Independientemente de las muchísimas
diferencias ideológicas que desde estas líneas nos separan del periodismo
progresista (incluso en su versión opositora), no podemos menos que reconocer
que quienes probablemente sean hoy sus dos exponentes más representativos
(Nelson Castro y Jorge Lanata), desde sus respectivos lugares de influencia
están brindado un auspicioso servicio a fin de concientizar a la opinión
pública respecto de la naturaleza siniestra que encarna y representa el
gobierno nacional, capitaneado por Cristina Kirchner.
En efecto, el médico y periodista
Nelson Castro ha insistido en sus últimos editoriales en que la Presidente
padece una peligrosa patología mental que la aleja de la realidad (síndrome de
Hubris), en tanto que el taquillero Jorge Lanata por su parte, ha demostrado
por medio de numerosos informes que la Presidente se habría enriquecido
ilícitamente.
Insistimos en lo siguiente, más allá
de las enormes discrepancias filosóficas que tenemos para con los periodistas
mencionados, desde ya que confiamos en la seriedad de sus acusaciones y
asumimos entonces, que ambos tienen razón: no sólo nos estaría gobernando una
desequilibrada mental sino también una delincuente.
Pero ocurre que detrás de estas
aseveraciones, fueron sendos comunicadores quienes concluyeron sus respectivas
editoriales televisivas de esta semana deseando y exigiendo que Cristina
termine los dos años que resta de su mandato presidencial. En efecto, ambos
íconos del periodismo progresista, temerosos que desde las tribunas
oficialistas los tilden de “destituyentes”, tras mostrar serias evidencias que
ponen de manifiesto el ejercicio inconveniente o ilegítimo de Cristina como
Presidente, luego tropiezan con la insalvable contradicción de clamar para que
la susodicha prosiga detentando su cargo y mandato.
En efecto, si damos por sentado o por
válido que nos gobierna una desquiciada y una malhechora: ¿por qué tenemos que
anhelar que termine el mandato?; ¿por qué desearle al país algo tan negativo
como prolongar el cargo de quien no posee las cualidades mentales o morales
como para ocupar tamaña responsabilidad? Si Castro y Lanata están en lo cierto
respecto a sus duras acusaciones, Cristina no sólo merece ser destituida ipso
facto sino que luego debería caer sobre ella una sanción legal que la destine a
un establecimiento penal o sanitario, según se determine.
Luego, advertimos que impulsar la
destitución de Cristina no sólo no es una arbitrariedad “golpista” sino que
implica el cumplimiento estricto de la Constitución Nacional. Justamente,
conforme lo establece la Carta Magna, los Diputados de la Nación pueden y deben
acusar ante el Senado a la Presidente, tanto sea por “por mal desempeño o por
delito en el ejercicio de sus funciones”[1] y a la vez, es el Senado a quien le
compete juzgar[2] y “destituir al acusado, y aun declararle incapaz de ocupar
ningún empleo de honor, de confianza o a sueldo en la Nación”[3]. Vale aclarar
que la condena en cuestión, importa apartar a la Presidente del cargo para que
seguidamente la acusación, juicio y castigo sean conformes las leyes de los
tribunales ordinarios.
Opositores de utilería
Pero dejemos a un lado el rol del
periodismo progresista y tomemos nota del papel del grueso de los Diputados del
llamado “arco opositor”: ¿qué postura toman respecto a la eventual destitución?
Ninguna, puesto que si bien éstos se regocijan de lo que el periodismo
independiente denuncia respecto del Poder Ejecutivo Nacional, nadie propone
otra cosa superadora que no sea apostar al “diálogo y al consenso”. ¿Es válido
proponer dialogar y conceder con inmorales o malvivientes? Interesa la pregunta
porque en oportunas y certeras definiciones de San José María Escrivá de
Balaguer: “Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese
hombre es un… hombre sin ideal, sin honra y sin Fe”[4].
Pero más allá de las definiciones
categóricas del citado Santo español y volviendo al elástico comportamiento del
grueso de nuestros congresistas, podría argumentarse que la petición de juicio
político sería en vano, puesto que las mayorías exigidas para impulsar tal
medida no están dadas, dado que los bloques oficialistas impedirían esa justa
maniobra institucional. Pero eso ya sería un dilema de los Diputados
eventualmente apañadores del delito, y en modo alguno un obstáculo para que los
legisladores opositores cumplan con la función de solicitar lo que corresponde,
más allá de las resultas de la votación parlamentaria.
Finalmente, celebramos las
investigaciones y acusaciones que desde diferentes lugares se están llevando
adelante contra el seno del kirchnerismo, pero exhortamos también a que éstas
no acaben siendo abstractos reproches verbales que, a la postre queden en la
nada. Es indispensable entonces, que seguidamente se apunte, impulse y promueva
con toda la energía del caso una punición concluyente para con los sindicados
delincuentes de Estado.
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