Al tramposo solo le importa ganar. Recurre al
embuste como un medio porque lo que precisa es seguir adelante. No le interesan
las reglas en lo más mínimo. De hecho solo las usa cuando le conviene.
El populismo contemporáneo, este que
conocemos, corrupto, demagógico y perverso necesita del poder como del aire
para respirar. Lo necesita para perpetuarse, para permanecer, pero sobre todo
para seguir haciendo negocios a la sombra del Estado, con el agregado central de
no perder la impunidad con la que se maneja a diario.
Pese a la retórica de la que se ufanan, la
democracia es para ellos solo un instrumento que les sirve para sostenerse, y
es por ello que desarrollan toda una línea argumental delicadamente elaborada
para hacer de esa herramienta su eje, como si realmente creyeran en ella.
En realidad, solo usan el instrumento, lo
utilizan en la medida que les resulta funcional y útil. No creen para nada en
sus bondades, solo sostienen una relación claramente utilitaria con esa
institución.
Defienden a rajatablas lo que ellos llaman
mayorías populares. Mientras los vientos soplen a su favor, seguirán
definiéndose como demócratas, y harán de esa idea su máxima bandera. Mientras
ganen elecciones y obtengan acompañamiento en las urnas, intentarán imponer el
razonamiento por el cual los más siempre tienen razón, solo por ser más.
Y bajo ese paraguas argumental es que
desafían, con soberbia, a los que piensan diferente, para jueguen su juego,
instándolos a presentarse a elecciones, para poder legitimarse hasta el
cansancio, solo para ganarles con esa regla que adoran, solo porque les rinde y
les conviene.
Lo que no dicen, pero piensan íntimamente, es
que un día cualquiera, cuando las urnas ya no acompañen como en el presente, cuando
la sociedad reflexione de un modo distinto y deje de claudicar frente al miedo,
tienen otros argumentos preparados para justificar esa circunstancia.
Algunos incautos, de esos que aun creen en la
honestidad intelectual de estos personajes del populismo contemporáneo,
probablemente despierten ese día de este largo letargo, o tal vez ni así lo
hagan y se sumen mansamente a la nueva argumentación que tienen preparada para
su derrota electoral.
Los tramposos nunca pierden, son embusteros,
solo les interesa ganar, no tienen ni códigos, ni valores morales, mucho menos
honestidad para aceptar la posibilidad de estar equivocados.
Siempre tienen un as en la manga para no dar
el brazo a torcer. Ellos no están dispuestos a reconocer errores, mucho menos
aceptar que otros piensan mejor o que tienen ideas que se ajustan al mundo real
de un modo más eficiente. Precisan ganar a cualquier precio y solo precisan ir
acomodando argumentos según como soplan los vientos.
Creen en esta democracia mientras los votos
los favorezcan, pero estos mismos que aplauden a las mayorías promoviendo
elecciones libres, defienden sistemas antagónicos en los que no hay elecciones,
en la medida que los que gobiernen sean solo amigos o personajes afines.
No les interesan los sistemas, mucho menos
aun respetar el pensamiento diferente. Les interesa solo imponer ideas, formas
de vida, y sobre todo defender sus intereses más mezquinos, esos que les
permiten impunidad eterna, poder interminable y negocios para siempre.
La sociedad, la gente, la comunidad, el bien
común que tanto dicen defender, es solo el argumento que utilizan y la excusa
que precisan para seguir haciendo de las suyas. Las pruebas que sostienen esta
afirmación son demasiadas y abundan. Ninguno de ellos es austero, mucho menos aun
pobre, todos tienen causas judiciales, sospechas y hasta procesos iniciados. No
son trigo limpio. La democracia concebida como ellos la interpretan, les
permite estar cubiertos, y seguir su camino sin represalia alguna.
Probablemente algún día perderán una
elección, como ya les ha ocurrido en el pasado, pero tienen preparados
novedosos argumentos para cuando la mayoría que los apoya deje de ser su
sustento.
Cuando ganan es porque el pueblo los avala,
los adora y los ama. Cuando pierden los comicios, es simple, el establishment,
las corporaciones, el poder económico, el imperio y los intereses sectoriales,
impusieron el poder del dinero y sojuzgaron al pueblo.
Ellos nunca pierden. Las reglas son solo una
circunstancia, no pueden jugar limpio, no está en su naturaleza ni en su
esencia. Sus mentiras, su hipocresía, su forma de actuar cotidianamente, los
muestra como realmente son. Solo usan la lógica de los tramposos.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
skype: amedinamendez
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