Es una encrucijada que asoma dos opciones:
eso es el 7-O; una jornada en la cual los venezolanos decidirán lo que desean
darse a sí mismos.
No son las misiones el eje del dilema: tampoco lo son todos
los demás beneficios que el país cree haber obtenido en este esperpento
revolucionario. Cada uno de esos dividendos está garantizado en el futuro que
se nos asoma en las presidenciales.
Henrique Capriles no sólo representa la
certeza de que todas esas utilidades materiales prosperarán hacia dividendos
más óptimos: la verdad es que él encarna una oferta mucho más gruesa, cuya
superioridad trasciende de lo que habitualmente llamamos “calidad de vida”.
Vivir espiados por el poder y temerosos de sus escarmientos es la ruta que
Chávez nos ha planteado: la que Capriles simboliza es un camino de liberación;
un camino de ruptura con quien pretende fidelidades forzadas con amenazas, que
rozan un inaceptable tipo de esclavitud… La esclavitud del siglo XXI…
La decisión de los venezolanos el próximo 7-O
sentenciará también la calidad de vida de las generaciones futuras. Y lo hará
porque, con el transcurrir del tiempo, los adictos al poder -como Chávez y
otros tantos célebres capataces- consiguen siempre perfeccionar sus métodos de
intimidación.
Todos, sin salvedades, se esmeran en pisotear dignidades para
acreditarse la sumisión y el vasallaje de sus pueblos. Pusilánimes encubiertos,
todos, también sin excepción, fanfarronean -disimulando sus propios espantos-
en plan de advertirle a la gente el supuesto costo de sus corajes.
Quienes hoy
sienten miedo ante el puño enmanoplado del “proceso” deben saber que, justo en
este momento, su miedo es muy inferior al que sofoca a los mandamases
bolivarianos. Conociendo el hartazgo silencioso que la humillación provoca en
los que la padecen, ellos saben de sobra que las villanías se vuelven frágiles
como el cristal, cuando los ciudadanos acuerdan desafiarlas con la misma
firmeza con que han sido apocados por sus verdugos.
El miedo que la propaganda oficialista
procura acuñar en los huesos de muchos venezolanos, no puede ser una opción de
vida. La Venezuela apocada que en pocos días asiste a las presidenciales, tiene
a la mano la mejor arma para coronar su emancipación.
Ese país asustadizo y
amordazado -al que procuran secuestrarle su voto- debería leer con atención lo
que tiene enfrente.
Es demasiado elocuente que su miedo es nada ante el miedo
de una revolución que, habiéndose nutrido antes de la fuerza entusiasta de su
popularidad, necesita ahora exhibir sus colmillos para acosar a quienes un día
la ovacionaron.
Aunque luzcan envalentonados, ellos son los que tienen más
miedo… porque conocen el convincente poder insurreccional de las urnas
electorales. Lo que cabe es hacerse respetar.
argelia.rios@gmail.com
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