La Comunidad Internacional está asistiendo con una angustiosa impotencia la nueva escalada de violencia que sacude a Egipto, como resultado del choque entre los manifestantes de la Hermandad Musulmana -que exigen el retorno a la Presidencia de Mohamed Mursi, y los militares que radicalizaron la represión argumentando actuar en contra de provocaciones terroristas del extremismo islámico. Lo cierto es que el país de una civilización milenaria, esta sacudido por un caos incivilizado en el que se han vertido ríos de sangre con el trágico resultado de cientos de muertos y millares de heridos en pocos días.
Las victimas no están solamente del lado de los Hermanos Musulmanes, ni sus aliados que vinieron a apoyarlos desde otras latitudes, sino que el “Día de la Ira” produjo incalculables muertes entre los agentes de seguridad, y luego se extendió en ataques y saqueos a sedes religiosas de otras confesiones. El Patriarca Copto-Católico denunció que fueron atacadas más de 30 iglesias. A su vez, el Convento del Buen Pastor, la escuela y el hospital adyacente fueron saqueados e incendiados. Esta explosión de violencia la vivieron también iglesias Franciscanas, Ortodoxas y Evangélicas, mostrando el perfil extremista de algunos de los seguidores de un peligroso fundamentalismo.
El Papa Francisco, al lamentar las dolorosas noticias sobre las victimas de ambos lados hizo un llamado para que “Oremos juntos por la Paz, el Dialogo, la Reconciliación en esa querida tierra” Se trata de una invocación muy oportuna, ya que en vez de determinar sanciones que agudizarían la crisis, su mensaje va dirigido a que se evite una nueva frustración y se mantengan las esperanzas de aquellos jóvenes que en su movimiento de vanguardia durante la Primavera Árabe clamaban por la democracia, la libertad y el dialogo.
La Comunidad Internacional tiene una enorme responsabilidad en estos momentos y debe actuar para que se consolide un Gobierno Interino que promueva la inclusión, a través del dialogo y la reconciliación de todos los egipcios, evitando que se multiplique la confrontación entre dos extremos que son nocivos para la democracia y la libertad. El objetivo principal debe ser el poder ayudar a los egipcios para evitar que se consolide una dictadura militar o en su defecto se acentúe un totalitarismo fundamentalista como el que pretendió imponer el Presidente electo hace un año, incumpliendo durante su mandato el compromiso que ofrecía incluir a todos los sectores del país.
El Consejo de Seguridad de la ONU en vez de imponer sanciones, lo que debe promover es el cumplimiento de la Carta de las Naciones Unidas inclinando sus opciones por la construcción de mecanismos de confianza entre los egipcios que solo se logrará generando caminos que promuevan el dialogo. Si no se actúa de manera urgente, ejerciendo las debidas presiones para que se genere un clima positivo que apacigüe los ánimos de odio o de ira, el conflicto podría entrar en una escalada aun mas grave hasta el punto de que pueda transformarse la actual crisis en una guerra civil de proporciones inconmensurables parecidas a lo vivido en Siria o en Libia. Ciertamente ese escenario tendría serias repercusiones en otros países de la región. Es por ello, que en vez de buscar mecanismos de sanción, la comunidad internacional debe promover mecanismos de conciliación
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