Algunos suelen enfadarse cuando se critica a
la política. Sostienen que esas afirmaciones contra el sistema, dañan la
esencia democrática. Es posible que el debate. no haya sido suficientemente
profundizado y se confundan, como tantas otras veces, consecuencias con causas.
La política no goza de buena reputación, y
esto está lejos de ser una suposición, sino en todo caso la conclusión a la que
arriban muchos estudios serios en buena parte del planeta. La política, sin
duda alguna, genera más rechazo que adhesión.
Cuando la opinión ciudadana afirma detestar
esa palabra y todo lo que simboliza, se deberían buscar las razones que
explican esa visión.
Si se hiciera un intento sensato, mas
desapasionado, tal vez se podría comprender, que mucha gente, y con buenos
argumentos por cierto, relaciona la política a la mentira, a la corrupción y a
la hipocresía.
No se puede esperar otra cosa de la sociedad,
cuando se le pide opinión sobre la política, que cierto desprecio, una
importante dosis de desconfianza y poca esperanza respecto del futuro de esa
actividad.
Es inevitable que cuando se consulta a
cualquiera por estas cuestiones, automáticamente la relacionen con la figura de
los gobernantes de turno, de los que acceden al poder, de quienes realmente lo
ejercen.
Lo que sigue sin quedar claro, es porque los
que pretenden reemplazar a los que gobiernan, los supuestos opositores, se
parecen tanto a sus contrincantes y no ofrecen una verdadera alternativa de
cambio, ni se mueven con una modalidad distinta o plantean un discurso
absolutamente diferente.
La sociedad, mayoritariamente, piensa lo que
piensa, porque las evidencias lo demuestran y están a la vista, porque ese
desprecio encuentra fundamento a cada paso en lo que se observa a diario, y en
lo que las revelaciones que siempre se filtran, terminan confirmando todo.
La sociedad, se ha convertido finalmente, en
prisionera de los “sistemas” que ella misma ha avalado y posibilitado
construir. Los que pretenden el poder, y mucho más aun los que lo detentan, se
ocupan permanentemente de generar condiciones que les garanticen el mejor
margen de maniobra para el ocultamiento, el manejo discrecional y la escasa
transparencia, todas cuestiones que claramente no podrían contar con anuencia
social alguna.
Pero algún día llegará lo que la mayoría dice
buscar, es decir un espacio político capaz de satisfacer las condiciones más
elementales de demanda de la sociedad. Y surgirán desde allí algunos líderes
capaces de representar lo que la gente desea, hombres y mujeres dispuestos a
ofrecer transparencia en la administración de los recursos públicos, honestidad
como valor central de la gestión, integridad en la forma de hacer las cosas,
inclusive hasta el aval de la comunidad para decir lo políticamente incorrecto.
Pero buena parte de la tarea no es que esos
líderes surjan espontáneamente como producto de la casualidad, o de alguna
cuestión mágica del destino, sino como la inevitable y esperable consecuencia
de una acción sistemática de los individuos.
Los ciudadanos reclaman justicia. La idea es
terminar con la corrupción, para que esos políticos no se salgan con la suya,
llevándose el fruto del esfuerzo de todos, financiando sus aventuras políticas
y alimentando su crónica ambición por enriquecerse con dinero ajeno.
Reclamarle a la política, honestidad
intelectual no debería ser un despropósito y exigirle un verdadero culto a la
verdad, aunque muchas veces no sea el paraíso que se desea escuchar y conocer,
tampoco tendría que suponer demasiado.
Los ciudadanos tienen, en estos tiempos, la
responsabilidad de establecer nuevas reglas de juego, otros estándares de mayor
calidad. Si los corruptos no son juzgados jamás, es en buena medida porque se
tiene con ellos una actitud que conjuga resignación y falta de perseverancia,
aceptando con displicencia, el olvido como medio de superar etapas históricas.
Tal vez haya que comprender que, en la
medida, que los incentivos sociales, sigan mostrando que los corruptos
triunfan, que se salen con la suya, que nunca pagan el precio de sus delitos,
que se les tolera cualquier decisión, este tipo de personajes, seguirán
pululando y proponiéndose al electorado.
Es el turno de los ciudadanos, es el momento
de generar condiciones con altos umbrales, con requisitos adaptados a las
nuevas demandas, que descarten de plano a los hipócritas, que expulsen a los
delincuentes, a los manipuladores de la verdad y a los inmorales.
Si el piso de exigencia deja fuera a los que
no tienen integridad para gobernar, se podrá disponer de la posibilidad de
elegir entre los mejores y no entre los más pícaros. Mientras se siga
seleccionando entre mediocres y deshonestos, el resultado será idéntico al que
muestra la rutina cotidiana.
Es imprescindible revisar muy pronto los
paradigmas, para entender la relación causa efecto. Tal vez así se pueda
descubrir que gobiernan los que obtienen cierta aprobación social, suficiente
tolerancia de los votantes, y consiguen hacer de las suyas porque los
ciudadanos permiten que esta historia se repita cíclica e indefinidamente.
Una decisión ciudadana debe emerger pronto,
con contundencia y determinación, para que todo cambie en el sentido declamado.
Habrá que alinear discurso y acción a nivel individual. Y cuando eso suceda,
solo en ese momento, aparecerá la alternativa concreta, esa que afirmen con
consistencia, “opción diferente, se busca”.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
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