“Hubiera
preferido otro triunfo”. Esa frase no ha sido pronunciada por el ganador de
estos comicios presidenciales, pero sin duda le pasó por la mente. La de
Nicolás Maduro ha sido una victoria con sabor a derrota, que pone al chavismo
en su situación más complicada desde 1998, cuando su líder, Hugo Chávez, ganó
la Presidencia de la República. Más allá de lo que pase con las auditorías que
ha exigido la Mesa de la Unidad Democrática, el ahora Presidente electo la
tiene difícil porque bajo su conducción estuvo a punto de venirse a pique el
legado político que dejó el fallecido mandatario.
Imagínense
ustedes el trance por el cual estaría pasando en este momento la dirigencia del
Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, si Tibisay Lucena hubiese
anunciado a Henrique Capriles Radonski como el ganador de estos comicios
presidenciales. Paséense por unos instantes en el mar de depresión que hoy
estaría ahogando a un pueblo que hace poco más de un mes salió a las calles a
llorar por la pérdida del hombre que condujo los destinos de Venezuela durante
catorce años. Sólo piensen en las consecuencias que una derrota de Maduro
habría traído para las fuerzas que en América Latina reivindican la figura, la
acción y el discurso del comandante Chávez. Nicolás se salvó por poquito de pasar
a la historia como el responsable del Waterloo del siglo XXI.
Hoy,
pese al resultado que le da el triunfo a Maduro, ahora es el chavismo el sector
que no tiene resuelto el problema del liderazgo. Mientras que Henrique Capriles
asume la condición de líder indiscutible de la oposición, pase lo que pase con
los reclamos planteados al Consejo Nacional Electoral, Nicolás Maduro está bajo
la mira del PSUV, de sus aliados, y del pueblo chavista que estuvo a un tris de
recibir el segundo gran golpe de este año, luego de la muerte del presidente
Chávez, y que el domingo abandonó con desazón el Palacio de Miraflores.
Los
primeros cien días de su mandato y sobre todo la campaña electoral que realizó
dan material para un buen manual acerca de cómo no hacer las cosas en política.
Incluyo dentro de esto el lamentable discurso que Nicolás pronunció luego de
que Tibisay diera a conocer los resultados, de los cuales se desprenden
inevitables lecturas. Una de ellas es que atrás quedó la condición del PSUV
como fuerza hegemónica en nuestra sociedad. Otra, que no basta llevar a Chávez
en la boca para mantener el respaldo de sus seguidores. Una más, que el abuso
de poder, la intolerancia, el sectarismo y la prepotencia son como el abuso de
la droga o el alcohol, tarde o temprano pasan factura.
Otra
lectura es que el chavismo humilde, de base, castiga y es capaz de escuchar y
acompañar otras propuestas políticas. De hecho, eso ocurrió con los cientos de
miles de votos que Capriles logró captar en apenas una microcampaña electoral.
La devaluación, la escasez de alimentos, el incremento de la inflación y otros
males derivados del mal manejo de la economía se le anotan como juego perdido a
Maduro y no a Chávez. Y ni hablar de los apagones. Para mantener el apoyo de
quienes votaron por él y reconquistar a los que se fueron, Maduro tiene que
hacer un nuevo gobierno, ponerle punto final al actual. De lo contrario, ni su
misma gente se lo va a calar.
Y
un nuevo gobierno significa encontrar un nuevo lenguaje para referirse y
conversar con ese país, la mitad, que no sólo vota como señal de protesta sino
que cada día crece más y se resiste más a ser despreciado. Ese país, con el
apoyo de casi 1 millón de chavistas, le dio en la madre al sectarismo, y le
puso la mano en el pecho al abuso de poder. En definitiva, le puso el juego
chiquitico a Nicolás, y a unos poderes públicos parcializados. A partir de un
nuevo lenguaje y de una actitud humilde y reflexiva muchas puertas se pueden
abrir para que Venezuela salte a una nueva etapa.
Por
lo pronto, a la oposición organizada en la Mesa de la Unidad Democrática, a su
candidato Henrique Capriles y a esos más de 7 millones de votantes se les tiene
que respetar al pie de la letra el derecho a que sean auditados estos
resultados, y a que se procesen sin dilaciones ni maniobrillas las denuncias
sobre irregularidades a lo largo de toda la campaña electoral.
Ya
habrá tiempo para insistir en la urgencia de construir una agenda temática que
abra las compuertas de la reconciliación. Este país votó por un cambio. De
hecho, ya está cambiando. Ponte los lentes, Nicolás, para que lo leas. De lo
contrario, busca las alpargatas y aprende a bailar joropo.
@Vladivillegas
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