Un estudio reciente de la Universidad de Columbia
señalaba que Venezuela es el 2° país más feliz de Latinoamérica, el reporte
indicaba que sus ciudadanos se sentían más felices que los alemanes, los
colombianos o los españoles.
Evidentemente esto hay que entenderlo en
circunstancias en la cual, cada grupo de nacionales juzga su situación dentro
de su propia realidad.
Los que
elaboran las conclusiones aclaran que para determinar la felicidad, no se basan
en la posesión de bienes materiales, sino también en elementos como la salud,
el trabajo y la familia.
Cualquiera que viva en Venezuela no puede sino
interrogarse sobre semejante afirmación y sobre la razones de sentirnos tan
bien como los habitantes de Dinamarca, Finlandia, Holanda o Canadá.
Venezuela tiene 27.150.095 habitantes, de los
cuales 50,3% son mujeres y 49,7% son hombres. Es válido preguntarse sobre
quienes serían las personas entrevistadas, si consideramos que la mitad de los
venezolanos están desesperados por cambiar de gobierno, nos queda solamente la
otra mitad.
Imaginamos
también que no fueron entrevistados los familiares de las víctimas de los
123.091 homicidios ocurridos durante diez años de este régimen, que dudamos
pueden sentirse felices.
Resulta
difícil comprender que haya sido la respuesta de los padres, esposas e hijos de
los 23.000 licenciados en PDVSA o a los obreros y sindicalistas de las empresas
del estado de Guayana, que reclaman que en sus empresas se discuten los
contratos colectivos desde hace tres a cinco años.
Suponemos
que tampoco manifestaron su opinión los dueños del 34% de empresas que han
desaparecido en los últimos 13 años, ni los 300 mil empleados que perdieron sus
puestos de trabajo, según el informe del 2012 de Conindustria. Ni tampoco las
familias de las 5.370 personas muertas y 15.131 que fueron heridas en las
cárceles, desde que asumió el poder Hugo Chávez, en 1999, según el Observatorio
Venezolano de Prisiones.
Un país en
el cual los secuestros aumentaron 20 veces entre 1999 y 2011, hasta alcanzar la
cifra de 1.105 casos, según las cifras oficiales citadas por InsightCrime, no
ofrece muchas razones para la felicidad. Sobre todo si a eso agregamos la
situación de los hospitales, del transporte urbano, del estado de las
carreteras y puentes y la elevada tasa de desempleo.
En Venezuela existen más de 10 mil niños en la
calle, según cifras del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF),
unos 7 millones de menores de 18 años en situación de pobreza y de acuerdo a
las informaciones del Instituto Nacional del Menor (INAM), hay 305 mil niños,
niñas y adolescentes trabajando en la economía formal, más de un millón en la
informal y 206 mil en actividades marginales, desde el robo hasta la
explotación sexual, pero normalmente en estos estudios no interrogan a menores
de edad.
Otra
consecuencia de ese problema es que Venezuela sigue siendo el país con el
índice más alto de embarazos a niñas adolescentes, el más alto de América
Latina y se sitúa entre 27% y 30%, comparable con países de África.
En los
barrios la proporción de embarazos en menores de edad aumenta, un estudio de la
UCAB concluyó que en zonas del municipio Sucre como Caucagüita, Fila de
Mariches y La Dolorita, y en Antímano, Macarao y Santa Rosalía, de Libertador,
una de cada 3 adolescentes es madre.
En
maternidades como la de Santa Ana, en el centro de Caracas, la mayoría de los
casos sólo tienen 15 o 16 años menos que sus madres.
“Entre 30% y 40% de los partos de aquí son de
adolescentes y hemos atendido hasta a niñas de 12 años. Un gran problema es la
falta de prevención antes e incluso después de tener el primer bebé, porque 60%
de las muchachas vuelve a quedar embarazada un año después y 80% a los dos
años”.
Es posible
que al Venezolano no le importen los apagones ni la escasez de agua, ni el
hampa, ni los arrebatones, ni el tráfico de droga, ni la indiferencia que los
representantes del gobierno demuestran, ocupados en sus mansiones de la
Lagunita o Miami, o contratando guardaespaldas y comprando camionetas hummer
blindadas.
Quizás la explicación habría que buscarla en
aspectos sociológicos, podría ser resignación “hay que ser felices a pesar
de….”, o porque al compararnos con otras realidades relativizamos las nuestras
“A pesar de los problemas estamos bien. Hay muchos países, específicamente, en
áfrica, que viven en la más grande miseria…”.
Hay quien piensa que el humor característico del
venezolano lo ayuda a sobrepasar los problemas, que la expresión “se sufre,
pero se goza” nos ha enseñado a convivir y a ser felices en cualquier
circunstancia por negativa que esta sea. Hay quien piensa que “Todos los
venezolanos siempre estamos felices, es un don natural y pase lo que pase,
siempre sacamos algo divertido de nuestro corazón para olvidar las malas
pasadas y hacemos un chiste de todo”.
Es bien probable que el venezolano tenga un alma
altruista y se sacrifica personalmente por el beneficio de los otros. Con su
aceptación y comportamiento busca aumentar las probabilidades de supervivencia
de otros a costa de una reducción de las propias. Podría ser también su fe, que
lo lleva a confiar en la providencia divina y a estar “en gratitud con Dios y
feliz ante eso, sea cual sea las circunstancias”.
O será más bien desprendido y cree profundamente
que “la felicidad la hace uno mismo”, que la felicidad no se compra con dinero,
que no puede medirse con la posesión de bienes, sino con la riqueza que
proviene de nuestro interior. “Si no eres feliz contigo mismo no eres ni serás
feliz con nadie”, “no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”
afirman.
En todo
caso el estudio pretende demostrar que los venezolanos somos seres muy felices,
nobles, alegres, eso no garantiza a los escépticos que seamos el país más
feliz.
Pero si
habla de una actitud positiva ante la vida, lo que nos permite presumir que
nuestros ciudadanos no se han rendido, que enfrentan la vida con coraje,
entusiasmo y “buena nota”, que tienen sueños y aspiraciones. Que trabajan y
luchan por conseguir el futuro prometido.
Su fe los lleva a afirmar que “El tiempo de Dios
es perfecto” y que el momento vendrá, pero sin permanecer impasibles, ya que a
la vez y gracias a su alegría, asumen el día a día con entusiasmo, confiados y
avanzando paso a paso hacia el avenir que se han propuesto.
Con cualidades como esas, no podemos sino
confiar que Venezuela sabrá encontrar el camino de la paz y de la
reconciliación.
Un camino democrático, de respeto, de trabajo
conjunto, por un país que brinde felicidad a todos sus ciudadanos.
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