¿Se desatará finalmente la guerra entre Corea
del Norte y la del Sur y Estados Unidos de América? ¿Qué busca el reyecito de
un país que ocupa uno de los últimos lugares en desarrollo humano y donde miles
mueren de hambre, con provocar un conflicto bélico de consecuencias desastrosas
para todas las partes? ¿Hasta dónde puede llegar la inflamada retórica
belicista de la dirigencia norcoreana y de su ejército que no obstante la
pobreza del país es el cuarto más numeroso del mundo después de China, Rusia y
Estados Unidos, y que posee misiles de corto, mediano y largo alcance, y, según
se cree hasta armas atómicas? Estas y otras inquietudes son las que tienen en
vilo a buena parte de la opinión mundial.
Para tratar de entender por qué Corea del
Norte se ha embarcado en esta serie de amenazas es preciso hablar del dictador
que rige sus destinos, Kim Jong-un, hijo del anterior caudillo Kim Song-il y
nieto del líder comunista Kim Il Sung, llamado el soldado de acero, el sol
naciente, el invencible, el héroe de héroes, padre de la patria.
Estamos pues en presencia de un régimen
dinástico, como muchos que todavía sobreviven en el medio y viejo oriente y en
el mundo árabe, pero, con una diferencia. El norcoreano se pretende, se llama y
se proclama gobierno comunista, es decir, gobierno de la clase obrera o
dictadura del proletariado en el que el poder reside en un misterioso partido
único de los Trabajadores. Todo un contrasentido para la teoría marxista y para
la política comunista. No obstante, la historia del siglo XX arroja un triste
balance para esta corriente que optó hasta el abuso por prácticas y ritos
políticos antilaicos y antirrepublicanos. Desde la Unión Soviética de Lenin, a
quien momificaron para culto eterno, y de Stalin a quien le profesaron el
masivo culto a la personalidad, pasando por el cuasi dios chino Mao Zedong por
el general vietnamita Ho Chi Min, Fidel Castro y Kim Il Sung, todos, sin falta
gobernaron de modo absoluto, unipersonal, arbitrario e imponiéndose con la
lógica del terror, el miedo, la persecución a opositores y rivales e incluso a
los propios de quienes desconfiaban.
Resulta que el nieto de este último es un
joven inexperto, rodeado de tenebrosos generales y alfiles del partido que lo
aconsejan y que deben intrigar para ganar su favor. Nada tiene de raro que en
un ambiente de extrema pobreza y
aislamiento, de alienación masiva, de adoración y culto al gran líder,
no falten las voces disonantes o de malestar. Tampoco puede descartarse que la
línea dura del generalato y el politburó del Comité Central lo estén impulsando
a dar muestras de valor y heroísmo para consolidar su imagen o que la paranoia,
infaltable en todo dictador que teme y desconfía hasta de su sombra, lo lleve a
asumir actitudes arrogantes para demostrar poder, tesón, firmeza, valor y
disposición al máximo sacrificio.
Ojalá sea esta la trama en juego en ese irresponsable
despliegue de amenazas e insultos a su vecino y aliados. Es decir, que se trate
de un amago de guerra, llevado al límite, para reafirmarse ante su pueblo como
un líder que defiende a su país de la amenaza imperialista y que es capaz de
asumir riesgos y sacrificios sin nombre. En tal caso, esta mostrada de
colmillos sería una maniobra de autoridad hacia adentro y una especie de unción
y consagración de su poder máximo oficiado en el altar de la guerra. Y así, aún
sin disparar un tiro, aclamado como el hombre que puso en aprietos a enemigos
temibles.
De esa forma se catapultaría, despejaría
cualquier duda que sobre él pudiera existir entre sus más cercanos. Si este es
el libreto detrás del teatro de la gran provocación, que además llamaría la
atención del mundo para que se respete su derecho a tener armas nucleares,
entonces no habrá fuego ni destrucción ni misiles al aire ni aviones cazas ni
batallones de muertos. Sería la pantomima más exótica y peligrosa que un
liderazgo haya ensayado en las relaciones internacionales recientemente. Una
paradoja indigerible en la que un país que no tiene que comer sí tiene con que
hacer la guerra.
De paso les sería útil llevar las cosas hasta
el máximo límite de tolerancia con el fin de constatar la posición de sus
aliados históricos, Rusia, que ya no es comunista pero mantiene una rivalidad
con Estados Unidos, y, de China, que acaba de rotar la dirección de su partido
comunista y de su gobierno. Xi Jinping debe estar embromado sobre qué hacer si
se llega a dispara el botón de la guerra, pues aunque sabe más que nadie la
frontera de acción de sus protegidos, debe considerar entre las opciones que
alguien o alguna unidad cometa el error que abriría la puerta a una
impredecible confrontación no buscada
por él.
Pantomima o guerra de verdad resume la
tensión en la península coreana, el territorio en el que se libró la primera
guerra (1950-53) en caliente entre las superpotencias USA-URSS que la libraron
en frío desde el fin de la segunda Guerra Mundial hasta 1989, cuando se
derrumbó, por implosión, el experimento comunista soviético.
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