La
guerra es una tragedia administrada por la técnica armamentista. Es el arte de
la muerte. El parque militar de los ejércitos es sustentado por ese principio
práctico en que deriva la política, una vez agotada.
En campos de batalla,
bandos enfrentados celarán poseer mayor poder de fuego que su contario, en la
medida en que el fragor de la lucha acrecienta el deseo de triunfar.
Aunque no
siempre es suficiente el poder de fuego, si los conductores de la guerra no
poseen ingenio militar para implementar tácticas y estrategias novedosas que
sorprendan al enemigo, para conseguir derrotarlo.
Agotada la técnica
armamentista tradicional, así como la capacidad de los conductores militares,
la ética de la guerra establecida en pactos, tratados o convenciones –como el
de Ginebra- sucumben a la tentación de violarlo y hacer uso de armas letales
prohibidas, pretendiendo acortar el camino hacia la victoria. Los hallazgos
científicos y micro electrónicos terminaron por convertir la técnica
armamentista en sofisticado instrumento de horror, para aniquilar tanto al
enemigo como a inocentes que los secundan, asomados a una ventana o jugando en
medio de una calle, bajo la lluvia de la metralla.
Víctima
absoluta de la guerra es la inocencia, representada por los niños.
Exterminados
antes de tener memoria suficiente para recordar y comprender por qué ahora
lucen la piel de un anciano, el desmembramiento del cuerpo, o el rostro del
monstruo que les aterrorizaba en sueños.
El retrato de Dorian Gray |
Quien triunfa en una guerra, teme
después que sobrevivientes de soldados muertos en combate, hayan procreado un
fruto amado e inocente, que les vengue a
futuro.
Los dictadores, en el poder por vías de guerra civil, religiosa o
revolucionaria, sufren la idea de que en su contra se fragüe un tiranicidio
desde la edad más temprana. El gusano del desvelo los lleva a blindarse en
impenetrables anillos de seguridad, a pesar de que en el bosque profundo de la
noche, sospechen que en algunos de estos anillos, se halla su virtual y frío
asesino, como el espectral cuchillo que conduce a Macbeth a matar al rey
Duncan, en la obra de William Shakespeare.
Aun
en su senectud, Fidel Castro no puede sentirse seguro en sus pesadillas de
sangre, de la inocencia sembrada que dejó el general Arnaldo Ochoa, después de
que Castro ordenó su fusilamiento por ser
rival seguro, que lo hacía temblar de envidia ante la leyenda de Ochoa,
ganada al frente de cuarenta mil hombres en batallas de campo, allá en el
corazón de África.
Guerra que Fidel Castro no podía dirigir a través de un
teléfono satelital, mientras asesinaba con alfileres rojos, el mapa del extenso continente negro.
Aquél
que mata por razones mezquinas o gloriosas, inevitable es que desate el león
de la venganza. Será acechado por éste,
y los muros del poder no serán suficientes para preservarlo ni de su misma
paranoia.
En el porvenir, la víctima puede ser encarnada por alguien
inesperado, y ejecutar sin dilación, al victimario o dictador. Quien disparó a
la cabeza de Muamar Gadafi, es uno de ellos.
El
dictador advierte el peligro en la flor de la inocencia. Apura convertirla en
aliada fiel o sus pétalos, en sangre.
Hitler creó un ejército de niños
dispuesto a dar la vida por él. El anterior presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad
-quien fue instructor de la organización Basij-, adoctrinaba niños para la
gloria del martirio, forzados a inmolarse durante los ocho años de la guerra
contra Iraq. A estos niños, que marchaban con una llave de plástico en el
cuello, Ahmadineyad les asignaba la
terrible tarea de barrer campos minados por iraquíes, a cambio de
prometerles, una vez que estallaran las minas, llegar pronto al paraíso.
Luego,
en honor a los mártires inocentes, los
tanques iraníes pasarían raudos sobre sus restos diseminados y vencerían
finalmente a los enemigos iraquíes. Mahmud Ahmadineyad como presidente en
ejercicio de Irán, recibiría una réplica de la espada de Simón Bolívar, por
parte de Hugo Chávez. Quizá el finado presidente, ensoñaba tener también, un
ejército de niños a disposición de su
aventura totalitaria.
Quien
usufructúa la presidencia de Venezuela, se ha hecho solidario y corresponsal
del gobierno criminal de Siria, –con asombroso nivel de insensibilidad- en la
masacre más espantosa con gas Sarín ejecutada en el siglo XXI, por órdenes de
Bashar al-Asad, donde numerosos niños murieron.
Con su declaración, el
ilegítimo expone a la sociedad venezolana, al convertirla en objetivo militar
de esa organización terrorista que combate contra el ejército sirio: Al Qaeda,
la misma que degrada y entorpece a la verdadera oposición de Siria, en su
accionar contra el dictador Bashar al-Asad.
Recordemos que es costumbre de Al
Qaeda, en sus acciones terroristas en el mundo, no importarle la geografía, si
tiene que ir tras sus enemigos, así sean inocentes que sueñan con ir al
paraíso, pero no por los senderos de la muerte.
edilio2@yahoo.com
@edilio_p
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