Hay momentos de nuestras vidas en los que la
decepción llena nuestro corazón de tal manera que la tristeza que nos embarga
nos impide ver la luz en el camino. Vamos como almas solitarias, errantes,
anhelantes de imposibles. Pidiendo milagros, sin fe para verlos hechos
realidad; pensando en lo inalcanzable, olvidando palabras de vida que un día
nuestros oídos escucharon. Como el que pide pan y no extiende la mano para
recibirlo, como el que al ser abrazado solo se entrega a contar sus carencias,
mientras el amor más grande se hace presente y aunque el corazón te arde de
emoción no puedes reconocerlo.
Tan solo había pasado un día desde que José
de Arimatea, el hombre que pidió el cuerpo de Jesús a Pilato, le había dado
sepultura. Era la mañana del primer día de la semana, las mujeres fueron con
especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús, como era la costumbre, pero
ellas no lo encontraron. Sin embargo, tuvieron un encuentro especial con dos
varones cuyas vestiduras resplandecían, éstos les dieron un mensaje claro y
contundente: -¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha
resucitado... Entonces las mujeres
regresaron a donde estaban los once y todos los demás discípulos reunidos, les
contaron lo que les había sucedido, recordándoles al mismo tiempo las palabras
que el mismo Jesús les había hablado sobre su resurrección.
Pero dos de ellos no creyeron y, cargados de
tristeza decidieron irse a otro lugar. Iban pues, camino de Emaús, una aldea
que se encontraba a sesenta estadios de Jerusalén, es decir, como a unos 10
kilómetros aproximadamente. Nos relata el evangelio que estos dos hombres
mantenían una plática sobre todas las cosas acontecidas con Jesús de Nazaret.
Entonces, mientras hablaban y discutían entre sí, un tercero se acercó a ellos
y, caminando a su lado, les preguntó sobre su conversación, sobre el motivo de
su tristeza tan profunda. Uno de los discípulos inmediatamente le recriminó,
cómo era posible que no supiera nada sobre el tema del que todos comentaban en Jerusalén.
Mientras que el otro comenzó a explicarle quién era el personaje del que
hablaban. Se esmeró en describirlo como un varón de Dios, poderoso en palabra y
obra... Y por qué estaban tan tristes, porque este varón de Dios había sido
sentenciado a la muerte de cruz... Y ellos, esperaban que él fuera el que había
de redimir a Israel... ¡Esperaban que fuera el Mesías liberador!
Mientras aun manifestaban toda su
desesperanza, este varón a quien ellos habían recriminado no saber nada sobre
Jesús de Nazaret, comenzó a narrarles como todas las escrituras, comenzando
desde Moisés, hablaban sobre él. Luego, al llegar al lugar al que se dirigían,
los discípulos le invitaron a quedarse con ellos. Estando sentados a la mesa
compartiendo el pan, este varón que se les había unido en el camino, quien les
había explicado las profecías sobre el Mesías, tomó el pan, lo bendijo, lo
partió y les dio. Entonces, en ese preciso instante, en el que experimentaron
nuevamente ese hecho tan íntimo que otras veces habían vívido, reconocieron al
Maestro. En ese preciso instante sus ojos fueron abiertos, entendieron que el
propio Jesús resucitado estaba en medio de ellos.
Todos hemos caminado alguna vez ese sendero
de tristeza, todos hemos transitado un Emaús. No permitas que la desesperanza
te cierre los ojos para ver a ese Cristo
resucitado que te llama a un encuentro con Él. ¿Acaso no arde tu corazón
mientras las escrituras te revelan quién
es? Búscalo hoy y Él vendrá a ti, pero no equivoques el camino, Jesús de
Nazaret no está entre los muertos. ¡Ha resucitado!
"¿Por qué buscáis entre los muertos al
que vive? No está aquí, sino que ha resucitado".
Lucas 24:5
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@RosaliaMorosB
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