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viernes, 28 de diciembre de 2012

AGUSTÍN BLANCO MUÑOZ, CHÁVEZ , GUERRA Y MUERTE

El 15 de junio de 1813 se promulga en Trujillo el Decreto de   Guerra a Muerte que aún parece tener plena vigencia.


Es una historia de 200 años  que registra  la rivalidad, la confrontación, el desquite clasista, con el mismo propósito: tomar el poder y sus beneficios.
Y en cada caso, se han levantado las mismas consignas y políticas: se actúa a favor de la felicidad del ‘pueblo’.
Esto lo toman como  pretexto  los ‘Gendarmes Necesarios’ para impulsar y mantener la guerra-muerte  bautizada por el credo romántico-liberal-positivista como dictatorial, democrática y  revolucionaria.
Son 200 años regidos por una doctrina-guerra según la cual  el colectivo debe  rendirle  culto y prestarle los mejores servicios al caudillo. Por ello, esta reflexión  es determinante para  comprender lo que  padecemos.
Y conste que no somos excepción. Seguimos los lineamientos  que  rigen el orden histórico mundial. La destrucción por encima de las perspectivas de vida. Una historia consustancial al ejercicio de la muerte.
Hoy aquí estamos ante un cuadro que sólo se puede comprender  en el  marco de una ‘suma de individuos’ que atan su existencia a un credo mítico-religioso encarnado por el más característico de los Mesías.
La coyuntura y lo que vendrá  se percibe ligado a su sobrevivencia o muerte.
En este expaís, que es un reguero permanente de muertes, y que lleva año y medio sólo pendiente de la salud-enfermedad del golpista presidente (GP), todos estamos a la espera de la recuperación del nuevo héroe-libertador, para que nos siga gobernando en medio del más sagrado de los hilos constitucionales.
Y ahora como hace 200 años dependemos del mismo héroe surgido en el contexto de la guerra y muerte.  La llamada ‘gesta  pre-independentista’ dejó asesinatos como los de Gual y España. Y en la   ‘independencia’ abundan huellas de guerra y muerte.
Ante la derrota del primer  gobierno  de y para los venezolanos, una parte importante de los mantuanos, Bolívar entre ellos, proceden a  apresar a Francisco de Miranda por firmar un armisticio con Monteverde, dada la precariedad de las fuerzas patriotas y la propia pérdida de Puerto Cabello en manos del futuro Libertador.
Y a partir de este momento adquiere mayor nitidez  el cuadro político-militar del mando.  Y ante el avance de las fuerzas españolas, se lanza  el Decreto de Guerra a Muerte en busca  de una “guerra total” que obligara a  posiciones definitivas.
El crimen de lado y lado se profundizó. Los españoles ponen el acento en la masacre de Cartagena y los nacionales le siguen la pista. El 14 de febrero de 1814, cuando hay la amenaza de Boves sobre La Guaira, Bolívar le escribe a Leandro Palacios, Comandante militar, para decirle que, debido a la poca guarnición y al crecido número de prisioneros, “pase por las armas los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin ninguna excepción”.
Una historia de muerte que seguirá presente en la Marcha hacia Oriente y demás andanzas fratricidas. Porque sólo será en  noviembre del  20 cuando ambos bandos se comprometen a “hacer la guerra en forma civilizada”.
Un historiador calificado de marxista llega a establecer que “Sin Guerra a Muerte no habría  habido independencia nacional”. El colmo de la exaltación del héroe y de una historia patriotera curtida de romanticismo y positivismo.
En 1817, el Gral. Manuel Piar, conductor de los ejércitos del Sur, fue fusilado por ‘insubordinación’ en el contexto de un enfrentamiento de poderes militares y políticos contra el mando central por parte, entre otros, de Páez, Mariño, Ribas, Santander. El escarmiento se aplicó en la persona  de mayor relevancia en el campo de los triunfos militares, y señalado como un difícil rival de Bolívar.
La muerte heroica está en la denominada Guerra Federal. Rangel y Zamora representan supuestamente a ‘los de abajo’ frente a Falcón y Guzmán Blanco. Finalmente Conservadores y Liberales  negociaron el  Tratado de Coche para impedir que los sectores populares, los Feberales, procedieran a derribar cabezas y a ponerle la mano al mando-poder.
Después del gobierno de Falcón se inscribe la Revolución de Abril de Antonio Guzmán Blanco y los caudillismos de fines del siglo XIX que le dan continuidad a la misma historia de guerra-muerte.
El mismo signo está en Castro y Gómez, en el golpe militar-cívico contra Medina en 1945 o contra Gallegos en 1948, en la dictadura perezjimenista y en la llamada democracia representativa en cuyos 40 años quedan en el camino una apreciable cantidad de víctimas en el contexto de la guerra y la muerte.
El colofón de este proceso se produce el 27F-89, un levantamiento social antineoliberal que dejó como   símbolo de guerra-muerte  las fosas comunes del Cementerio General del Sur.
El 04F-92 la guerra-muerte toma la forma de una conspiración encabezada por Hugo Chávez con el apoyo y complicidad de notables como Rafael Caldera, y que se vuelve gobierno el 02F-99. Al frente del mismo está un militar que se define como agente de y para la guerra.
Para el GP (Habla el Ctte. Ccs, 1998) la vía pacífica o la violenta conforman una falsa dicotomía: “todo es una guerra, una gran guerra” (461). Y agrega: “Estamos ahora en una guerra política,  otra forma de guerra, y no sabemos si más adelante pasaremos a la guerra armada nuevamente” (343).
El discurso  de la revolución pacífica pero armada expresa  la guerra-muerte que nos ha tocado padecer en 14 años a nombre de la sobrevivencia de los necesitados y la destrucción de las bases de lo que intentaba adquirir condición de país y que hoy se le arrojó a la condición-precipicio de expaís.
Y hoy, a 200 años del decreto de Bolívar, seguimos a la espera del héroe para que prosiga, en vida o espíritu, la conducción de la misma  guerra y muerte. ¡Qué historia amigos! 

 @ablancomunoz  

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