Es imposible hacer política sin asumir sus efectos sociales.Sólo quienes
cacarean una condición revolucionaria que están lejos de tener, creen que con
gargarismos verbales, patria y saboteo son sus tocamientos previos, puede
desaparecer el torbellino de penurias que a diario embiste a todos.
Las misiones han sido la base para generar fidelidad política a costa de
hacer más dependientes del Estado a los más necesitados. Su lado positivo es
que han significado subsidios y transferencias que han mejorado el ingreso y el
consumo popular. Su cuchilla es la aplastante infación, el
desabastecimiento y la espiral de
corrupción típicos de la sustitución de la producción privada. En nuestro caso
se agregan el descontrol de la violencia delictiva y el derrumbde de los
servicios públicos.
Más alla del dar para atornillar los pobres al Estado, el mecanismo de
adhesión más eficaz es la representación ideológica del pueblo como sujeto
supuestamente activo y decisivo en la vida del país, la superioridad simbólica
de su misión y el papel privilegiado que ocupan los humildes dentro de un
discurso de redención. La guinda es la invención de un enemigo desalmado,
interno y externo.
Pero las crisis han comenzado a romper el encantamiento. Una apreciable
porción de los sectores populares urbanos se ha liberado del espejismo. Otra
quiere salir de ese círculo socialista-populista, pero teme perder lo que ha
recibido y lo mucho que aspira conquistar. A pesar de dudas y frustraciones con
lo que ya no es lo que fue, no dan el paso final hacia otra opción porque no
oyen su llamado para ellos.
¿Por qué no le ven el queso a la tostada? Es posible que no perciban con
nitidez el compromiso popular de la oferta de relevo. Hay que suponer en alguna
parte un faltante: en el mensaje, en la orientación de las ofertas, en el
lenguaje o en lo que proyecta la forma de hacer o vestir la política. Algo está
colocado en un punto ciego para las fuerzas partidistas y las organizaciones
sociales que están alineando la disolución del largo y fracasado imperio de los
enchufaos.
Hay un aspecto clave del cual siempre se toma nota para diferirlo bajo
cualquier pretexto. Se trata de elaborar el relato progresista del país
deseable, desde una imagen avanzada de justicia social y con un horizonte de
futuro capaz de emocionar, movilizar e integrar a los venezolanos tras una
causa que puedan compartir.
Las elecciones municipales son una oportunidad para convertir en patrimonio colectivo esta narrativa. Aun sin la existencia de un relato madre se puede comenzar a difundir relatos locales sobre una ciudad sana, productiva y creativa; con una vocación por cumplir; abierta al disfrute de sus espacios públicos; al sueño de vivir bien en barrios con equipamiento de urbanizaciones; con movilización confortable, segura y rápida; con calles limpias, ambiente protegido y acceso a diversas y plurales expresiones y actividades culturales.
El desafío consiste en lograr que la gente sea parte del cuento y pueda
echarlo. Elaborar una causa que los inspire, que los motive y que los cambie
desde los lugares, temas y luchas de su vida cotidiana.
La distancia entre este desafío y el país que quieres es apenas una
decisión de voto. Aunque no se crea, ese acto aparentemente aislado, es el
centro de gravedad del cambio posible.
@garciasim
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