Desde siempre, casi todos aquellos que asumen
el poder, llegando a él por el medio que sea o porque los ponen allí, se
sienten en la necesidad de mostrar públicamente símbolos que lo denoten.
Algunos de esos símbolos son las coronas, los cetros, las espadas, las
charreteras y los bastones de mando. Por supuesto que hubo muchos gobernantes y
mandamases que no necesitaron mostrar símbolo alguno para ser reconocidos.
A veces, con sólo ser protagonistas de cuentos
y anécdotas, se conocían los personajes y se calibraba la cantidad y calidad
del poder que detentaban. Otras veces, las menos, a pesar de los símbolos y
algunos cuentos y anécdotas de fabricación apresurada y fantasiosa, nadie le
paraba bolas al gobernante y entonces este se veía en la necesidad de gastar
millones en inventar cuentos, despaturrar gente y usar símbolos de poder
estrambóticos.
En la actualidad se puede decir que para
algunos países en pleno desarrollo de sus economías, sociedades y formas
alternativas de gobierno no democráticas, pero sí renacentistas, en el sentido
de repetición de modelos ya trillados, resulta que los modelos de los símbolos
del poder han sufrido cambios insólitos.
Tomemos por ejemplo un país caribeño, isleño o
no. Da lo mismo. Son esquemas similares de comportamiento autoritario con
variantes mínimas indiscutidas y de uso generalizado y no cuestionado.
Símbolos del poder 1º- Viajes de presentación
a países acreedores o beneficiados por la largueza gubernamental o negocios
aledaños y a aquellos sitios de similar desigualdad política y judicial; 2º-
Insultos y escarnio público de otras figuras de poder, legítimas y de
consideración sociopolíticas más democráticamente aceptadas; 3º- Restricción
informativa y de cobertura periodística para quienes no son aceptados por el
gobierno como obsecuentes; 4º- Enarbolar las banderas de lo imposible, que
seguirá igual por la complicidad pero con nuevos campeones de la lucha contra
la corrupción; 5º- Desarticulación y exposición de evidentísimos planes de
magnicidio, llevados a cabo por siniestros personajes contratados por obvios
líderes, que habiendo detentado el poder no necesitaron de tanto bombo y
fanfarria para mostrar su capacidad política y de gobierno. El develar esos
planes pone en evidencia que los estrategas que los concibieron eran unos
cuscurros advenedizos que estaban aprendiendo a ser malucos.
Estos símbolos están establecidos como
necesidades imperiosas para el uniforme de gala del gobernante. Así pues, en
una mano la constitución que no se aplica, en la otra el dedo índice recto, a
ver si se posa el pajarito que transmite la novedad del futuro y en el pecho el
alivio de haberse salvado, una vez más, de ese odioso intento de asesinato que
hay que sacar a relucir para demostrar que uno es importante y lo sabe.
alvarogrequena@gmail.com
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