El empeño de Henrique Capriles en exigir un
recuento de los votos emitidos en las presidenciales venezolanas del 14 de
abril certifica su valentía y temple, pero el líder opositor sabe que es misión
imposible pretender que el Consejo Electoral y los tribunales de última
instancia, controlados por el oficialismo, acepten su reclamación.
Conseguir un
nuevo escrutinio, la comprobación voto por voto, es prácticamente imposible
dada la actual correlación de fuerzas. Capriles tiene dos opciones: la
barricada, la desobediencia civil, o mantener izado el estandarte del robo
electoral para repetir candidatura en las próximas consultas. De haber perdido
por amplio margen, el joven abogado probablemente hubiera desaparecido del
mapa, pero su derrota por una diferencia mínima y bajo sospecha, refuerzan la
vigencia de su jefatura entre la agrupación opositora.
El candidato antigubernamental poco apoyo
puede esperar de la comunidad internacional a sus impugnaciones pues, de grado
o a regañadientes, casi todos los países ha reconocido la victoria de Maduro.
España dudó al principio, pero cuando el presidente electo amenazó con
represalias políticas y económicas, el canciller español cedió. Y a Maduro le
importa un bledo que Estados Unidos haya subordinado el reconocimiento de su
triunfo a un nuevo recuento. El alineamiento de Washington con la oposición
tiene fácil venta entre las filas chavistas y entre los sectores más
ideologizados de un subcontinente con razones históricas para la sospecha:
quien reciba el apoyo político norteamericano es reo de complicidad y
sometimiento a una nueva injerencia del imperio.
Luis Vicente León, presidente de Datanalisis,
acierta al indicar que como la mitad de Venezuela desconfía de la otra mitad y
del árbitro electoral, el asunto del recuento deja de ser técnico para
convertirse en político y en ese terreno, la desconfianza es suficiente para
tener derecho a revisar, abrir y contar, según escribió en un artículo
publicado por el diario El Universal de Caracas. La ilustración chavista no desconfía,
ratifica el escrutinio inicial y reclama a su derecho a defender la victoria de
Nicolás Maduro con las siguientes consideraciones las partes aceptaron
previamente las reglas de juego, y aunque la diferencia con el perdedor es
corta, también puede serlo en otros países, incluido Estados Unidos. Y el
resultado de Maduro no es malo porque, sin Chávez, y con una oposición a por
todas, mantuvo el grueso del sufragio bolivariano. “Hubiera sido curioso que
sacara más votos que el mismo Chávez”, señala el historiador Alexander Ugalde,
profesor de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco.
“¿Si
hubiera ganado Capriles ya no habría un país dividido? ¡Claro que Venezuela
está partida política y socialmente! Como otros países latinoamericanos y del
mundo, porque hay proyectos políticos, económicos, sociales, internacionales,
etc., distintos”, agrega Ugalde. La división es de vieja data: equivocado o no,
Nicolás Maduro representa la opción de las transformaciones a favor de los más
desfavorecidos, y Capriles, el regreso a la Venezuela clasista y neoliberal,
según el profesor de la UPV. “La división es objetiva, no subjetiva; es
histórica, no actual; tiene unas profundas causas, no inventada; es producto de
una combinación de factores, no una consecuencia electoral”. La negativa
gubernamental al recuento voto por voto encontró otro aliado en el Center for
Economic and Policy Research (CEPR), cuya junta asesora incluye a los ganadores
del Nobel Robert Solow y Joseph Stiglitz, y al profesor de Economía de Harvard
Richard Freeman. Según el centro, es imposible que no se hubiese detectado un
fraude en la auditoría del 53% de las máquinas de votación efectuada al final
de la jornada electoral. “En las 20.825 cajas auditadas no se registró ni una
sola discrepancia entre los totales de votos ofrecidos por las máquinas y el
conteo manual de los comprobantes de voto”.
Si la irreversibilidad de los resultados es
tal, el gobierno haría bien en aceptar el recuento, pero la pretensión
opositora está abocada al fracaso. No obstante, hay motivos para el optimismo
entre los grupos antigubernamentales porque, por primera vez en la Venezuela
bolivariana, las urnas registraron una inesperada catarsis: el voto póstumo a
Chávez no fue lo masivo e incondicional que cabía esperar porque quien lo pidió
en su nombre demostró no ser el recambio esperado por los sectores más
exigentes del chavismo, y porque la oposición multiplicó sus apoyos hasta el
emparejamiento numérico. Las sumas y restas han debido encender todas las
alertas en el palacio de Miraflores.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/04/29/actualidad/1367261838_699859.html
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