Excelsas virtudes del político que se jacte
de serlo son capacidad para la autocrítica y humildad para aprender la lección
de sus equivocaciones. Y, por el contrario, la tozudez y la arrogancia son
deplorables defectos que, por cierto, crecen como hierba mala en el terreno
político.
Digo esto a propósito de los innumerables
juicios que he leído sobre las causas de la derrota de la oposición venezolana
en las elecciones presidenciales de octubre y su coletazo en las elecciones de
gobernadores, y después de haber esperado con paciencia franciscana una
reacción desapasionada del principal protagonista de ese ingrato
acontecimiento.
En algunas de mis divagaciones sobre la
política venezolana, había expresado elogios a la fortaleza física de Henrique
Capriles Radonski y a su demostrado y encomiable deseo de reemplazar a Hugo
Chávez, a lo cual, como era dable esperar, había agregado con sana intención
algunas referencias a sus falencias de bulto. Y lo hice porque para enderezar
rumbo nacional se requiere algo adicional a los brincos y a la cachucha
tricolor.
Entonces dije y ahora repito, que la
selección del candidato presidencial debió haber ocurrido con anticipación
suficiente. No fue así por interés de algunos partidos, a pesar de lo cual en
la campaña electoral quedó claro que la opinión pública estaba preparada para
producir el cambio de gobierno que no llegó. Estaban dadas las condiciones para
la victoria de la oposición y hasta se creó una emoción sin precedentes cuando
Capriles, por fin, atacó de manera frontal a su rival.
¿Qué pasó entonces y qué ha pasado después?
Capriles vacilaba, ni siquiera llamaba a Chávez por su nombre. No le exigía
actuar con responsabilidad para revelar la gravedad de su enfermedad y para
demandar que se sometiera al examen de una junta médica. ¿Por qué Chávez ha
despreciado a los médicos venezolanos, que sin lugar a dudas son mejores que
los cubanos? ¿Por qué Capriles no ha confrontado las recientes y atolondradas
interpretaciones constitucionales de la presidenta del Tribunal Supremo y de
Diosdado Cabello?
Es de suponer, además, que un líder con
vocación para reunir a los descontentos generados por el atropello chavista, no
debe despreciar a los partidos políticos tradicionales porque a pesar de su
enorme desgaste, ellos todavía disponen estructuras capaces de contribuir a la
transmisión del mensaje y a la defensa del sufragio en las mesas. Pero Capriles
lo hizo y, como si fuera poco, los agredió sin causa ni razón.
Las primeras lecturas de cualquier aspirante
presidencial deben ser de historia contemporánea y de economía, amén de otras
materias también relevantes. Las debilidades de Capriles en ese terreno son
significativas. Ahora, claro está, nadie
sabe si él se lanzará a competir con Nicolás Maduro en lo que hoy se avizora
como otra derrota más para la oposición, aunque la política es dinámica y
cambiante y falta agua por correr bajo los puentes.
Capriles ha dicho y repetido que en su
bolsillo lleva 6.5 millones de votos que eran y siguen siendo suyos, pero al
reelegirse como gobernador de Miranda obtuvo una cantidad inferior a la de
octubre en ese Estado. Este detallito es
interesante y da lugar a otra pregunta: ¿Podrá él sacar los mismos 6.5 millones
de votos frente a Nicolás Maduro, a pesar de la incapacidad estructural de este
para pensar y hablar a la vez?
Quedan pendientes otros elementos para nuevos
artículos. Por ahora confieso pánico ante la ignorancia supina del señalado
como sucesor por el monarca de Sabaneta, porque el país no puede manejarse como
un autobús del Metro. Un primitivo que ha ascendido por sumiso no puede.
¡Hagamos algo!
ricardoescalante@yahoo.com
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