Todas las revoluciones
pierden el glamour que brindan las causas justas que inicialmente le inspiran y
terminan sumergidas en un nauseabundo charco de corrupción, arbitrariedades y
represión, lo cual generalmente deviene en atrocidades terriblemente dolorosas
para los pueblos. La mal llamada “Revolución Bolivariana” no podía ser la
excepción.
Tarde o temprano, todos
los regímenes autoritarios terminan en la misma fosa. Los historiadores
coinciden en advertir que luego del fraude en el referendo donde –igual que
Maduro- el General Marcos Pérez Jiménez estafó electoralmente a los
venezolanos, recrudeció la represión y el hostigamiento a la disidencia.
Intentando mostrar fortaleza, realmente se estaba ante un signo elocuente de la
decadencia política y moral de la dictadura. Exactamente eso es lo que vemos en
la actuación vulgar, indecorosa y desesperada del oficialismo en la Asamblea
Nacional. No hay que ser un analista
político para suponer que debe estar muy mal un gobierno que actúe de esa
manera y en efecto, todas las encuestas sugieren que Henrique Capriles ganaría
por paliza cualquier elección hoy en Venezuela y que el descrédito de la cúpula
podrida que “gobierna” ha llegado a las nubes, junto a la inflación, la escasez
y la inseguridad. El país le ha dado la
espalda al hamponato que truculentamente se mantiene en el poder. Esa es una realidad palpable e irreversible.
La boliburguesía
corrupta insiste en el camino de la confrontación, la descalificación y las
persecuciones, sin darse cuenta que muestran así su debilidad y que no podrán
intimidar a los venezolanos, ni detener la ola de cambio. Hasta en Egipto, donde los niveles de
violencia fueron extremos, la gente perdió el miedo a la represión y arriesgando
sus vidas, salió a las calles, lanzando a un saco roto las amenazas del
Presidente Mubarak. Lamentablemente, esa
inmensa fuerza ciudadana no pudo ser canalizada pacífica y electoralmente, como
vamos a hacerlo en Venezuela. Conscientes de las trampas y del ventajismo, las
elecciones municipales serán la oportunidad para castigar a los inmorales que
han desangrado al país y pretenden engañarnos con una hipócrita lucha contra la
corrupción, llegando al cinismo de pedirle poderes especiales para ello a
Diosdado Cabello, nada menos. Tienen 14 años con todos los poderes y solo les
sirvió para asaltar impunemente las arcas de la Nación.
Nicolás
Maduro está desconectado de la realidad, manipulado por los cubanos y por un
entorno putrefacto que solo piensa en sus beneficios económicos. Esta es otra similitud con otras autocracias:
la incomprensión de la realidad.
Destacados analistas señalaban que "El presidente Mubarak no está
entendiendo el alcance de la situación". La historia se repite desde Nerón
o Napoleón hasta nuestros días. El poder no solo envilece sino que enceguece,
algo que también se evidencia en la decadencia.
Twitter:
@richcasanova
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