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viernes, 30 de noviembre de 2012

GUSTAVO MARTÍNEZ CLARUS, LA ESTUPIDEZ HUMANA

 “Hay dos cosas aparentemente infinitas: el Universo y la estupidez humana. Respecto al Universo no estoy seguro” (Einstein). 

“Todos los que parecen estúpidos, lo son. Así como la mitad de los que no lo parecen” (Voltaire). 

“¿Estupidez humana? Lo de humana sobra, realmente los únicos estúpidos son los hombres” (Goethe).

Tal como afirmó Goethe, es redundante hablar de la ESTUPIDEZ HUMANA. Y la gente que mejor la representa es la que primero salta en defensa de la inteligencia humana, cuando se la cuestiona. Pero no existe la estupidez fuera de nuestra especie. ¿Quién puede tildar de estúpido a un animal, un vegetal, un mineral, un astro, un alienígena o un dios? Nada más necio que negar o minimizar la estupidez humana, o considerarse totalmente libre de ella. El mal uso del inteligentísimo avance tecnológico, ¿no tiene al planeta al borde del desastre? Y pasando de lo colectivo a lo personal, ¿quién, incluyéndome, no ha hecho algo increíblemente tonto en su vida, o incluso repetido esa acción a pesar de sus consecuencias? Es verdad que hacer una idiotez o dos no nos convierte en personas estúpidas, y que la vida parece ser un aprendizaje basado en cometer errores para aprender de ellos, entre otras cosas, a perdonar y a perdonarnos por no ser perfectos. Pero no es menos cierto que la estupidez se manifiesta abundante y repetidamente a lo largo de nuestra historia. De hecho, el tema ha preocupado a la población más inteligente (incluyendo a los tres personajes citados al inicio), a causa de los altos costos que la estupidez representa para la humanidad. Voy a obviar la definición de estupidez -cada quien tiene la suya- pero sí formularé cinco postulados fundamentales planteados por investigadores del tema:

I. Es inevitable subestimar la cantidad de personas estúpidas: La actividad de la población inteligente y proactiva es entorpecida a diario y en el peor momento por la gente estúpida que ocupa lugares claves en el trabajo, en la calle o en la vida. Ocurre también que alguien que siempre hemos considerado inteligente, pasa de repente a cometer errores frecuentes y graves que cambian negativamente su existencia o la de otros, aumentando el número de las personas estúpidas, sin que valgan arrepentimientos tardíos. Ese factor variable del inteligente que de pronto actúa como imbécil o irracional impide cuantificar la población de estúpidos y asignarle un porcentaje fijo dentro de la humanidad. También puede darse, aunque con menos frecuencia, que una persona habitualmente necia pase a pensar y actuar de manera inteligente. Da y quita esperanza esta fluctuación entre inteligencia y estupidez. Pareciera que vivimos una existencia formada por dualidades, sueño-vigilia, bien-mal, negro-blanco, rico-pobre, creyente-ateo, estúpido-inteligente. ¿Sería estúpido dudar de nuestra realidad y pasar a considerarla como una ilusión o un sueño, tipo pesadilla?

II. La probabilidad de que alguien cometa una estupidez es independiente de su grado de inteligencia o de cualquier otra característica de esa persona. Nadie se considera a sí mismo realmente estúpido, y si se da cuenta de que lo es, resulta que ya lo está pensando desde su parte sana o inteligente. En su conocido libro Rebelión en la Granja (1945), Orwell dice que todos los humanos son iguales, aunque algunos son más iguales que otros en cuanto a su grado de estupidez. Tras prolongados estudios demográficos, el investigador Cipolla sostiene en su obra Alegro ma non troppo (1988) que la estupidez es genética y aprendida, pero que no está asociada a raza, sexo, nacionalidad, edad, profesión o nivel cultural. Curiosamente no menciona a la religión, la cual considero que no puede obviarse dentro del análisis de los factores que producen muchos casos concretos de la estupidez más elevada. Tampoco habla específicamente del militarismo o de las guerras, pero ¿puede existir algo más peligroso y estúpido que alguien armado y lleno de miedo o de ira, es decir, emocionalmente perturbado? Bueno, sí: las corridas de toros, el boxeo o el fanatismo de cualquier tipo, como otras tres muestras de los extremos a los que puede llegar la estupidez de nuestra especie.

III. La estupidez de la persona es proporcional al costo, pérdida o perjuicio que causa a sí misma y/o a otras. En tal sentido, el individuo estúpido admite cuatro clasificaciones que se interrelacionan, pudiendo la persona pasar de una a otra u ocupar varias, según el caso:

·         Estúpido Infeliz: aquel que se causa un perjuicio a sí mismo, mientras beneficia a los demás.

·         Estúpido Conveniente: aquel que se beneficia a sí mismo de manera pírrica, beneficiando a otros. Casi siempre esta clase de estupidez está sujeta a las circunstancias.

·         Estúpido Bandido: aquel que obtiene beneficios para sí mismo, perjudicando a los demás. Muchas veces tiene una relación fluctuante con el caso anterior y pasa a ser bandido después de convencer a otros de que es conveniente y beneficiarlos hasta un punto cuidadosamente controlado.

·         Estúpido Estúpido: aquel que causa pérdidas a otros, perjudicándose a la vez seriamente a sí mismo.

Si todos los integrantes de la sociedad perteneciesen por igual a una de estas categorías, la situación podría estancarse sin generar grandes daños para nadie; pasaría a ser una forma normal de vivir en sociedad sin que nadie se dé cuenta del mal común, al no contar con patrones comparativos. Sabemos por experiencia que nos podemos adaptar a una situación negativa, la cual pasa a ser considerada como algo normal o tolerable después de un tiempo prolongado. De igual manera, resulta sencillo habituarse a la estupidez. Pero cuidado: resulta nociva para la salud propia y ajena. Incluso, puede matar.

IV. El que no es habitualmente estúpido subestima el costoso error de relacionarse con uno que sí lo es. La falta de previsión del primero se ve acentuada por el hecho de que el comportamiento del estúpido es irracional e inesperado, y al inteligente le resulta difícil prevenirlo o entenderlo. Alguien completamente estúpido no sabe que lo es, y cree actuar adecuadamente a pesar de las consecuencias evidentes de su estupidez, que no puede o no quiere reconocer. Para él, el estúpido siempre es el otro. Por otra parte, el inteligente que se regodea creyéndose superior al estúpido, se le asemeja mucho. Y si trata de usar la idiotez ajena en provecho propio, comete un grave error, porque muestra un desconocimiento total de la naturaleza de la estupidez, que tarde o temprano pasará factura al supuesto inteligente. Éste, además, cuando usa al estúpido, le da la oportunidad de actuar más allá de sus límites y capacidades destructivas, sobre todo cuando lo coloca en posiciones de liderazgo o poder.

V. El estúpido, sea que mande u obedezca, generalmente representa el mayor peligro para la supervivencia de su sociedad. No deja ni se permite ver, oír, hablar y actuar con plena libertad y raciocinio. Eso explica por qué naciones con abundantes recursos materiales se hunden en la mediocridad y en la violencia, perdiendo valores fundamentales, mientras otros países menos ricos prosperan gracias a que su población inteligente sabe mantener a raya a la población estúpida, viciosa, codiciosa, facilista o ignorante, cuyos actos terminan perjudicando a la totalidad. En casos como éstos, el bandido-estúpido y sus similares manipulan a la incauta masa de los estúpidos-estúpidos, terminando por arruinar el país y su futuro, en su empeño de alcanzar beneficios a corto plazo. El afán del inteligente por denunciar la incongruencia o la irracionalidad de ese proceso de destrucción se estrella contra la estupidez general y contra la propia ingenuidad, al creer que con tales denuncias va a despertar la conciencia del estúpido para que deje de ser y de actuar como tal. Pensar que la persona estúpida sólo es peligrosa para sí misma o que actuará con mayor inteligencia si se le cuestiona con el “deber ser” equivale a rozar la candidez, muchas veces cercana a la estupidez misma. La adicción al poder, al placer o a la emocionalidad, cuando es exagerada y estúpida, se constituye en la base de todo el sufrimiento humano. De ahí que muchas filosofías de vida recomienden sustituir las adicciones por preferencias, los deseos por desapegos y la estupidez congénita o aprendida por la inacción, sea forzada o voluntaria.

Tal es el poder de la estupidez, motivo que justifica incluir el tema dentro de este blog para reflexión de sus lectores, estén o no a favor del planteamiento tácito del presente artículo: nos hace estúpidos el esperar resultados diferentes, cuando: 1- tratamos con alguien pertinazmente estúpido, y 2- nos empeñamos en seguir haciendo todo el tiempo lo mismo.

Termino recordando que, en provecho propio, resulta más conveniente apoyar la sagacidad que supone trabajar por el bien común, que caer en la estupidez del egoísmo. Por una razón elemental, aunque no siempre evidente: cada quien es una parte del Todo. Por ende, cuando beneficia a otro, se beneficia; al perjudicarlo, se daña a sí mismo. Finalmente, como lo que se resiste persiste, y es inútil negarla, procede que aceptemos la estupidez como algo real dentro del mundo y del ser humano, y que nuestro esfuerzo se encamine a erradicarla de nosotros antes que de los demás. Y tú, ¿qué opinas al respecto?

soyotuel@hotmail.com

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