Redactar una nueva Constitución es un ejercicio extenuante que no nos asegura una Buena Constitución
Hace muchos años con Chanchi pasamos un fin de semana en Valparaíso. Era un radiante día de verano meridional que exhibía en todo su esplendor la vitalidad colorinche de la legendaria y romántica ciudad chilena, cuyo sólo nombre, "Val-paraíso", evoca romanticismo exótico en el confín más remoto de la inmensidad del Océano Pacífico. La vista era maravillosa desde sus cerros, más aún después de pelegrinar a la casa de Neruda en aquella ciudad. Contemplando el horizonte desatado, desde el rincón del mundo, pude imaginar lo que siente alguien como Chanchi, venida de tan lejos, al ver una ciudad con un carácter único. Algó así sentí cuando hace pocas semanas me bañaba y tomaba el sol en el Océano Índico.
Pues bien, en aquel lejano día de verano, se me vino una frase que dijo Charles Darwin, el mítico naturalista inglés, al final de sus días, algo así como que después de haber recorrido todo el mundo y de ver las bellezas más impactantes, no puedo apartar de mi memoria el lugar más feo de todos, la Patagonia (se refería al lado argentino), llegando a describirlo, famosamente, como "ese páramo inútil". Ahí, en Valparaíso, si algo arruina por completo la vista al mar, es ese prominente y ordinario mamut arquitectónico, un mamarracho sin parangón, conocido por el vulgo como "el Congreso de Valparaíso". Esa grotesca porquería no es un edificio sino un adefesio.
Si lo comparásemos con un personaje de ciencia ficción, el Congreso de Valparaíso exuda la elegancia de Chewbacca o Jar Jar Binks. Si algo no puedo olvidar es cómo arruina la belleza del Puerto ese urbanicidio perpetrado por Pinochet, un hombre de gustos refinados y gran admirador de la arquitectura clásica (NOT!). Lo increíble es que en los alrededores venden postales de ese templo al mal gusto. ¿alguien, aparte de un troglodita, podrá mandar una postal con ese momuento al mal gusto?
Imagínense si Johannes Vermeer hubiese pintado a la Muchacha de la perla con una enorme verruga o un lunar peludo. Arruinaría toda su hipnótica belleza. Pues el Congreso como está es un atentado estético a Valparaíso que urge extirpar.
Pero más allá de lo estético, que si bien es importantísimo, hay una cuestión simbólica subyacente: eliminar el Congreso de Valparaíso será hacer un gran favor al patrimonio nacional, y de paso, un signo potente de que rechazamos uno de los más notorios visos de la institucionalidad pinochetista.
Una mejor institucionalidad, pero sin una Asamblea Constituyente chévere
Este sitio fue uno de los pioneros de una nueva Constitución. Pero ese fue en un periodo de calma. Hoy, los ánimos están demasiado caldeados y, peor aún, la idea original de conformar un marco institucional fresco se ha diluido en una tóxica solución que promueve tácitamente declarar el socialismo como la ideología oficial del país, y convertir el texto fundamental en un esperpento, un desiderátum de derechos.
La idea detrás de los precursores de la nueva Constitución no es otra sino cuestiones absurdas como declarar que la educación es un derecho y que el Estado debe costearlo íntegramente, o incluso alberga proyectos más siniestros, como legalizar la expropiación de inversiones extranjeras en minerales chilenos.
De prosperar esta idea, el resultado será un mamarracho tan feo como ese triste hospital que hace las veces de Congreso. Intelectuales de poca monta como Salazar o Garretón son de suyo incapaces de emprender un trabajo monumental como darle al país una institucionalidad que funcione y sea eficiente. La Constitución establece el marco jurídico para que haya política. Lo que pretenden los porristas de la Nueva Constitución es terminar el debate y declarar al Chavismo como la vía chilena hacia la mediocridad.
No obstante, nadie puede negar que la actual Constitución es inadecuada, simplemente porque sólo fue concebida para darle visos de legitimidad a Pinochet, y a pesar de las reformas estructurales, aún persiste el retintín pinochetista en la carta magna.
Lo que nuestro sitio sí propone es un paquete de medidas, de quick fixes, que en su conjunto mejorarán sustancialmente la gobernabilidad y la la calidad institucional. Estas son nuestras propuestas:
1. Cambiar el Congreso Nacional de ese horrible adefesio de Valparaíso al elegante edificio neoclásico de Santiago, que históricamente ha sido la sede del poder legislativo durante toda nuestra historia republicana. Es además eficiente que parlamentarios estén cerca del Ejecutivo. La sede en Valparaíso, aparte de horrible, es idea estúpida de Pinochet que debe remediarse. Y cuanto antes.
2. Eliminación inmediata del sistema binominal sólo para ser reemplazado por un sistema uninominal mayoritario, como ya lo hemos propuesto. sea de una o dos vueltas. Chile Liberal sugiere una vuelta, pero esto debe discutirse. Cualquier disparate proporcional es terminar en el fraccionamiento político de la República de Weimar, y ya sabemos como terminó aquello (con un señor gritón que portaba un bigote a lo Chaplin)
3. Establecer como primer artículo la separación de iglesias y Estado, tal como lo hace la Constitución Norteamericana, y por consiguiente implantar una absoluto laicismo à la française, con todo lo que ello implica. O sea, ningún chistosito de la Corte Suprema podrá decir que su opinión es la del obispo, como ocurrió durante el fiasco de la píldora del día después. Si hay musulmanes que quieren mandar a sus hijas a la escuela con velo, podrán hacerlo en colegios privados, no en los públicos. Y así muchas otras cosas.
4. Es imperativa una regla de oro fiscal, para evitar descalabros como el de España. Es preocupante que después de un período de expansión en el ciclo económico, Sebastián Piñera irresponsablemente entregue el país con un déficit estructural. No un déficit cíclico, como correctamente hizo la dupla Bachelet-Velasco: gran lección aprendida de la crisis asiática (cuando el gobierno de Frei no quiso endeudar el país), sino esta vez estamos ante un inaceptable déficit es-truc-tu-ral después de un período de expansión. El populista de Piñera dijo hace algunos años que Chile alcanzaría el nivel de España, su miopía le impidió ver que ese país era manejado por incontinentes fiscales elegidos por un electorado embobado por la TV basura de ese país. Pues gracias a su populismo innnato, Piñera lo hará realidad su promesa: nos dejará como España. Así como la nación ibérica aprendió ahora, en medio de la ruina económica y la pérdida de su independencia financiera, el valor de mantener las finanzas en orden, de no actuar con decisión en Chile ya sabemos lo que nos espera.
Como saben, Chile Liberal privilegia los cambios graduales, el trial-and-error, por sobre estos rimbombantes intentos refundacionales que dejados a intelectualitos de poca monta harán que nos vayamos a la cresta.
Tenemos poco que ganar y mucho que perder con una extenuante Asamblea Constitucional que, mucho me temo, pueda parir un bastardo incluso peor que la Constitución actual.
chileliberal@gmail.com
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