Todas las vías constitucionales están abiertas. Pero ahora es inoportuno desviarnos hacia un debate sobre la naturaleza del Estado y acordarse en los cambios a incorporar en una Constiitución ideal. La constitución real es ganar contundentemente el 8 de diciembre. Sin distracciones ni debates por los rincones de la sociedad.
El 14 de abril despuntó, con vigor extraordinario,
un nuevo ciclo político. Allí brotó este pasaje de alta tensión que busca avanzar, doblegando los
empeños de enquistarle a la sociedad un régimen neototalitario, hacia una
reinvención de la democracia y de la noción de progreso.
Es una fase inédita, por las
incidencias de un gobierno que combina elementos democráticos y autoritarios,
llena de incertidumbres y contradicciones. Pero lo que emerge, en oposición al
constinuismo y la conservación de privilegios de poder, es una alternativa que
se está conformando en torno a Henrique Capriles.
El problema es que esta fase se puede prolongar más de lo debido,
particularmente si un errado optimismo nos hace tomar un atajo, incurrir en distracciones
o caer en emboscadas montadas por los
aparatos oficialistas. Hoy no hay nada que sustituya la ruta que conduce a conquistar
la condición de mayoría a través de luchas sociales y políticas, metiéndose
dentro de la gente y acumulando éxitos parciales que se traduzcan en nuevas y
contundentes victorias electorales.
A Capriles, la Mud, las organizaciones
comprometidas con el cambio y los
ciudadanos de a pie nos corresponde llevar a la práctica aquellas acciones
destinadas a colocar en el gobierno a las fuerzas que han resistido las
embestidas oficiales. Sin espejismos ni falsas polaridades.
La tarea puede lograrse,
democrática y constitucionalmente, incluso en un tiempo menor al marcado por el
final de este período presidencial. Primero porque la aspiración a que esa
sustitución ocurra pacíficamente se está convirtiendo en un concenso implícito.
Segundo, porque las fuerzas de cambio democrático saben que no pueden repetir
el error de actuar sin tomar en cuenta, incluso sin defender, los derechos del
pueblo chavista que va a seguir teniendo una proporción significativa en la
sociedad. Y tercero porque Maduro es un error que si correjimos entre todos, le
saldrá menos costoso al país.
Su declive es inevitable porque su retrovolución
está llevando al gobierno y a toda la sociedad a un precipicio ruinoso. Nos
acercamos con velocidad galáctica al hueco negro donde van a explotar todos los
fracasos de distintas magnitudes y ámbitos: inseguridad, inflación, desabastecimiento,
endeudamiento, pérdida de soberanía o el simple derecho a convivir teniendo
proyectos de país distintos y opuestos.
El interés de la alternativa es evitar
que ese momento llegue y comenzar la reconstrucción de la nación antes que se
profundicen los daños. Pero acortar los tiempos obliga a extender la convicción
de que es una tragedia mantener la situación tal y como está, especialmente en
la gente situada en la otra acera. La pérdida continuada de país no favorece a
ninguna de las dos mitades en pugna.
El desafío consiste en ganar
democráticamente una competencia que no transcurre democráticamente. Para estar
a la altura de ese reto la alternativa debe añadir a su enraizamiento social, la
consistencia ética y la narrativa del país que se quiere. Sin llenar esos requisitos
habrá números sin calidad.
Tampoco habrá mayoría legítima si
se subestiman las competencioas electorales, que a fin de cuenta son el
criterio para medir la relación de fuerza entre los contendores actuales y
producir la alternabilidad en el mando. Allí reside la trascendencia de las
elecciones del 8 de diciembre: elegir los mejores Alcaldes y concejales y
reafirmar que existe la fuerza suficiente para girar el rumbo del país.
Todas las vías constitucionales están
abiertas. Pero ahora es inoportuno desviarnos hacia un debate sobre la
naturaleza del Estado y acordarse en los cambios a incorporar en una
Constiitución ideal. La constitución real es ganar contundentemente el 8 de
diciembre. Sin distracciones ni debates
por los rincones de la sociedad.
Sólo después de ese triunfo, habrá
mucho país que discutir.
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