Definitivamente el papa Francisco es un
hombre de Dios. La visita al Brasil y su participación en las Jornadas
Mundiales de la Juventud confirman su talante parroquial y sencillo y a la vez profundo, que apunta hacia la
transformación de la Iglesia Católica retomando el espíritu de Juan XXIII, otro
hombre de Dios, quien impulsó grandes cambios hace 50 años con la convocatoria
del Concilio Vaticano II.
No es fácil leer los signos de los tiempos
mucho menos si se vive dentro de un claustro burocratizado y sometido a reglas
impuestas por la cotidianidad administrativa, ni tampoco metido en los libros
de teología cerca del cerebro pero lejos del corazón.
Francisco es un hombre de
parroquia, es decir, de la unidad eclesial básica; también es jesuita, es
decir, con vocación pastoral y sobre todo educativa, que conoce a los jóvenes
en sus ambientes escolares y universitarios; Francisco es latinoamericano y ha
sabido distinguir entre pastoral social y política, cosa nada fácil. Tiene
claro cuál es su papel. Ha sabido beber en la sabiduría cristiana el mandato del
amor, y la solidaridad con los más pobres está incontaminada de doctrinas
económicas inhumanas, como el marxismo.
En Brasil visitó Aparecida en el 2007, donde
compartió con los obispos de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana y
suscribió el Documento Conclusivo que marca el camino de la iglesia en este
continente. Fiel a esa declaración que ayudó a redactar, elevado luego a la
dignidad de la silla de San Pedro, la coherencia le obliga a llevar a toda la
Iglesia Universal el “espíritu de Aparecida” recogido en el Documento
Conclusivo que tiene la siguiente frase: ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!
¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades
y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que
ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de
esperanza!
Son precisamente la alegría y la esperanza lo
más destacado de las Jornadas Mundiales de la Juventud en Río, basadas
justamente en la verdad y en el amor; todo tan claro como el sol de Copacabana,
como el espíritu brasileño, como el rostro de Francisco que revela un alma
buena. El mensaje a los jóvenes es lo más cercano a la parábola, que era el
estilo del mensaje de Jesús. Somos terreno para la siembra, para el entrenamiento
y para la construcción, y sin recurrir a excesivas citas bíblicas, llegó al
fondo del alma de los tres millones que estaban allí, y los muchos más que lo
seguimos por televisión.
¿Qué queda de Rio? Si recordamos las Jornadas
Mundiales de Madrid, también muy alegres, es la imagen de una juventud que está
viviendo a plenitud su tiempo, que pese al bombardeo de antivalores sabe dónde
encontrar la felicidad, con un vocero que les llega al alma, porque como el
alma juvenil, tiene la frescura de quien es hombre de Dios.
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