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miércoles, 18 de septiembre de 2013

EDILIO PEÑA, LA GLORIA DEL MARTIRIO

La guerra es una tragedia administrada por la técnica armamentista. Es el arte de la muerte. El parque militar de los ejércitos es sustentado por ese principio práctico en que deriva la política, una vez agotada. 

En campos de batalla, bandos enfrentados celarán poseer mayor poder de fuego que su contario, en la medida en que el fragor de la lucha acrecienta el deseo de triunfar. 

Aunque no siempre es suficiente el poder de fuego, si los conductores de la guerra no poseen ingenio militar para implementar tácticas y estrategias novedosas que sorprendan al enemigo, para conseguir derrotarlo. 

Agotada la técnica armamentista tradicional, así como la capacidad de los conductores militares, la ética de la guerra establecida en pactos, tratados o convenciones –como el de Ginebra- sucumben a la tentación de violarlo y hacer uso de armas letales prohibidas, pretendiendo acortar el camino hacia la victoria. Los hallazgos científicos y micro electrónicos terminaron por convertir la técnica armamentista en sofisticado instrumento de horror, para aniquilar tanto al enemigo como a inocentes que los secundan, asomados a una ventana o jugando en medio de una calle, bajo la lluvia de la metralla.

Víctima absoluta de la guerra es la inocencia, representada por los niños. 

Exterminados antes de tener memoria suficiente para recordar y comprender por qué ahora lucen la piel de un anciano, el desmembramiento del cuerpo, o el rostro del monstruo que les aterrorizaba en sueños. 

El retrato de Dorian Gray
Quien triunfa en una guerra, teme después que sobrevivientes de soldados muertos en combate, hayan procreado un fruto amado  e inocente, que les vengue a futuro. 

Los dictadores, en el poder por vías de guerra civil, religiosa o revolucionaria, sufren la idea de que en su contra se fragüe un tiranicidio desde la edad más temprana. El gusano del desvelo los lleva a blindarse en impenetrables anillos de seguridad, a pesar de que en el bosque profundo de la noche, sospechen que en algunos de estos anillos, se halla su virtual y frío asesino, como el espectral cuchillo que conduce a Macbeth a matar al rey Duncan, en la obra de William Shakespeare.

Aun en su senectud, Fidel Castro no puede sentirse seguro en sus pesadillas de sangre, de la inocencia sembrada que dejó el general Arnaldo Ochoa, después de que Castro ordenó su fusilamiento por ser  rival seguro, que lo hacía temblar de envidia ante la leyenda de Ochoa, ganada al frente de cuarenta mil hombres en batallas de campo, allá en el corazón de África. 

Guerra que Fidel Castro no podía dirigir a través de un teléfono satelital, mientras asesinaba con alfileres rojos,  el mapa del extenso continente negro. 

Aquél que mata por razones mezquinas o gloriosas, inevitable es que desate el león de  la venganza. Será acechado por éste, y los muros del poder no serán suficientes para preservarlo ni de su misma paranoia. 

En el porvenir, la víctima puede ser encarnada por alguien inesperado, y ejecutar sin dilación, al victimario o dictador. Quien disparó a la cabeza de Muamar Gadafi, es uno de ellos.

El dictador advierte el peligro en la flor de la inocencia. Apura convertirla en aliada fiel o sus pétalos, en sangre. 

Hitler creó un ejército de niños dispuesto a dar la vida por él. El anterior presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad -quien fue instructor de la organización Basij-, adoctrinaba niños para la gloria del martirio, forzados a inmolarse durante los ocho años de la guerra contra Iraq. A estos niños, que marchaban con una llave de plástico en el cuello, Ahmadineyad les asignaba la  terrible tarea de barrer campos minados por iraquíes, a cambio de prometerles, una vez que estallaran las minas, llegar pronto al paraíso. 

Luego, en honor  a los mártires inocentes, los tanques iraníes pasarían raudos sobre sus restos diseminados y vencerían finalmente a los enemigos iraquíes. Mahmud Ahmadineyad como presidente en ejercicio de Irán, recibiría una réplica de la espada de Simón Bolívar, por parte de Hugo Chávez. Quizá el finado presidente, ensoñaba tener también, un ejército de niños a disposición de su   aventura totalitaria.

Quien usufructúa la presidencia de Venezuela, se ha hecho solidario y corresponsal del gobierno criminal de Siria, –con asombroso nivel de insensibilidad- en la masacre más espantosa con gas Sarín ejecutada en el siglo XXI, por órdenes de Bashar al-Asad, donde numerosos niños murieron. 

Con su declaración, el ilegítimo expone a la sociedad venezolana, al convertirla en objetivo militar de esa organización terrorista que combate contra el ejército sirio: Al Qaeda, la misma que degrada y entorpece a la verdadera oposición de Siria, en su accionar contra el dictador Bashar al-Asad. 

Recordemos que es costumbre de Al Qaeda, en sus acciones terroristas en el mundo, no importarle la geografía, si tiene que ir tras sus enemigos, así sean inocentes que sueñan con ir al paraíso, pero no por los senderos de la muerte.

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