La ruta de buenos sucesos para la oposición, que comenzó con las primarias, ha tomado la significación de una proeza. En seis meses logró descontar una ventaja de 11 puntos, obligó al Estado a desnudar su ventajismo y marcó con una acusación de ilegitimidad la proclamación presidencial.
Esa sucinta descripción de extraordinario
desempeño frente a un Estado neototalitario, brinda suficientes motivos para
fundamentar el optimismo de la voluntad. En la sociedad venezolana de hoy, al
margen de la predecisión que la CSJ no encuentra cómo justificar, existe una
cerrada lucha por la mayoría. Aunque no sea un dato inmutable, porque todavía
una parte de la población oscila entre ambos polos, las tendencias indican que
la disputa se está resolviendo a favor de las fuerzas democráticas de cambio.
Ganando el juego, la prioridad consiste en
preservar e incrementar las fuerzas para luchar mejor por ampliar las ventajas.
Pero las buenas rachas conllevan el riesgo de las malas apuestas. La
inestabilidad en el lado gubernamental, reflejada en los desesperados esfuerzos
para recuperarla, alienta el peligroso espejismo de las salidas no
democráticas. Un final indeseable que aceleraría la caída de Venezuela en el
peor de los mundos posibles.
Pero las tentaciones del diablo son dulces.
Gente que siente que se llegó al límite de lo admisible, quiere dejar la razón
a un lado y abortar resultados. Menospreciando la persistente resistencia
social al régimen, se lamentan o denuncian un supuesto conformismo popular. En
su prisa levantan injustas y ofensivas comparaciones con Brasil y Egipto con la
consecuencia de restarle pertinencia al camino que, paso a paso, estamos
recorriendo y desacreditar el potencial de éxito simbolizado en Capriles y en
la MUD.
Venimos de regreso de nuestra plaza Tahrir.
Hace una década pudimos verificar, en medio de enormes movilizaciones
populares, que las insurgencias no se decretan.
También que las exaltaciones a tomar el cielo
por asalto conducen a laberintos sin salida, sencillamente porque carecen de
plan A.
No es que falten ganas o la suficiente indignación para tomar la calle, sino que cuando crece un estallido social, cotidiano y fragmentario, no se pueden manipular esas protestas para cambiar su naturaleza reivindicativa por una elucubrada finalidad tumbagobierno. Las causas no se entregan por impaciencia.
No hay ambigüedad posible respecto al
objetivo trascendente de una sociedad más justa y más libre que rompa con los
populismos democráticos o totalitarios ni sobre las variantes democráticas, no
exclusivamente electorales, disponibles para alcanzarla. Capriles y la MUD
expresan a la Venezuela que es posible conquistar por medios pacíficos y
constitucionales.
Es una aspiración problemática y que requiere
un examen crítico continuo. Exige un debate plural, que se nutra de distintos
puntos de vista que hagan más inteligente y eficaz a la estrategia democrática.
Una discusión que abarque asuntos disimiles, desde identificar los aspectos en
los cuales pueden tener razón los millones de seguidores del oficialismo hasta
los esfuerzos por dilucidar los contenidos y alcances de un nuevo pensamiento
progresista.
Se trata de formular y llevar a cabo juntos
una estrategia de acciones de largo aliento para llenar los requisitos que el
siglo XXI le pide a Venezuela para comenzar a ser un país viable. Y hasta
ahora, esa estrategia, es la que está en progreso con Capriles.
@garciasim
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