Yo estoy por creer que esta
gente que nos gobierna es un vacilón. Es decir, hay truculencias que ellos
inventan, que saben que la opinión pública se las va a batear; pero que a falta
de imaginación, ellos las repiten, de vez en cuando, de acuerdo a ciertas
circunstancias; como es el caso del magnicidio; que es el tópico que nos ocupa
en estos momentos; como decir, al que no le gusta sopa, le dan doble ración.
Constituye una ladilla;
porque uno tiene que referirse a ellos no queriendo; es decir, con plena
conciencia de que es lo que persigue el gobierno; que uno se esté refiriendo a
un asunto que no es sino paja; que uno caiga en este terreno sin querer,
queriendo, digamos mejor, puesto que uno termina víctima también de esa
paradoja, habida cuenta de que la incitación es muy grande.
Claro, aquí quienes
participan de la risa, como buenos vaciladores son los Castro; de cuya marca es
esta estrategia, o sea, del presidente condenado a morir a balazos (“el pobre”,
hace suspirar a algunos la especie); que es como pretender asesinar al pueblo,
y es por esto que recalcan lo del magnicidio, ya que él es el pueblo; como
decir: después de este señor, el diluvio, y que es lo que ha estado en boca de
Nicolasote en estos días: “Si yo muero, enseguida, se desatará la guerra en
Venezuela”.
Se pudiera decir que entre
los anuncios, que le han puesto los Castro a Nicolasote en su decálogo, para
ser procónsul de ellos aquí en Venezuela, es el relativo la debelación de un
atentado contra él por parte de la burguesía apátrida.
Que es el plato que nos han
servido en estos días; pero de una manera muy burda, y es por eso que se ha
tomado más a broma que a otra cosa. Enseguida la suspicacia del venezolano
levantó vuelo, e hizo humor con aquello que dijo Diosdado de que le aconsejaron
cambiarse la camisa roja, por otra de otro color, ya que las señas de su
persona, que tenían los sicarios, destinados a quitarle la vida, era que se
trataba de un sujeto de camisa roja,
puesto que también él iba a ser el blanco de esos balazos; destinados en primer
lugar contra Nicolasote, y luego contra él.
Pero lo más risible aún es
ese elemento de indicio o de sospecha, como son las fotografías que,
supuestamente, portaban ambos sicarios, que iban a participar del atentado, al
momento de ser detenidos, de Nicolasote y de “Ojitos Lindos”; lo que le faltó a
Nicolasote fue agregar que ya, para la fecha, aquellas fotografías, por el
demasiado trajín de los tipejos, se habían vuelto muy ajadas en esos bolsillos
de sus respectivos pantalones; lo que hubiera quedado más patético aún como
prueba de eso que en derecho se conoce como la comisión de un delito.
Yo me imagino a los Castro
oyendo a Maduro, sonrisa de dulce de lechosa (parodiando a Chávez), ambos
ancianos, mientras el novel procónsul, a la manera de un adolescente, les
relata el arrebatón que tuvo fulano y perencejo de la MUD, cuando el gobierno informó
sobre la detención de los dos sicarios, y hasta se picarán el ojo uno y otro
hermano, cuando Nicolasote les cuenta que Borges, y que terminó por burlarse de
ese indicio de la fotografía.
Claro, se trata de una obra
de teatro la que esta gente representa, y con plena conciencia de que lo están
haciendo, y, repito, con plena conciencia de que también la opinión pública
termina haciendo burla de todas las payasadas, que ellos dicen y hacen; porque
nadie les cree, y todo el mundo les espeta que esos no son sino efectos para
distraer la atención; conocen perfectamente que lo que están representando es
una mala comedia, y que a uno como público lo ignoran, sólo que tienen que
ceñirse a ese plan, porque ese es el guión que le han puesto; desde el mismo momento
en el que Chávez denunció a un señor en Guayana, al comienzo de su gobierno, y
a quien se le había incautado un arma, y cuyo propósito era acribillarlo con la
misma; un señor que nunca apareció, como tampoco el arma, y la que Chávez, a
propósito de su condición de militar, dijo de qué se trataba en términos de
potencialidad; que es el teatro que le faltó a Maduro, al instante de referirse
a las famosas fotografías de sus frustrados sicarios. Pero decía que desde
aquella primera vez que Chávez gritó:
-Mamá, me quieren matar aquí
en Guayana.
Desde ese entonces vinieron
una y otra las debelaciones acerca de planes magnicidas, hasta llegar a esta de
Maduro, es decir, trasmitida por ósmosis, digamos, esta sospecha mortuoria.
¿Armas? No es que no saben sembrar; es que lo hacen de una manera, que no le
rinden honor a la mentira. Recordemos el atentado que se debeló que le iban a
hacer a Chávez al momento en que iba a aterrizar en un determinado avión, que
lo traía de viaje. Se sabe del plan porque en cierto lugar, cercano al
aeropuerto encontraron una bazuca abandonada, y un croquis con las
características del paisaje, por donde iba a pasar el avión presidencial. Un
colega mío escribió por la prensa, por cierto, sobre esa bazuca, e hizo ver que
era la misma arma que le habían sembrado a los esposos López-Acosta (Antonio y
Haydee), una vez que les mataron a su hijo; cosa que ameritó un allanamiento a
su casa de habitación; como fue la misma que le sembraron al doctor Enrique
Tejera; acusado también de conspirar contra el gobierno, en un episodio,
igualmente, de estos de forjamiento de situaciones, que conllevan a medidas
extremas, como un allanamiento.
La opinión pública pasa a
jugar en esta obra teatral el papel, que jugaba el coro en el teatro griego, y
el que se permitía juzgar a los personajes, sólo que sin ninguna autoridad. La
opinión pública es ignorada o atropellada, porque detrás de todo esto no se
esconde sino un preparativo de manipulación para alguna estocada que nos tiene
preparada el gobierno.
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