El escándalo de las armas rusas clandestinas embarcadas por Cuba en un buque de Corea del Norte que pretendía cruzar el Canal de Panamá antes de ser paralizado y esculcado en el puerto de Manzanillo por las autoridades de Panamá, está evolucionando de manera muy rara. Una semana después del comienzo de la inspección del Chong Chon Gang y del descubrimiento de los primeros ocho containers cargados de material bélico, cierta prensa, en lugar de investigar los puntos más obscuros de ese tráfico de armas, está tratando de desviar la atención hacia aspectos secundarios, si no ridículos.
Tras leer lo que escribió ayer, por ejemplo, La Prensa, de Panamá, no queda duda acerca de esa intención. Ese diario nos cuenta que el problema no es lo que hizo La Habana sino lo que hizo el presidente de Panamá, Ricardo Martinelli. Esa publicación asegura que “la presencia y participación activa del presidente, Ricardo Martinelli, en el proceso”, es un problema. Que el mandatario panameño “no solo participó en el allanamiento [del buque], sino que ha publicado constantemente fotos y detalles del procedimiento en su cuenta de la red social Twitter”.
Martinelli es, pues, culpable por haber alertado al mundo sobre lo que Panamá había descubierto. Sin embargo, al hacer eso, Martinelli cumplió con su deber constitucional de velar por la seguridad de su país. Ese barco que llevaba no sólo dos aviones de combate rusos MIG-21 desmontados pero en perfecto estado, un avión para recargar combustible en el aire, una base de misiles tierra-aire, una antena de radar con su plataforma, y dos vehículos para remolcar radares, llevaba también dos tanques repletos de gasolina especial para aviones y más de 10 000 toneladas de azúcar, materia ésta que es un poderoso carburante. En otras palabras, el barco coreano, que llevaba todo eso en containers deteriorados, no solo estaba violando la legislación internacional, sino que era una “bomba ambulante”, como indicó un ministro panameño: en condiciones de intenso calor ese combustible pudo haber estallado e inflamado las toneladas de azúcar causando un enorme desastre en el Canal.
Muchos observadores en Panamá y en el extranjero se preguntan, por otra parte, hacia dónde iban realmente y quienes eran los verdaderos destinatarios de esas armas pesadas, punto que es, realmente, el principal de este affaire. La Prensa sin responder a eso asegura que el problema es el protagonismo del presidente Martinelli, y no los cubanos ni los coreanos del norte involucrados en ese tráfico. Es legítimo suponer, pues, que ante las explicaciones increíbles de La Habana –que los aviones y misiles eran armas “obsoletas” que Corea del Norte iba a reparar–, la dictadura cubana está exigiendo a sus agentes de influencia, en Panamá y en el continente americano, hacer lo que sea necesario para desviar la atención y adormecer la comunidad internacional para que este asunto no revele sus secretos, no llegue al Consejo de Seguridad de la ONU y Cuba o Corea del Norte puedan, finalmente, recuperar el barco y su cargamento.
¿Esas armas –los dos M-21 habían sido usados recientemente, según los expertos–, habían sido enterradas bajo 220 000 sacos de azúcar para burlar la vigilancia de los aduaneros de Panamá y quién sabe de qué otros países. ¿Quiénes iban a recibirlas y dónde? Nadie sabe nada. Lo que sí se sabe es que siete otros barcos de Corea del Norte han hecho viajes a Cuba en los últimos cuatro años, con itinerarios parecidos al del Chong Chon Gang, según las autoridades panameñas y el Instituto de Investigación para la Paz Internacional de Estocolmo. En principio, esos barcos transportaron azúcar. Sin embargo, según Hugh Griffiths, un experto en tráfico marítimo de armas, consultado por el Washington Post, existe la posibilidad de que esos barcos hayan podido evadir los controles en Panamá y otros países como quería hacerlo el Chong Chon Gang. Lo más interesante es que ese barco, en julio pasado, volvió a cruzar el canal y mientras navegaba en el Caribe apagó su dispositivo de ubicación y no se sabe en qué puertos de Cuba estuvo.
La indiferencia con la que las autoridades y la prensa de Colombia miran este asunto es preocupante. El ex presidente Álvaro Uribe afirmó que había recibido información de una fuente seria en el sentido de que esas armas, o una parte, estaban destinadas a las Farc. Ante eso, el Gobierno de Juan Manuel Santos y la prensa en general guardaron silencio, como si la cosa fuera totalmente impensable. Pero no lo es.
Cada vez que las Farc aceptan hablar de paz con el gobierno colombiano, ellas tratan de reforzar sus arsenales y acrecientan su actividad criminal. Esta vez no han hecho una excepción. Por el contrario, mientras peroran y especulan en La Habana sobre la paz eventual y futura, se están rearmando, con ayuda de Cuba, Venezuela y Ecuador (país este último por donde entran a Colombia enorme cantidad de explosivos) y han logrando redimensionar sus estructuras políticas. Su comité internacional está, según fuentes colombianas, más fuerte que nunca y las organizaciones “populares”, manejadas por curtidos milicianos, operan ahora sin dificultad. La asonada y ocupación de la estratégica región de Catatumbo, aún no desactivada por las autoridades, es el mejor ejemplo de esa ofensiva. Ello explica el descaro actual de las Farc que acaba de proponerle a los campesinos del Catatumbo dotarlos de armas y de “combatientes” en esa “lucha”, lo cual escandalizó a algún miembro de los que dialogan con ellos en Cuba. El Gobierno, en todo caso, se tragó esa culebra y sigue en los diálogos como si nada estuviera ocurriendo.
Fue precisamente en esa coyuntura de alta tensión, pero también de alto entendimiento entre Bogotá y la jefatura de las Farc, que estalló el escándalo del buque de Corea del Norte cargado con material bélico cubano que pretendía pasar al Océano Pacífico. ¿Fue sólo una casualidad? ¿Puede alguien desestimar razonablemente la posibilidad de que esos ocho containers, cuyas series de registro habían sido borradas para imposibilitar el descubrimiento ulterior de su origen, iban a ser descargados clandestinamente en algún lugar del litoral colombiano o ecuatoriano? No es sino que el barco de Corea del Norte apague su dispositivo de ubicación y su localización por radar es casi imposible.
Las Farc desde hace años hacen enormes esfuerzos para dotarse de misiles tierra-aire para derribar los aviones y helicópteros militares de Colombia. Han adquirido algunos de bajo calibre que no les funcionaron, por fortuna. Pero no han renunciado a eso. El contrabando que traía el barco cargado en Cuba hace pensar en esos delirios. Y en algo aún más audaz, a la altura del momento “histórico” que ellas dicen vivir: un par de aviones de combate, con combustible y todo, diseñados para ataques en suelo y susceptibles de decolar y aterrizar en pistas medias, como es el caso de los MIG-21, habría dado, en pocos días, un nuevo carácter a la amenaza que representan las Farc para Colombia. ¿Es eso lo que está detrás del episodio –aparente – de unas armas “inservibles” que Cuba enviaba a Pyongyang?
No es la primera vez que Cuba exporta armas clandestinamente para promover la llamada “revolución”, ni la primera vez que envía en barcos sus aviones MIG-21 a otros países, como hizo durante las guerras en Etiopía (1978) y en Angola (1987). Ya veremos cómo termina este nuevo episodio en que La Habana fue cogida con las manos en la masa. Habrá que contar con las cortinas de humo que lanzarán los del Foro de Sao Paulo y los activistas del Alba para embolatar las cosas en la OEA y en la ONU. Colombia debería involucrarse en la investigación pues su seguridad nacional está en juego.
eduardo.mackenzie@numericable.fr
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