Estamos rodeados de creencias. Absolutamente
todo nos condiciona en la vida. Padres, lugar de nacimiento y juventud,
cultura, historia, familia, hermanos, amigos, escuelas y experiencias de todo
tipo forman nuestras creencias. Unas son inculcadas. Otras son aprendidas. Muchas
son generadas por nosotros mismos.
Las primeras creencias son legados de
nuestros padres y abuelos. Luego vienen las de los maestros. Pero en cualquier
caso, las percepciones de lo que pensamos sobre nosotros mismos, las que
provienen del entorno, así como lo que
nos han enseñado desde pequeños, producen sentimientos en nuestro
subconsciente, que proyectamos con nuestras convicciones a través de la
personalidad.
Rafael Rodríguez Anzola, en su obra “A la luz
de la sabiduría”, las denomina condicionamientos. Agrega que en la actualidad
prevalece el paradigma que nos induce a creer que somos libres para creer lo
que queramos. Esa es una falsa creencia que nos convierte en prisioneros de
nuestros propios pensamientos. Liberarse completamente de los condicionamientos,
asegura, es imposible. Pero verlos nos conduce a cerciorarnos de los que somos.
Con los pensamientos que nos condicionan tenemos siempre que vivir, sin
embargo, nunca seremos libres si no llegamos a percatarnos de que las ideas,
cualesquiera que sean, si no trascendemos el pensamiento, nos esclavizan.
Es cuando entonces nos damos cuenta que los
problemas más grandes que generan las creencias personales ocurren cuando se
vuelven verdades indiscutibles, en dogmas universales, tanto en las personas como
en la sociedad.
Son monolitos convertidos en modelos difíciles de romper.
Rafael Santandreu se refiere a ellas como creencias irracionales, pues son
catastróficas, inútiles y dañinas. Sus
efectos son terribles. Pueden llegar a distorsionar las percepciones de
nosotros mismos, restándoles objetividad a nuestros criterios.
Bien cimentadas
en nuestro interior, estas creencias irracionales hacen que afloren en nosotros
emociones exageradas, especialmente la del miedo, pues nos crean un universo
personal lleno de terribles amenazas. “¡Debo hacerlo todo muy bien!” “¡La gente
me debería tratar siempre bien, con justicia y consideración!” “¡Las cosas me
deben ser favorables!” Caso contrario,
nos sentimos amenazados. Pero estas amenazas en realidad, sólo existen en
nuestra cabeza. Son invenciones de la
fantasía, que no tiene límites.
Resulta que la vida es mucho más sencilla, segura y alegre que todas esas
creencias.
La lista de las creencias irracionales es
interminable. Necesito tener a alguien a
mi lado para ser feliz. Tengo que ser alguien en la vida para no
sentirme fracasado. La virginidad es sinónimo de pureza. El dinero es malo
porque corrompe las conciencias. Debo tener una casa propia. La soledad es muy
mala; debo tener a alguien cerca para no ser desgraciado. Los hombres son más
fuertes que las mujeres. Los hombres no lloran. Lo deseable es vivir mucho
tiempo, cuanto más, mejor: ¡incluso cien años o más! Si mi pareja me es infiel,
no puedo continuar con esa relación.
En fin, todas estas creencias irracionales
lo que nos originan son malestares neuróticos, ansiedad y depresión. Si
limpiamos nuestra mente de exigencias irracionales, si dejamos a un lado la
tendencia de que necesitamos esto o aquello para sentirnos bien, nos daremos
cuenta de lo mucho que ofrece la vida para disfrutar, de que la sabiduría está
en ser feliz con casi nada.
isaacvil@yahoo.com
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