“Cuando la Tiranía se hace Ley, la rebelión es un derecho” Simón Bolívar
En
estos ya 15 años de Tiranía hemos oído como muchos la califican el actual
régimen, unos de buena fe y otros no, indistintamente de “Autocracia” o
“Totalitarismo” cuando histórica y doctrinariamente son dos conceptos distintos
y por consiguiente con distintas soluciones para el hombre libre. En efecto, se
citan y confunden a dictadores como Pinochet, Pérez Jiménez o Rojas Pinilla con
Fidel, Stalin, Hitler o Perón. Como antes advertimos, no siempre es por
ignorancia y muchas veces es por mala intención.
A ver.
En
una dictadura totalitaria, concepción moderna nacida en el siglo XX, si
obviamos civilizaciones primitivas como Esparta y otras africanas, “Todo está
dentro del Estado y nada humano o espiritual existe ni tiene valor fuera del
Estado” (Giovanni Gentile); el derecho y la cultura está al servicio de la
ideología y se pretende extirpar toda forma de pensamiento opuesto. Por ello
exigen una “hegemonía comunicacional” (Goebbels, Lenin, Mussolini, patrones de
Ceresole e Izarrita). Este tipo de dictadura es la que califica los gobiernos
de Hitler, Lenin, Stalin, y comunistas en general, Castro y Chávez, ahora
Maduro, para citar los más fáciles de comprender.
Una
dictadura autoritaria no tiene un fin último, ideológico, que guía las acciones
del poder; busca tan solo acallar a los disidentes, sin interferir en la vida
privada o social. Usa algunas manifestaciones mercenarias de la cultura, sin
pretender crearla a su gusto y dominio. El ciudadano puede desarrollar su vida
laboral, profesional y afectiva sin interferencia del Estado mientras no se
inmiscuya en política y amenace al régimen. Normalmente desaparecen con el
dictador o con el tiempo. Responden a circunstancias puntuales, crisis, de
“orden y progreso”, como excusas de su aparición. Son los gobiernos de
Pinochet, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla u Odría. No importa su origen ni su
membrecía a la milicia pues hasta Fujimori califica en este lote.
Lo
importante de distinguir estos regímenes es que a lo acertado del diagnóstico
seguirá el tratamiento adecuado. Si se confunde la rabia con la fiebre no se
cura el enfermo y se puede morir. Sin embargo, contra ambas dictaduras se deben
ensayar tres tratamientos y su intensidad dependerá de su naturaleza: en el
caso de los simplemente autoritarios bastarán antibióticos pero contra los
totalitarios habrá que recurrir hasta la cirugía. Lo dice la Historia. Estos
remedios los podemos sintetizar en tres pasos o recetas: 1.- Identificar bien
la naturaleza de la dictadura; ya de esto hablamos pero debemos insistir en su
importancia porque de ello depende su derrota y, si recordamos sus
características enunciadas arriba, nos será fácil. 2.- Una vez logrado lo anterior, las fuerzas
liberadoras deben denunciar su esencia para entender, que si bien a ambos hay
que confrontarlos, en las autocracias se puede convivir con ellas e intentar
superarlas, como lograron los chilenos contra Pinochet, pero pretender convivir
con el totalitarismo es convalidarlo, como le ocurrió a los liberales y
conservadores católicos en los regímenes de Mussolini y Hitler. No se puede
jugar el juego totalitario porque el derecho no existe y está al servicio de la
ideología dominante. Y, 3.- Los liberadores contra ambas dictaduras deben
ejercer la confrontación con la fuerza, que no quiere decir la violencia, ésta
resultará de la resistencia que se oponga al derecho a la vida en libertad.
Es
el uso de la calle, de las manifestaciones, de las rebeliones de estudiantes,
obreros, consumidores, amas de casa, pero con el fin último de apelar a la
Institución que monopoliza la fuerza porque sin su intervención o al menos su
intencional omisión, si ello es posible, no hay salida.
Todo
lo anterior es lo que se utilizó para derrocar al dictador Pérez Jiménez. Luego
de una farsa del plebiscito, el 21 de noviembre de 1957 los estudiantes
decretaron su movilización, ello marcó la pauta que siguió el alzamiento
militar del 1° de enero de 1958 y culminó con la rebelión de los cadetes de la
Escuela Militar la noche del 22 de enero y madrugada del 23. El dictador huyó y
no hubo violencia.
Claro
que en ambos regímenes tiránicos estos intentos producen la respuesta
arbitraria de la represión brutal, con o sin intervención de jueces y fiscales
esbirros, pero requieren de parte de parte de la oposición una determinación
ajena a la convivencia con el régimen y sus maniobras. Si no, todo esfuerzo es
colaboración. Se puede convertir en parte del problema y no de la solución
frente a la dictadura.
Se
argumenta que una intervención cívico militar para liberar un país de una
dictadura es un salto en el vacío y debemos que convenir en ello. Puede
resultar como en la dictadura castrista y totalitaria del General Velazco
Alvarado en el Perú que se tratara de imponer como su sucesor uno más comunista
como el General Mercado Jarrín, al final anulado por las propias fuerzas
armadas; o como pasó en Chile, que la liberación del régimen fiel a Fidel de
Allende fue sustituido por un Pinochet que intentó eternizarse en el poder más
allá de la crisis que le dio sustento; o puede resultar un Almirante Larrazábal
que además de renunciar a la presidencia de la junta cívico militar para
postularse en el libre juego electoral, le dio a Venezuela los 40 años más
democráticos, progresistas y civilistas de su historia. En todo caso,
cualquiera de las riesgosas hipótesis, resultan más inestables y orientables
democráticamente que la permanencia en el poder de un Fidel, Chávez o cualquier
otro. Hay que confiar en el pueblo y sus
Fuerzas Armadas, éstas son las reservas de la institucionalidad y el derecho.
Luis Betancourt
lubeot@gmail.com
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