Capriles,
en efecto, no habla de odios, divisiones, guerras, batallas y enemigos, sino de
que, después de 14 años en que un gobierno de origen, jefe y naturaleza
militares ha agudizado la crisis y la destrucción nacionales
Se
hablarán y escribirán en el futuro millones de palabras sobre la marcha que los
caraqueños realizan hoy para respaldar a Henrique Capriles Radonski en el
cierre de su campaña electoral en la ciudad capital, pero seguro que pocas se
detendrán en el detalle de que se trata de un evento casi espontáneo, donde la
participación de las organizaciones políticas, si no fue nula, no ocupó el
centro en su convocatoria y organización.
En
otras palabras, que del millón y medio o de los dos millones de capitalinos que
concurren hoy a ofrecerle su voto al candidato de la unidad democrática, podría
decirse que las dos terceras partes están ahí porque escucharon su llamado y se
sintieron atraídos por un mensaje que marcha a contravía de los que
rutinariamente se oyen en Venezuela, en el continente y el mundo.
Capriles,
en efecto, no habla de odios, divisiones, guerras, batallas y enemigos, sino de
que, después de 14 años en que un gobierno de origen, jefe y naturaleza
militares ha agudizado la crisis y la destrucción nacionales, le demos una
oportunidad a un gobierno de civiles que emprenda la enorme tarea de
reconciliarnos y reconstruir el país.
Quien
habla de civiles y civilidad por supuesto que habla también de libertad y
democracia, los dos valores o principios de práctica política con los que los
ciudadanos se responsabilizan de los cambios que conforman una sociedad y son
los dueños y ductores de sus propios destinos.
De
modo que, lo que lo que le está ofreciendo Capriles a los ciudadanos de Caracas
y de todo el país, es el regreso de los poderes que les fueron incautados y
negados durante los 14 años de chavezato, y durante los cuales, aparte de ver
devastada la infraestructura física que nos proporcionó casi un centenario de
bonanza petrolera y gobiernos sensatos (o casi sensatos), vimos rebanada la
estima nacional con una ola de demagogia y clientelismo con la que se pretendió
convertirnos en súbditos de un Gran Hermano, Caudillo, Rey o Emperador.
Es lo que Chávez ha etiquetado como "Socialismo del Siglo XXI", que no es "socialismo" ni "siglo XXI", sino la perfecta herramienta con la que una sarta de neodictadores empezaron, después del fin de la "Guerra Fría", a legitimar el emplazamiento de feroces dictaduras que se comportaban exactamente como las clásicas, pero disfrazándose con las instituciones adulteradas, trucadas y maquilladas de la democracia.
Es,
desde luego, el engaño más siniestro y la burla más atroz que se le puede hacer
a esta o a cualquier sociedad, puesto que se trata, nada más y nada menos, que
de usar la buena fe de los ciudadanos para convertirlos en verdugos de sus
propios valores, de sus principios más intrínsecos, de sus ideales más caros, y
de su más íntima dignidad.
Una
perversión con la que no se había experimentado hasta entonces en la historia y
convirtió a los venezolanos en una suerte de conejillos de Indias en el
restablecimiento de una versión modificada o recargada del totalitarismo que
había que quedado enterrado bajo los escombros del muro de Berlín y la caída
del imperio soviético.
Lo
más cruel de la receta fue, sin embargo, que nada de esto se hizo sin recurrir
a la división del país en facciones de distintos signos, en denominaciones que
unas veces podían ser de clases, otras de razas, otras de culturas y otras de
ética.
Burgueses
y proletarios, ricos y pobres, blancos y negros, honestos y deshonestos
pudieron quedar como estos sellos con los que Chávez pretendió durante años–y
lo logró- convertirnos en enemigos, en facciones que lo que debían hacer era ir
a desenterrar el hacha de la guerra para despedazarnos los unos a los otros.
Fracasó
rotundamente, porque más allá de enfrentamientos contingenciales el país se
mantuvo siempre en la búsqueda de la oportunidad y el líder que lo volviera a
reunificar, a reconciliar y reemprender el camino de la unidad y la paz que
eran tan necesarias para garantizar la integridad territorial del país.
Ese líder es, Henrique Capriles Radonski, joven, fresco, de no más de 40 años, involucrado en el que hacer político de los años del chavezato, quien habiendo sido electo diputado, alcalde en dos oportunidades del municipio Baruta y una en la gobernación de Miranda, tiene en su carpeta la realización de una gestión de gobierno en la que los venezolanos han aprendido que no es a través del odio y la división, del desencuentro y la exclusión, de la violencia y la guerra como se pueden enfrentar los grandes problemas que requieren soluciones urgentes.
De
modo que, a pesar de sus chácharas que pasan por el uso abusivo de cadenas de
radio y televisión que pueden durar hasta 8 horas diarias, Chávez ha devenido
en un jefe de estado cada vez más solo, sin una obra importante que mostrar y
más y más rodeado de tragedias y catástrofes que han significado para el país
el abandono de sus urgencias reales para que Chávez se dedicara a exportar su
revolución y a emplear ingentes recursos en la creación de una entente que
venía a sustituir a la exUnión Soviética en la cruzada por desaparecer de la
faz de la tierra al capitalismo, al imperialismo y a los Estados Unidos.
El
sistema eléctrico nacional, la infraestructura vial, los servicios públicos de
salud y educación, las empresas públicas y privadas, la industria petrolera, la
agricultura, la ganadería, la minería, el turismo todo terminó siendo pasto de
las llamas de esta revolución inútil que, de paso, transformó a Venezuela en el
país más violento de América y uno de los más violentos del mundo donde más de
20 mil venezolanos pierden anualmente la vida en hechos de sangre.
Una
nación, en definitiva, en ruinas y cuyos sueños, esperanzas y expectativas han
sido recogidas y reconstruidas por este político joven y fresco que ya cumplió
una obra importante en las responsabilidades que le ha tocado asumir y que no
tiene otra idea en mente que el rescate de Venezuela y las enormes
oportunidades que le aguardan al insertarse en el siglo XXI.
Es
"El fenómeno Capriles" que tan contundentemente ha tocado y llegado
al corazón de los venezolanos, se ha revelado como un huracán y que donde
emerge atrae más y más apoyo como si un nuevo aire aterrizara en el sentimiento
y la idea de otro comienzo.
Caracas
en el inicio de la campaña, las capitales de los estados y las ciudades
grandes, medianas y pequeños, y los pueblos y los caseríos en su continuidad,
todos se han unido en la creación de la certeza de que Henrique Capriles
Radonski será el nuevo presidente de los venezolanos.
Y
para rubricarlo y no dejar dudas de que "algo está pasando" y
"hay un camino", está impresionante manifestación de Caracas de
cierre de campaña que traza el camino para que el próximo domingo, la capital
de Venezuela y el resto de país termine de una vez con uno de los capítulos más
negros de nuestra historia republicana.
Un
reencuentro de Venezuela con Venezuela y la decisión de no volver a ser presa
de demagogos inescrupulosos que no han dudado en lanzarla al abismo con tal de
se hiciera realidad su egolatría y ambición personal.
malaver.manuel@gmail.com
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