso determinante en las decisiones económicas que se adoptan.
También puede ser que los cubanos no aprueben las iniciativas del ministro de
Finanzas porque no ven cómo pueden beneficiarse de los cambios sugeridos.
Mientras tanto la inflación anualizada se encaramó en 45,4%; la inflación en
2013 se acercará a 50%; el diferencial cambiario entre el dólar oficial y el paralelo es superior a
700%, el mayor en toda la historia nacional; la inversión foránea en Venezuela
es la más baja de América de Sur.
Los problemas desbordaron a Maduro y su
precario gobierno. La única respuesta que logran articular en medio del desconcierto es la que les recomiendan los
cubanos: más represión y hostigamiento a la oposición, mayores controles, más
hegemonía comunicacional con el fin de impedir que la realidad se conozca y
reducir el impacto de la escasez, la inflación, la inseguridad y el colapso
eléctrico.
El 8-D el país tendrá la oportunidad de
desmontar esta trama.
@trinomarquezc
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